Falsas impresiones

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Elizabeth se despertó al día siguiente con las mismas reflexiones con las que se había dormido la noche anterior. No lograba alejar de su pensamiento lo que le había pasado. Incapaz de hacer nada, después de desayunar, buscó el sosiego en el paseo por el jardín al aire libre.

Hacía tres semanas que había llegado a Kent y el paisaje había cambiado, los árboles echaban nuevas hojas y reforzaban su verdor. Estaba llegando a una de las puertas cuando vio a Levi que se acercaba a ella, llamándola por su nombre.

Al tiempo que le entregaba una carta, le dijo con expresión de altiva serenidad:

—He estado paseando un rato con la esperanza de encontrarla. ¿Querrá hacerme el honor de leer esta carta?

Hizo una ligera inclinación de cabeza y se volvió, desapareciendo de la vista.

Elizabeth se sentó y abrió la carta con gran curiosidad, aunque no esperaba encontrar en ella nada que la satisficiera. El sobre contenía dos hojas, que decían lo siguiente:

No se alarme, señora, al recibir esta carta, con el temor de que contenga la repetición de unos sentimientos o la reiteración de una proposición que tanto la disgustó ayer. No es mi intención molestarla a usted ni humillarme yo, mencionando algo que debe ser olvidado cuanto antes por el bien de los dos.

Si hubiera podido ahorrarme el esfuerzo de escribirla, lo habría hecho, pero mi dignidad me exige que la escriba y a usted le ruego que la lea, en nombre de la justicia.

Dos culpas de muy diferente naturaleza, pero enormes en magnitud, me achacó usted ayer. La primera era que yo había separado a Arlert de su hermana, sin tener en cuenta sus sentimientos. Y la otra, que yo había arruinado el bienestar y la prosperidad de Kirschtein, olvidando sus derechos sin ningún remordimiento. Pero de ambos tendré ocasión de hablarle y espero que cuando haya leído los motivos que me llevaron a actuar como lo hice en ambos casos, quedaré liberado de su severidad al juzgarme.

No llevaba mucho tiempo en Hertfordshire, cuando me di cuenta, como los demás, de que Arlert prefería a su hermana mayor a cualquier otra joven del condado. Sin embargo, hasta el baile de Netherfield no me fijé en que el afecto de mi amigo iba en serio. Lo he visto muchas veces enamorado antes, pero no como ahora. Toda la gente daba por seguro la boda. También observé a su hermana. Su aspecto y maneras eran las de una joven bella, simpática y alegre, pero no mostraba ningún sentimiento especial hacia Armin, aunque recibía sus atenciones con agrado.

Usted la conoce mejor que yo y sabe si en esto yo estaba equivocado. Si cometí un error y le he causado sufrimiento, he de reconocer que tiene usted razón para estar resentida conmigo. Por otra parte, se añadían los inconvenientes de su familia. No era solo que esta no tuviera una posición económica desahogada, era sobre todo la carencia de normas de la buena sociedad y de dignidad en su madre y en sus hermanas menores, y hasta a veces en su mismo padre.

Nada tengo que censurar de la conducta de usted y de Jane, nadie duda de la sensatez y cualidades de las dos. Solo quiero agregar que los acontecimientos de aquella noche confirmaron mi opinión sobre el asunto y deseé vivamente preservar a mi amigo de una relación tan poco conveniente. Al día siguiente nos marchamos a Londres.

Con respecto a la otra acusación de haber perjudicado a Kirschtein, he de decirle que ignoro lo que él le haya podido decir contra mí, pero solo puedo refutarlo explicándole su relación con mi familia.

Jean es hijo de un respetable hombre, administrador de las fincas de Pemberley y cuya buena conducta quiso mi padre premiar apadrinando a su hijo y costeando su educación en diversos colegios y en la Universidad de Cambridge. Quiso también asegurarle un porvenir y por ello le orientó hacia la carrera eclesiástica.

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora