El favor de Antín

511 31 0
                                    


El atractivo principal de la oficina era la panorámica vista al patio; asquerosamente hacinado. La comparación casi ridícula entre esa villa y la tan confortable oficina de Antín dejaba entrever la baja vara de humanidad de aquella institución penitenciaria. Un escalofrío recorrió la espalda de Emilia al comenzar a imaginar cada uno de sus días a partir de su sentencia, pero, después de unos segundos, decidió sacudir los malos pensamientos de su mente y se concentró nuevamente en la voz de quien alguna vez había sido su profesor.

—...homicidio múltiple, alevosía, ensañamiento, premeditación... estás hasta la pija, Geller —comentó Antín, lanzando la sentencia sobre el escritorio—. Mi alumna estrella se va a comer treinta años.

Emilia le sostuvo la mirada un poco más. La realidad es que no tenía humor para aguantar boludeces a esa hora de la mañana.

—Seis oficiales —seguía diciendo Antín, mientras recorría el fondo de su oficina de un lado a otro—. Lucena era un hijo de mil putas. Se merecía que lo hagan mierda, que lo corten todo a ese viejo tragaleche...

— El único penal que aceptó el traslado es el de Ezeiza —explicó Emilia, enderezándose en la silla, tratando de que Antín dejara de putear y le prestara atención. Así fue. Sergio dejó de caminar y se dio vuelta a mirarla, entrecerró los ojos y dejó caer su peso apoyando las manos en el respaldo de su silla.

—¡Qué hijos de puta! La mujer de Lucena es la directora del penal de Ezeiza. Esa conchuda va a hacer que te maten como a un pollo.

—Necesito que me ayudes, Sergio —dijo Emilia, parándose para quedar a la altura de él—. Me está asesorando Martínez, dice que me pueden trasladar acá si intervenís.

—¿Acá querés venir? Te cogen entre todos. En fila van los negros estos de mierda. ¿Sabés hace cuánto no ven a una mina de verdad estos soretes?

—Yo sé que es peligroso, pero si estoy bajo tu protección voy a poder zafar. Es arriesgarme o morirme en Ezeiza.

—O sea que ahora tengo que conseguirte el traslado y además cuidarte el culo acá adentro. Pero la puta madre, Geller. Esto es un quilombo.

Emilia empezó a caminar nerviosa por la oficina. Dependía de Antín al 100%. Era la única opción viable que tenía para vivir un par de años más.

Emilia había estudiado criminalística tres años atrás en la facultad de policía, y Sergio Antín había estado a cargo de varias cátedras durante años. Tuvieron una buena conexión y, rápidamente, Emilia se convirtió en la alumna que superaba con creces las expectativas. Ella sabía que si había alguien con los suficientes contactos y la moral lo bastante distorsionada como para lograr cualquier cosa, ese era Sergio Antín.

—Es la última carta que me queda, Sergio.

—Ay, Geller. Geller... Geller... —se rascó la cabeza con fuerza y caminó hacia Emilia. La agarró de los brazos con firmeza y la observó de cerca—. Contá conmigo.

Colombia - el marginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora