30. La voz que curó la soledad.

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«Para que el amor sea verdadero,
nos debe costar. Nos debe doler.
Nos debe vaciar de nosotros mismos»

Madre Teresa de Calcuta

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Los siguientes días se podría decir que transcurrieron exactamente igual que un día más, no había nada que los destacará. Solo eran momentos sin chiste.

Al menos tenía al acosador que no me había dejado de lado y cada vez estaba más cerca de llegar al núcleo de mi cariño.

Sip, me seguía negando a ello. No porque él no fuera alguien digno de amar sino porque yo, por mis ovarios, me daba el lujo de negarme al amor.

Las voces eran cada vez más molestas, pero prefería soportarlas para poder tener a Oholiab a mi lado.

Y, hablando de mi mundo mental, era sorprendente cómo, sin mí, todo se había ido al carajo por completo. Era como si, si yo no estaba, ellos no supieran qué hacer.

Jeydet me pateó el trasero esa mañana mientras caminábamos ella, Oholiab, Chicle, Siria y yo hacia la escuela.

—¡Hey! Eso es golpe de estado.

El matrimonio soltó una risotada que a mis oídos retumbó por los callejones y entonces, casi como si aquello fuera una invocación, empezó a llover.

—Díganme que trajeron sombrilla, no me quiero empapar —renegó Siria frunciendo el ceño mientras miraba hacia las nubes grises sobre nuestra cabeza.

—¿Me ves cara de meteorologa? —devolvió en el mismo tono de queja Chicle.

—Hay que correr.

—¿Carreritas o qué?

—Eso es para niños —soltó Oholiab arrugando la nariz mirando a la albina y a la negra.

—¿Y a ti quién te invitó? —le reñí y él sólo torció sus ojos y siguió caminando.

—Uuuuuuh, que tu mamá no sé qué —esta vez fue Jeydet quien se puso en contra de su propio esposo.

—¿Ah, sí? Pues apuesto lo que quieras a que te gano, anciana de días.

—¿Ah, sí? ¿Qué quieres perder?

—¿Vamos a correr sí o no? Me estoy empapando cada vez peor.

—¡En sus marcas!

—¡Hey!

—¿Listos...?

—¡Fuera! —gritó Siria y fue la primera en partir corriendo como si fuese a ganar un buen polvo con llegar primero a mi escuela. A ella la siguieron Chicle, después Jeydet y al final Oholiab, quién seguro de que ganaría había decidido darles unos segundos de ventaja.

—Nos vemos en la escuela, ¿Vale?

Sonreí y le di una palmada en su hombro.

—Claro. Anda, corre que vas a perder, viejito reumatoide.

—Me vas a pagar eso más tarde...

—Lo que digas.

Oholiab corrió como el maldito Correcaminos y entonces me quedé sola.

Aprovechando el momento de soledad me coloqué mis audífonos y dejé que la música retumbara en mis oídos casi rompiendo mis tímpanos. La voz ronca, grave y agresiva de Ghostmane me protegió de las voces que intentaban amenazarme.

El sepulcro de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora