El castigo del ladrón

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El humor de Emilia había empeorado bastante después de su primera visita. Se sentía culpable, triste, resignada. Una mezcla horrible de emociones.

Colombia no había vuelto a hablarle desde la sala de visitas. Se limitaba a observarla del otro lado del pabellón mientras ella jugaba al chinchón con Diosito.
El día había avanzado bastante aburrido, lo único interesante fue la visita al pabellón trans, donde conoció a las chicas y pudo charlar amenamente un rato con gente que no parecía estar tan mal de la cabeza como el resto.
- Me está' haciendo trampa vo' -le recriminó Diosito cuando Emilia terminó el juego una vez más-. Era' mi amiga, Emi. Me está' re traicionando...
La chica se rió un poco al ver la expresión por demás dolida del rubio. En el poco tiempo que llevaba adentro, era el que mejor le caía de la banda. Un chabón tan inocente y macabro a la vez que se hacía divertido. Aunque tenía unos mambos que mamita querida. Se notaba que se le podía volar la chaveta en cualquier momento.
- Dale, repartí -lo apuró tirándole el mazo.
- Ah, siempre me hacé' repartir a mí, wacha...eh, Barny, ¿o no que me está re cagando?
El grandulón que veía el juego sentado en la misma mesa se rió de su compañero, mientras cebaba mates a los participantes.
- Jugás como el orto, Dios -le respondió salteándose la vuelta del mate y pasándolo a la mujer. Causando que el teñido se enoje todavía más.
- Así son todo', no confío má' en ustede' yo... ¡Eh, Moco! ¿De dónde vení' vo'?
Emilia vio a Cristian llegando al pabellón, con un paquete de gomitas en la mano. Dios enseguida se olvidó del juego y empezó a interrogar al joven, a lo que Emi aprovechó para levantarse de la silla y dirigirse hacia su cama. Poniéndose más cerca del colombiano.
James la siguió con la mirada desde su propia cama y se sentó en sentido contrario a ella, pero giró medio torso para hablarle.
- ¿Así que ese marica del comedor es su noviecito? No la hacía cogiéndose a un bobolón... -volvió a darle la espalda y se puso a afilar una faca.
La chica quedó tiesa ante el comentario, acomodándose incómoda sobre el colchón y mirando al techo corroído por la humedad.
- ¿Qué te importa a quién me cojo, Colombia? -le dijo después de un ratito en silencio.
El tipo se dio la vuelta nuevamente, se puso de pie y se arrimó, ocupando gran parte de su campo visual. La miró desde arriba.
- Ya le dije, mamacita. Dígame James -exclamó bastante serio, después se dio la vuelta para dirigirse a sus compañeros -. Ya es la hora.

•••

No sabía cómo pero se había dejado convencer por Diosito de acompañar a la banda a ajustar cuentas con un chorrito. Se puteaba mentalmente por no haberse quedado en el pabellón, pero lo iban a llevar a Cristian y le daba un poco de lástima. No había hablado mucho con él, pero era un pibito que no entendía nada y en la mano de este grupo de delincuentes iba a terminar en cualquiera. Seguramente ella también.
No sabía si decir algo o dejar que el silencio continúe reinando en el camino. Sentía un hormigueo recorriéndole el cuerpo. Estaba muy nerviosa por la secuencia seguramente violenta que iba a vivir.
- Me parece que me voy... -murmuró deteniendo sus pasos.
- Nah, Emi. ¿Qué te va' a ir vo'? -le dijo Diosito rodeandole los hombros con mucha fuerza-. Se van a bautizar ustedes ahora...
Dejó que la fuerza de Diosito guíe su camino hacia el laboratorio. Racionalmente quería evitar toda esa secuencia pero había algo en ella que la hacía seguir. Algo que hacía que no se ponga a discutir para volver al pabellón. Sentía una especie de rara adrenalina que además de ponerla nerviosa, la asustaba un poco.
Se escuchaban ruidos mínimos adentro del laboratorio, pero los suficientes para indicarles que había alguien ahí. El chorrito.

Esperaron cautelosos junto a la salida, el chico no tardó mucho en aparecer. James fue el primero en enfrentarlo.
- Gonorrea. Berraquito hijueputa -le gritó agarrándolo del cuello.
- ¿Qué? Nos iba' a robar el laboratorio, la concha de tu madre -le siguió Diosito encajándole una trompada. Del bolsillo le sacó una bolsita de merca, que se la tiró a Cristian-. Tomá, Moco. Cien por ciento colombiana.
A pesar de que el pibe se trató de escapar, no obtuvo un buen resultado. Barny lo bajó de una piña, arrastrándolo después hacia el interior del laboratorio.
Emilia y Cristian siguieron a los hombres, que rodeaban al pibito preparados para volver a darle.

Diosito y James empezaron con la segunda parte de la paliza, revolcándolo de acá para allá. Emilia se quedó parada en el mismo lugar, mirando toda la secuencia y esperando que terminen. Se acercó a Cristian cuando lo vio removerse nervioso en su lugar, lo agarró del brazo consolándolo y él le regaló una mirada de agradecimiento y miedo a la vez.

- ¡Vení, Moco! Dale vo' -le dijo Diosito arrancándolo de al lado de ella y llevándolo hasta el pibe de la sub21, que estaba en el piso totalmente quebrado por los golpes.

- Dejalo, boludo. Háganlo ustedes -habló Emilia corriendo atrás de Dios.

- No. No. ¡El Moco se tiene que hacer hombre! -le respondió el rubio, corriéndola de la escena-. ¡Y vo' también, eh!

- A mí no me rompas las pelotas, nene.

Diosito la ignoró complemente, continuando con sus gritos fervorosos alentando a Cristian. Probablemente por los nervios, el joven pareció exaltarse por demás. Los golpes se volvían cada vez más salvajes sobre el rostro del sub21. La sangre manchaba los puños de Cristian. Uno. Dos. Tres. No se terminaba más.

- Te toca a vo', Emi. ¡Dale! -. Diosito la agarró del brazo tomándola desprevenida-. Dale, mandale. ¡Pegale!

- Salí -se revolvió ella para tratar de salir del agarre del teñido-. Dejame, la concha de tu madre.

El agarre de Borges era fuerte, estaba casi lastimándola. Estaba desquiciado entre la merca y la adrenalina de castigar a un villerito. La morocha se cayó al piso en el intento de soltarse. Los gritos a su alrededor cesaron un poco, mientras Cristian le seguía pegando al boludo, James y Barny la miraron.

- ¡Pero qué hace, huevón! -gritó James cambiando la expresión de satisfacción que había tenido hasta el momento por una de enojo-. ¡No ve que es una señorita!

El colombiano llegó a su lado, tomándola por debajo de las axilas y poniéndola de pie como si ella no pudiera hacerlo por su cuenta.

- ¡La concha de tu madre, pelotudo! -puteó al menor de los Borges empujándolo con fuerza, pero a él no pareció afectarle mucho.

- Eh...perdón. No quería que te caiga'. Quería que... ¡eh, Moco! Ya está.

Cristian se alejó del villero, dejando que Barny lo levante del piso con una sola mano y lo tiré arriba de una de las mesas de trabajo. Emilia sabía que la cagada a palos no era el castigo que la banda esperaba para el chorro. Los golpes no eran nada. Ahora se venía el verdadero castigo y no sabía qué esperar. ¿Lo iban a matar?

- A los Borges no se les roba, negro de mierda. ¡Prendé eso, Colombia!

Entonces todo se volvió muy raro para Emilia. El ruido de una motosierra colmó la atmósfera y su mente se nubló ante recuerdos. No sabía qué pasaba. Podía escuchar gritos alrededor. Todos gritaban pero no lograba distinguir qué. Sus ojos captaban las escenas de este presente, de cómo Diosito estaba obligando a Cristian a cortarle los dedos al pibe, pero estas imágenes se entremezclaban con recuerdos de ella misma rebanando a seis tipos. Y también podía escucharlos gritar. Una emoción muy fuerte la inundó. Se sentía como ese día. Adrenalina, casi que sed, le temblaba el cuerpo. Le parecía tan macabro estar esperando ansiosa a que mutilen al chabón. A ver cómo le arrancaban los dedos. La sangre. Los gritos.
Moco caminó hacia atrás empujándola un poco, gritando desesperado y haciéndose pis encima. Lo vio soltar la motosierra y casi que por instinto la agarró. Dió dos grandes pasos hacia la mesa donde Colombia, Barny y Diosito mantenían inmóvil al pibe, y sin dejar de escuchar el ruido de la sierra, la dirigió hacia su mano y le amputó tres dedos.

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