25. Balas perdidas.

3 0 0
                                    

Capítulo 25.
Balas perdidas.

«El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos»

Ilsa Lund, Casa Blanca.

-°•-†-•°-

Hay cosas que pueden romper el alma de una persona.

Ya sabrás, lector, que mi alma había soportado la mayoría de ellas. Muertes, suicidios, asesinatos, abusos, tener que callar mi dolor por un mundo que no estaba hecho para mí.

Dicen que los locos no estamos hechos para este mundo. Que somos un error en el sistema. Que deben erradicar de nosotros la locura para funcionar. ¿Pero acaso han pensado que tal vez son ustedes quienes no saben aceptar que una diferencia no es realmente siempre mala?

No quiero decir que estar enfermo de locura sea algo alabable, bueno, o deseable. Es un infierno. Realmente lo es y esa estúpida filosofía de que "todos tenemos algo de loco" es una absoluta tontería. Es como si un blanco le dijera a un negro "nigga", como si un delgado le dijera a un gordo "gordo". Los sanos no tienen derecho a decir que tienen algo de locos. ¿Acaso pueden realmente comprender lo que es querer día a día morir con todo el deseo de su corazón?, ¿Acaso pueden tener la absoluta certeza de que saben lo que es soportar el incesante veneno de la ansiedad rondando por tus venas y tus entrañas, comiéndose tu cordura mientras te mantiene con la sensación inquietante de siempre estar alerta porque algo malo va a pasar?

No. No lo saben. Ni la persona con la mayor empatía podría saberlo.

El punto es: vivir en un mundo que, en términos de soportar mi rareza, no soportaba, y que por cuya causa me estaba muriendo lentamente; Isaac me estaba haciendo sentir que seguir viviendo estaba bien.

Así que, para mí, la pregunta que le acababa de hacer tenía todo el sentido del mundo. Cosa que para él no.

-¿Que yo qué?

-¿Qué me hiciste? Isaac, yo quiero morir, pero me haces creer que hay algo de bueno en este mundo.

Y que eso bueno eres tú...

-No soy yo, Chinos, eres tú dándote cuenta que el mundo no es tan malo.

-El mundo es malo.

-No lo es.

-Burro terco... -murmuré rindiéndome de intentar pelear con él.

Por fin llegamos a su casa unos cuantos minutos más tarde, minutos en los que entre nosotros solo existía mi música llenando el ambiente y tratando de sanar un poco las heridas que se habían abierto en mí.

-¿Y tus padres?

-No están.

-¿Y tus hermanos...?

-Tenemos casa sola, tranquila.

«Yo sé qué es lo que pasa siempre que hay casa sola, y no es nada tan... Dejémoslo en inocente» dijo Conciencia con su tono agudo de voz.

-Lo sé, pero es Isaac, él nunca nos haría daño.

«¿Recuerdas lo que te dijo Oholiab sobre que los humanos no son dignos de confiar?»

-¿Qué tienes en contra de Isaac?

«No en contra de Isaac, en contra de los humanos en general. No me dan buena espina...»

Me di cuenta que algo andaba mal con Conciencia pero no tuve mucho tiempo de meterme en detalles con ella porque Isaac me abrió la puerta del copiloto y me cargó en sus brazos hasta dentro de la casa, subió conmigo en brazos la escalera y me dejó sobre su cama dejándome los dulces y frituras al lado.

El sepulcro de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora