Después de acomodar a mi cachorrito precioso y adorable en mis brazos, caí en la cuenta de algo que ninguno de los dos había caído antes; ¿En dónde narices iba a dormir?
Al percatarme de aquello, no pude evitar volver a quedarme petrificada en el sitio, siendo que lo único de lo que fui capaz de hacer fue quedarme mirando a la nada, sintiéndome como si mi alma se estuviera alejando de mi cuerpo, empezando a notar como mis extremidades se ponían heladas y el tan conocido temblor se adueñó de mí, apareciendo ese dolor de cabeza que no le gustaba a nadie sentir, pues se te metía el sonido de los latidos justamente en los oídos.
Noté como Scooby se movía inquieto y eso hizo que me pusiera más tensa, si es que se podía
-¿Mademoiselle LeBlanc?
No obtuvo respuesta de mi parte a pesar de que era imposible no escuchar su voz en el espacio que ahora se me hacía pequeño.
Obviando que ese hombre estaba a mi lado, llamándome con firmeza, intenté despejar esa pregunta de mi mente, divagando mi mirada en la estancia en la que nos encontrábamos, haciendo que cada vez fuera más complicado poder observar el entorno, pues la luz tenue de las velas iban cesando a cada segundo que pasaba.
Al aparecer aquí, la habitación estaba iluminada de forma que se podía leer sin problemas pero en ese momento, aquellas velas estaban casi por apagarse, por lo que la luz era tan leve que la propia Luna era la encargada de iluminar, eso hacía que se proyectaran alguna que otra sombra dada por los muebles de la habitación.
-¿Puede oírme, Mademoiselle LeBlanc?
Ahg, de nuevo aquella voz saliendo de ese hombre. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Acaso él ya había pensando en dónde iba a dormir yo? -Eeeh ¡La luz se estaba apagando! Ay, ay, ay ¡Nos vamos a quedar a oscuras en nada y..!-.
Se hizo la luz de nuevo y me paralicé al segundo de notar una presión justamente en mi hombro izquierdo. Él acababa de apoyar su mano. -Que por cierto, era enorme ¡¿Qué?! ¡Céntrate mujer!-.
Giré mi cabeza hacia él, lentamente como si estuviera poseída y le miré, acojonada con lo que podría pasar, pues al verme así de aterrada supuse que se había dado cuenta de lo que se me estaba pasando por la cabeza porque noté como daba un pequeño apretón en mi hombro en señal de ¿Apoyo? ¿Consolación? No lo sabía pero lo que dijo me tranquilizó, a medias.
-Sobre su estancia y vigilancia, he considerado que los aposentos más allá de esa puerta, -Señaló la puerta con un gesto de mano, porque la otra la tenía en mi hombro y no se movió, estaba tranquilamente apoyada allí, como si fuera lo más casual del mundo. Pero volviendo a la indicación de la puerta, esta se ubicaba justo en el lado derecho de la chimenea que quedaba enfrente del sofá en donde estaba yo. -Serán vuestros aposentos; pues es la habitación más cercana a la mía y la única que se comunica directamente a mis aposentos mediante aquella puerta. Esto me facilitará su supervisión y le permitirá acudir a mí si tiene algún problema o duda.
Me quedé hecha un cuadro.
No sabía si alegrarme de no quedarme a dormir aquí, o de tener una habitación justo al lado de la suya, en la que pudiera vigilarme a cada paso que diera
También había algo que me decía que acabaría poniendo tarde o temprano a guardias en las afueras de la puerta de la que iba a ser mi habitación, o mejor dicho, mi cárcel.
Pero realmente lo único que podía hacer era resignarme y aceptar mi realidad, ser la prisionera de cierto Marqués hasta que mi inocencia fuera demostrada mientras buscaba la manera de regresar a mi época, junto a mi familia y amistades.
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A la Luz de las Velas
Hayran KurguJade es una joven universitaria apasionada por la época de María Antonieta, la Reina de Francia durante la Revolución Francesa. Un día, mientras investigaba para su tesis, se va a los archivos de la biblioteca más antigua de París. Su cachorro, Scoo...