La academia Nevermore estaba envuelta en un silencio sepulcral, un contraste marcado con el bullicio del día. Las sombras se alargaban y se retorcían como si tuvieran vida propia, y la luna llena se asomaba por las ventanas góticas, bañando los pasillos en una luz plateada.
Wednesday Addams se encontraba en su habitación, su figura delgada recortada contra la ventana mientras observaba la noche. La pluma en su mano se movía con precisión sobre el papel, trazando palabras que reflejaban su alma oscura y compleja. A su lado, la cama de Enid Sinclair estaba vacía, las sábanas desordenadas y la almohada aún conservaba la forma de su cabeza.
Enid había salido, incapaz de resistir el llamado de la luna llena. Su naturaleza licantrópica le daba una energía que no podía contener, y aunque había aprendido a controlar su transformación, la luna siempre despertaba en ella una inquietud que no podía ignorar.
Mientras tanto, Wednesday seguía escribiendo, sumergida en su mundo de tinieblas y poesía. No era ajena a los sentimientos que Enid despertaba en ella, sentimientos que luchaba por reprimir. "Edgar Allan Poe me escupiría en la frente al verme sucumbir tan dócil ante mi delirio de muerte al verte sonreír", escribió, su letra elegante y firme.
La noche avanzaba, y Enid corría por el bosque que rodeaba la academia, su risa resonando entre los árboles. Se sentía libre, salvaje, y por un momento, olvidó todas sus preocupaciones. Pero entonces, un sonido la detuvo en seco. Un aullido solitario que parecía llamarla. Enid se transformó, su cuerpo cambiando a su forma licantrópica con una facilidad que aún la sorprendía. Siguió el sonido hasta encontrar a otro lobo, uno que la miraba con ojos conocedores.
Wednesday dejó la pluma y se levantó, una sensación de inquietud creciendo en su pecho. Algo le decía que Enid necesitaba su ayuda. Se puso su abrigo y salió de la habitación, siguiendo un instinto que rara vez la guiaba.
Enid y el lobo se miraron, y en ese momento, ella supo que no estaba sola. Había otros como ella, otros que compartían su naturaleza. El lobo se acercó y la olfateó, y Enid sintió una conexión instantánea.
Wednesday caminaba por el bosque, su paso firme y decidido. No tardó en encontrar a Enid, pero lo que vio la dejó sin aliento. Enid, en su forma licantrópica, estaba junto a otro lobo, y había una belleza salvaje en la escena que incluso Wednesday no pudo ignorar.
- Enid - llamó, su voz más suave de lo que pretendía.
Enid giró la cabeza, sus ojos brillando con reconocimiento. Se separó del otro lobo y se acercó a Wednesday, transformándose de nuevo en su forma humana.
- Wednesday, no sabía que vendrías - dijo, su voz temblorosa.
- Tenía la sensación de que algo no estaba bien - admitió Wednesday, permitiéndose por un momento mostrar su preocupación.
El otro lobo observaba, y Enid se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión. Podía unirse a su manada, explorar esa parte de sí misma que siempre había estado sola, o podía quedarse con Wednesday, con la persona que había cambiado su vida de maneras que nunca imaginó.
- No puedo dejarte - dijo Enid, su decisión clara en su voz. - Eres mi manada, Wednesday.
Wednesday no dijo nada, pero extendió su mano, y Enid la tomó. Juntas, regresaron a la academia, el silencio entre ellas lleno de palabras no dichas pero sentidas profundamente.
La noche se desvanecía, y con ella, la magia salvaje que había envuelto a Enid. Pero algo había cambiado. Wednesday había salido a buscarla, había mostrado una faceta de sí misma que Enid nunca había visto. Y Enid había elegido a Wednesday por encima de todo lo demás.