13. Monos congelados.

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Capítulo 13. Monos congelados.

"Creo que te extrañaría aunque nunca nos hubiéramos conocido".

Nick a Kat en "El día de la boda"

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Después de una larga charla sobre cómo Isaac me había visto por primera vez sin que yo me diese cuenta y que desde entonces él jamás había dejado de hablar de mí, además de cómo cada casualidad lo había dejado saber más de mí, por fin Laura y sus hijos a excepción de Isaac habían decidido darme la información que ni siquiera sabía que quería sobre Isaac hasta que la obtuve.

No podía creer lo ciega que había estado todo ese tiempo. Una parte de mí congelaba mi espina dorsal con la idea de cuántas personas podrían reparar en mí y prestarme atención al nivel de mi acosador que ya sabía cuál era mi falda favorita, mi helado favorito, mi personaje más reverenciado, mi horario completo y los nombres de mis familiares. Tal vez estaba siendo una "presa" muy fácil. Tal vez me confiaba tanto en mis habilidades de "cazadora" que exponía mi vida sin miedo al mundo.

Por otro lado, mi estómago y mi corazón revoloteaban dando tumbos en mi pecho y mi vientre alebrestándose ante la idea de ser objeto de interés del psicópata asesino de cucarachas. Sus lindos ojos azules habían estado buscándome sin descanso por la ciudad para aprovecharse de las casualidades del destino y memorizar más detalles de mí.

Era algo tan lindo como tan perturbador.

Laura continuó hablándome sin que yo prestara tanta atención.

Esa mujer era un periquito empapado: una máquina de hablar sin parar a la que una vez se le daba cuerda ya no había vuelta atrás.

Isaac se había retirado a lavar los trastes y yo me divertía echándole miradas, observando cómo se sonrojaba con la información que Laura "daba de más" y a la cual yo sonreía amablemente.

-Ay, querida. Ya ni te pregunté a qué hora debes retirarte.

Oh, cielos. También lo había olvidado.

-No tengo hora de llegada, solo con que no anochezca porque mi mamá es muy preocupona.

-Pues ya anocheció, mi niña.

Miré por la ventana y mordí mi labio callando mis maldiciones. Dios, me iban a matar en mi casa. Claro, solo en sentido figurado. Por desgracia...

-Entonces ya me voy rápido, mucho gusto a todos, pero, eh... Eso. Ya me voy...

-Deja que Ardi te lleve. Ardillito, mi vida, deja los trastes ahí y lleva a la Chinitos a su casa.

Isaac alzó la cabeza como si lo hubieran sacado de un trance de pensamientos en su cabeza y ladeé la mía para verlo curiosa.

Me causaba demasiada intriga ese chico. Quería conocerlo todo de él, de su vida, de sus razones para acosarme. Si él había sido mi acosador entonces yo también quería ser su acosadora ahora que había oportunidad. Es decir, ¿Cuántas probabilidades habría en esta vida de coincidir con un chico como él?

Isaac secó sus manos y después se dió la vuelta para recargarse en la barra de su cocina.

-¿Quieres que te lleve a tu casa, Chinos?

¡No!

-Claro que quiere, ya es peligroso que vuelva a estas horas sola, tonto -dijo la chica arbusto otoñal y casi estampé mi cara contra la mesa. ¿Por qué nunca me permitían hablar?

El sepulcro de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora