Pasado aquel día de parada con su hermana y sus tíos, el viaje continuó con los Blouse. Cuando abandonaron el camino principal para tomar el que conducía a Hunsford, todos buscaron con la vista la casa parroquial. Al fin la vieron.
Estaba sobre una pequeña colina, rodeada de un jardín que descendía en pendiente hasta el camino y lindaba con la hacienda Rosings. Al verlos llegar, Floch y Sasha salieron a la puerta y allí los recibieron. Elizabeth se alegró de haber ido por el contento que mostró su amiga al verla.
Las maneras formales y ceremoniosas de su primo no habían cambiado con el casamiento, pues los detuvo varias veces antes de entrar para preguntarles por la familia y explicarles los detalles del lugar y de la casa con gran ostentación, quizá esperando alguna mueca de arrepentimiento por parte de Elizabeth, que esta no le concedió.
La casa era pequeña, aunque estaba bien construida y las diferentes estancias estaban convenientemente distribuidas. Tal como le había dicho Sasha, todo estaba limpio y parecía cómodo. Pero Elizabeth se preguntaba cómo su amiga podía ser feliz viviendo con aquel hombre.
Verdaderamente era admirable su compostura, cómo sabía llevar a su marido y sobre todo con qué arte lo soportaba. Sí, lo hacía muy bien.
—Señorita Elizabeth —dijo Floch mientras comían—, tendrá usted el honor de conocer a lady Catherine de Bourgh en la iglesia el próximo domingo. Y ni qué decir tiene que usted y mi hermana Mary estarán incluidas en todas las invitaciones con que nos honren durante su estancia aquí. La forma como trata a mi querida Sasha es muy afectuosa. Todas las semanas comemos dos veces con ella y siempre manda que nos traigan a casa en uno de sus carruajes.
—Lady Catherine es una señora muy inteligente y respetable —añadió Sasha.
—Muy cierto, querida —concluyó Floch—, es exactamente lo que yo iba a decir.
Al día siguiente de su llegada, todos fueron invitados a comer en Rosings. Eso suponía un triunfo completo para Floch, que podía demostrar ante sus invitados la grandeza de su protectora y el afecto con el que eran tratados él y su esposa. Durante toda la mañana apenas se habló de otra cosa y cuando Elizabeth se disponía a arreglarse, Floch se dirigió a ella para sugerirle:
—No se preocupe usted demasiado por su atuendo, querida prima. Lady Catherine está lejos de exigirnos a nosotros la elegancia en el vestir que les corresponde a ella y a su hija. Le gusta que se mantengan las distancias, así que cualquiera de sus vestidos un poco mejor que los de diario estará bien.
Como el tiempo era espléndido, fueron atravesando la media milla de jardín que los separaba de la gran mansión. Mary estaba nerviosa al subir la escalinata, pero a Elizabeth no le faltó su aplomo habitual. Ni su extraordinario talento ni sus infinitas virtudes la iban a hacer temblar ante aquella señora, pues se debían únicamente a su riqueza y posición social.
Al fin se presentaron ante lady Catherine. Era una mujer alta y gruesa, con los rasgos de su cara muy marcados, que pudo haber sido hermosa una vez. Su trato era amable, pero no afectuoso, con el fin de que sus visitantes no olvidasen su inferior rango. Cuando hablaba, su tono autoritario denotaba la seguridad que tenía en su propia importancia. Después de examinar a la madre, Elizabeth volvió sus ojos hacia la hija, Christa.
Era como una muñeca, pequeña, delgada y pálida; parecía enfermiza y retraída. Y no pudo dejar de pensar que esta era la mujer destinada a Levi Ackerman.
La comida fue brillante, con criados de gala, vajilla de plata y exquisitas viandas. Del comedor pasaron al salón, donde se sirvió el café y se inició una tertulia. Lady Catherine tenía interés en saber algo más sobre Elizabeth y le dirigió una serie de preguntas sobre su familia y después sobre sus habilidades.
—¿Sabe usted tocar el piano y cantar, señorita Yeager?
—Un poco.
—¡Oh! Otro día tendremos el gusto de escucharla. ¿Y sabe dibujar?
—Nada en absoluto.
—¡Qué extraño! Me imagino que no habrá tenido usted oportunidad. Su madre debería haberla llevado a Londres para que un maestro le enseñara.
—Mi madre no hubiera puesto objeciones, pero mi padre odia Londres.
—¿Tienen todavía institutriz?
—Nunca la tuvimos.
—¡Que nunca la tuvieron! ¿Cómo es posible siendo cinco hijas? Su madre habrá sido una esclava de su educación o de otro modo ustedes habrán estado abandonadas.
—Ni lo uno ni lo otro, señora. Las que de nosotras han querido estudiar han contado con los medios. Siempre se nos ha fomentado la lectura y hemos tenido los profesores que hemos necesitado.
—¡Por supuesto! Yo siempre digo que nada se puede lograr en la educación sin el esfuerzo y la constancia. Y esa es precisamente la tarea de una institutriz. ¡A cuántas familias les he proporcionado yo una! ¿Le puedo preguntar su edad?
—Señora —respondió Elizabeth sonriendo—, teniendo tres hermanas ya crecidas más jóvenes que yo, ¿no esperará que se lo diga?
Lady Catherine se quedó pasmada al recibir tal respuesta. Sin duda era la primera vez que una persona se atrevía a bromear ante ella con aquella desenvoltura.
—No puede usted tener más de veinte. Así que no tiene por qué ocultar su edad.
—Voy a cumplir veintiuno.
Las preguntas pasaron después a Sasha y a Mary. Finalmente, los caballeros pidieron que se pusieran las mesas de juego y el servicio de té se retiró. Cuando lady Catherine se cansó de jugar, la reunión se disolvió y los Forster volvieron a su casa.
Sir William Blouse solo estuvo en Hunsford una semana, pero fue suficiente para convencerse de lo bien situada que estaba su hija y de la suerte que había tenido en encontrar aquel marido. Elizabeth tenía pensado quedarse una quincena. Los días pasaban tranquilos. Floch atendía su iglesia y su jardín o se metía en la biblioteca, observando desde la ventana los carruajes que entraban o salían de la casa grande y quién iba dentro, mientras que Sasha había convertido una salita en su refugio. Las comidas en Rosings se repitieron, pero con el mismo plan de la primera vez.
La Pascua se acercaba y corría el rumor de que el señor Ackerman era esperado en Rosings. Y, efectivamente, llegó. Floch lo vio al paso de su carruaje por la esquina del jardín y se apresuró a mostrarle sus respetos con una reverencia. Para Elizabeth, Levi era a quien menos ganas tenía de ver de entre todos sus conocidos, pero su estancia allí daría un nuevo interés a las tediosas tardes en Rosings.
Por otra parte, le divertiría ver lo equivocadas que estaban las intenciones de Annie respecto a él y además su actitud hacia su prima le confirmaría o no el plan de lady Catherine de casarlo con su hija.
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Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]
FanficEs una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una buena fortuna ha de buscar esposa. Adaptación de "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen.