Una dama muy particular

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Una mañana, algunos días después de que Armin y Jane se hubieran prometido, llegó un carruaje a Longbourn y de él bajó lady Catherine de Bourgh. La familia no esperaba tal visita. La señora entró en la casa con cara de pocos amigos.

—Espero que esté usted bien, señorita Yeager—saludó a Elizabeth—. Supongo que esta señora debe ser su madre —dijo al ver los agasajos que le hacía al saber quién era.

Elizabeth contestó escuetamente que sí; pero la señora no la saludó.

—Señorita Yeager, me agradaría dar un paseo; si me quiere acompañar, por favor.

—Ve, querida —le dijo su madre—. Enséñale el camino de la ermita. Le gustará.

Ya fuera de la casa, Elizabeth permaneció en silencio. Estaba dispuesta a no hacer esfuerzos por entablar conversación con aquella señora tan impertinente.

—Creo que sabe usted muy bien a qué he venido —la abordó directamente.

—Pues, realmente, se equivoca usted, señora. No imagino a qué se debe el honor.

—Señorita Yeager—contestó su señoría con voz airada—, debería usted saber que conmigo no valen los trucos y por muy hipócrita que usted se muestre, yo seré bien clara. Hace un par de días me llegó una noticia alarmante respecto a que no solo su hermana está a punto de hacer un casamiento de lo más ventajoso, sino que usted se va a casar muy probablemente nada menos que con mi sobrino, el señor Ackerman. Y, aunque estoy segura de que es una falsedad y no puede ser posible, quiero que me lo desmienta.

—Si usted cree que no es posible que sea verdad —dijo Elizabeth roja de ira—, me pregunto por qué se ha tomado la molestia de venir a Longbourn. Haciéndolo, lo que ha conseguido es todo lo contrario, confirmar la noticia, si es que existe.

—¿Si es que existe, dice? ¿No han sido ustedes los que la han hecho circular?

—Nunca oí tal cosa. Pero, de todas formas, no tengo intención de desmentir nada.

—¡Intolerable! Insisto en que me diga si mi sobrino le ha propuesto matrimonio.

—Señora, yo no pretendo tener su franqueza, así que no contestaré a sus preguntas.

—Confío en que mi sobrino no haya perdido la razón, porque usted con sus malas artes lo ha intentado engatusar hasta hacerle olvidar lo que se debe a sí mismo y a su familia. Usted ha debido cautivar su voluntad. Pero le voy a decir cómo están las cosas. Ese matrimonio, al que usted aspira, nunca tendrá lugar, jamás, porque Ackerman está destinado a mi hija, su prima, desde que eran niños por decisión de sus madres. No va usted, una joven de clase inferior, sin nombre ni fortuna, a oponerse a nuestros deseos.

—Pues si el obstáculo para que me pudiera casar con su sobrino es que su madre y su tía habían decidido que los dos primos se casaran, yo no renunciaría por eso a él. Esa decisión no depende de ustedes y si el señor Ackerman no se siente inclinado hacia su prima, es libre de elegir a otra persona, y si ella soy yo, ¿por qué no puedo aceptarlo?

—Porque el honor, el decoro, la prudencia y su propio interés se lo prohíben. Sí, señorita, si hiciera usted tal cosa, se vería repudiada por nuestra familia... ¡Terca y atrevida muchacha! Yo no estoy acostumbrada a someterme a los caprichos de nadie y estoy dispuesta a que se cumpla mi propósito. Hasta ahora le he hablado de nuestra familia, pero no le he dicho nada de la suya. ¿Cree usted que no me he enterado de la vergonzosa fuga de su hermana? ¿Y qué decir de la bajeza de su familia? ¡Cielo santo! ¿Es que va usted a manchar el buen nombre de Pemberley?

—Ni el deber, ni el honor, ni el buen nombre de su sobrino violaría yo casándome con él. Y si a él no le importa el linaje de mi familia, ¿por qué le ha de importar a usted?

—He venido a enterarme de esto y no me iré sin saberlo. Dígame de una vez: ¿está usted comprometida con él?

—No lo estoy. —La señora respiró satisfecha—. Y no tengo nada más que decir. Me ha insultado usted de todas las maneras posibles. Le ruego que se marche de mi casa.

Habían llegado ya al carruaje y lady Catherine se volvió y dijo:

—No quiero despedirme de su madre. Me voy profundamente descontenta.

La visita de lady Catherine dejó a Elizabeth desconcertada. Que una dama como ella se hubiera tomado la molestia de venir desde Rosings con el único propósito de romper su supuesta relación con Levi era un completo desatino.

¿Quién le podía haber dado la noticia? Seguramente habría partido de un comentario de la señora Blouse a su hija Sasha. No podía olvidar las palabras ni la expresión del rostro de lady Catherine. ¿Qué influencia podría tener en su sobrino? ¿Sería capaz de hablar con él para tratar de impedir ese matrimonio? ¿Cómo podría él tomar la enumeración de todos los males que le acarrearían su unión con ella?

Elizabeth sabía que la alusión a la vulgaridad de su familia era uno de los puntos débiles de Levi y con el concepto que él tenía de la dignidad le parecerían argumentos sólidos y razonables los que a ella le parecían débiles y ridículos. Si eso era así, Levi no volvería a Longbourn.

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora