Deferencia no es indiferencia

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La señora Yeager estuvo muy triste varios días, pero le duró poco el abatimiento, porque su hermana, la señora Philips, le vino a decir que Netherfield se abría de nuevo.

Al oír la noticia, Jane cambió de color. Hacía muchos días que no mencionaba su nombre a Elizabeth, así que cuando estuvieron a solas, le comentó:

—He visto que me mirabas cuando nuestra tía nos trajo la noticia, pero te aseguro que no me produce ni pena ni alegría. Lo que temo es lo que pueda decir la gente.

Elizabeth sabía que por mucho que dijera, Jane estaba más inquieta que de costumbre y, en cuanto a Arlert, ella lo había visto y era seguro que no venía a cazar.

Al tercer día de llegar, Armin se presentó en su casa acompañado de Levi. Jane miró a Elizabeth con sorpresa y preocupación, pensaba que no lo había vuelto a ver desde que le entregó la carta. Las dos estaban cohibidas y nerviosas. Pero Elizabeth tenía otra razón más para sentirse desasosegada y era el cambio que habían experimentado sus sentimientos hacia él.

Para Jane, Levi era solo el hombre al que su hermana había rechazado; pero para ella era el hombre con quien su familia tenía una enorme deuda y por el que ella sentía un especial y merecido afecto. Una sonrisa se dibujó en su cara.

Al sonar la campanilla y entrar los caballeros, la señora Yeager saludó a Armin con tan exagerada afectación que hizo avergonzarse a sus hijas, sobre todo por el contraste con la frialdad con la que saludó a Levi. Este apenas si dijo una palabra.

—Hace mucho tiempo que se marchó usted, señor Arlert —habló su madre con su habitual parloteo—. Empecé a temer que no volvería nunca más por aquí. La gente comentó que quería usted irse definitivamente. Espero que no sea verdad. Han pasado muchas cosas en este tiempo. La señorita Blouse se casó y también una de mis hijas. Supongo que estará usted enterado porque la noticia se publicó en el Times.

Armin le contestó que la había leído y la felicitó. Elizabeth apenas se atrevía a levantar los ojos. Lo estaba pasando realmente mal. Sin embargo, sintió un gran alivio al observar que la belleza de su hermana encendía otra vez la admiración de su antiguo enamorado.

Al principio, él le habló muy poco, pero después le fue dedicando más y más atención con indudable deferencia. Jane se esforzaba porque él no notara en ella ningún cambio.

Cuando los caballeros se levantaron para irse, la señora Yeager invitó a Armin a comer con ellos. Tan pronto como salieron, Elizabeth fue a dar un paseo para serenarse.

La conducta de Levi la desconcertaba: «¿Por qué ha venido solo para estar callado, serio e indiferente? —se preguntaba—. Si no me quiere, ¿por qué viene? ¡Oh, qué hombre más exasperante! No quiero pensar más en él».

Jane venía hacia ella. Estaba radiante.

—Ahora que este primer encuentro ha terminado —dijo—, me siento más tranquila. Nunca más me sentiré violenta cuando lo vea; me alegro de que venga a comer el martes, así verá la gente que lo trato con absoluta indiferencia.

—¡Sí, sí —dijo Elizabeth riendo—, con mucha indiferencia!

Llegó el día de la comida y Armin se sentó junto a Jane. Su admiración por ella era evidente. A Levi lo colocaron junto a la señora Yeager y a Elizabeth le dolían los desaires con que su madre lo trataba en las pocas ocasiones que le dirigía la palabra.

A ella le hubiera gustado poderle decir que su bondad era conocida y agradecida por alguien de la familia; pero él no parecía darse cuenta del mensaje que ella le enviaba.

—No te rías, Lizzy —le decía Jane, terminada la comida—. Hemos pasado un día agradable, pero nada más. Te aseguro que he aprendido la lección, es un joven muy simpático, pero su forma de tratarme me demuestra que nunca tuvo intención de llegar a nada más conmigo. —Y como Elizabeth la miraba con cara burlona, añadió—: ¿Pero, por qué no me crees? ¿Por qué te empeñas en pensar que no digo lo que realmente siento?

—Jane, si persistes en mostrar indiferencia hacia él, no me hagas tus confidencias.

A los pocos días, volvió Armin a Longbourn y lo hizo solo, porque su amigo había tenido que ir a Londres. La señora Yeager lo invitó a comer y él aceptó. Tras tomar el té, el padre se retiró a la biblioteca y la madre se cansó de hacerles guiños a sus otras hijas para que dejaran solos a la pareja en el salón. Pero no fue aquella tarde, sino al día siguiente cuando se produjo el feliz desenlace.

Jane y Armin estaban en el salón y al abrir la puerta Elizabeth, se separaron el uno del otro. Él salió y Jane exclamó:

—¡Oh, Elizabeth, soy la mujer más feliz del mundo! ¡Qué dichosa soy! Arlert ha ido a decírselo a papá; voy yo a decírselo a mamá. —Y salió en busca de su madre.

«Así se acaban todos los recelos de su amigo y todas las artimañas de sus hermanas —pensó Elizabeth—. Este es el final más lógico y feliz».

Al poco, entró Armin, cuyo encuentro con el padre había sido corto y preciso.

—¿Dónde está tu hermana? —preguntó apresuradamente.

—Ha subido a ver a nuestra madre. Bajará en un momento, digo yo.

Entonces él cerró la puerta y acercándose a ella le pidió que lo felicitase y lo quisiera como a un hermano. Elizabeth lo hizo de corazón y se dieron un fuerte abrazo. Después de cenar, cuando ya Armin se había marchado, el padre le dijo a su hija:

—Jane, te felicito. Serás muy feliz. Eres una buena chica y te mereces hacer una buena boda. No tengo duda de que os llevaréis muy bien porque vuestros temperamentos son muy similares. Ambos sois personas buenas y generosas.

Al instante, Jane fue hacia su padre, lo besó y le dio las gracias por su bondad.

—¡Y tiene de renta cuatro o cinco mil libras al año o más! —añadió la madre—. ¡Ay, Jane, qué feliz soy! Estoy segura de que no podré pegar ojo en toda la noche.








La siguiente actualización será la ultima, yeiii

Orgullo y prejuicio. [Levi Ackerman]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora