31. ¿Cuál es la peor parte de este infierno?

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"Detente y espera un segundo.
Cuando me miras de esa forma,
mi querida ¿Que es lo que esperabas?"

505, de Arctic Monkeys.

†-†•••†-†

Probablemente lo peor del infierno es que, cuando pasas el tiempo suficiente en él, comienzas a amarlo. Incluso lo defiendes.

Algo así me llegó a pasar. Me consideraba muerta desde hace mucho tiempo. No me veía alguna salvación y tampoco era como si la quisiera.

El error en aceptar la entrada a ese lugar es que no puedes ver las letras pequeñas del contrato. Una vez firmas no puedes salir, y peor aún: no puedes evitar que los demás caigan contigo.

Así que estábamos en esta situación: Isaac deseaba salvarme, poco le faltaba para sentirse morir por ser un Dios para arrancar las maldiciones de mis enfermedades de mí, tenía la desesperación en su alma de regresarme esa chispa de vida que mis ojos habían perdido hace mucho.

Al igual que le había pasado al Isaac que había conocido hace años, este Isaac también era golpeado por su padre, lo tenía bajo el dominio de su mano poderosamente adinerada y lo único que lo mantenía con vida era yo. Él no lo aceptaba. Quería fingir que todo estaba bien. Que lo tenía bajo control. Pero no. Todo se le estaba saliendo de las manos y yo lo notaba.

Lo notaba porque sus ojos no sabían mentir. Lo sabía porque su presencia tenía subtítulos y siempre que él llegaba a mi espacio personal sentía que podía leerlo.

Pero él no era el Isaac que había conocido ¿O sí?

—¿Qué haremos hoy? —dejó de chupar su paleta y me miró con algo de diversión en sus ojos.

—No sé, ¿Qué querés hacer? —respondí imitando a los buitres de El libro de la selva.

Ambos estábamos sentados —como siempre— contra la pared de mi salón, cada quien comiendo una hamburguesa con su respectiva orden de nuggets y agua de jamaica. Y un paquete de paletas "de la Rosa" que revolcabamos en Miguelito y comíamos a mordidas.

Isaac se estiró haciendo notar su cuerpo y yo quise arrancarme los ojos para dejar de ser tan obvia y dejar de comermelo con la mirada.

—¿Sabes bailar?

Solté un bufido haciendo volar mis rizos con canas y lo miré con cara de "Really?"

—¿A qué viene esa pregunta?

Él sonrió y me reacomodó un pequeñito mechón detrás de mi oreja.

—Solo responde, Chinos.

Mi corazón se quebró con ese sobrenombre. Quería que él me recordara, carajo. ¿Qué maldita sea debía hacer para hacer que él lo hiciera? ¿Una poción?, ¡¿Agua de calzón?!

—Sí, Isaac. Sí sé bailar. Soy negra, viene en mi sangre.

—Tengo la duda, ¿Por qué eres negra?

—¿Algún problema whitexican? —ataqué divertida. No me molestaba que me dijeran negra, pero ver a la gente sentirse acorralada cuando les haces sentir que están siendo racistas es divertido.

—No, no, solo que... Olvídalo, diga cómo lo diga sonaré muy racista.

—Anda, dilo.

—Nah.

—Que lo digas, caraja madre.

Me miró de reojo y sonrió nervioso.

—Es solo que... de tu tono de piel y con tus facciones no es común encontrar gente así por este lado del país. Digo, hay morenos, negros por el sol, negros porque no se bañan, pero así como tú no.

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⏰ Última actualización: Sep 28 ⏰

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El sepulcro de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora