Juan Pablo Borge'

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Capece escoltaba a Emilia y a Dios por los pasillos del penal a la sala de visitas manteniendo una cara de orto intimidante. Los otros dos, sin embargo, quemaban un churro en el camino. Con la voz de Diosito, como siempre, destacando de las demás en el alboroto que se alzaba a su alrededor.

- Y yo te diría que tené' que solucionar esto, amiga -le dijo abrazándola por los hombros. Un gesto que a Emilia ya le empezaba a gustar-. El colombiano estaba te caliente.
- Sí, ya sé...igual me preocupa más Mario... -empezó a contar Emi, que a pesar de saber que Diosito era poco discreto.
- ¿El Marito? -preguntó él frenándose en seco y arrastrando a la chica hacia atrás con él-. ¿Vo' tené' algo con mi hermano?
- Ay, no, boludo. ¡Por Dios! Me refiero a que a Mario no le gusta mucho todo esto, ¿no viste la cara de orto que tenía?
- Ah, por eso... -entendió al parecer el rubio continuando la caminata.
-. Pero el Marito siempre tiene esa cara de culo. Siempre. Desde chiquito que lo veo así...viejo, con cara de culo...y gordo. Siempre fue gordo.
- Pero ya me dijo él. Me dijo que no quiere que distraiga a James de lo importante.
- ¿Eso te dijo? Pero es un chupapijas ese gordo gil -habló enojándose de golpe-. Vo' no le pasé' cabida a esa cosa' que dice el gordo puto ese. Si yo te digo que está todo bien, está todo bien.
Emilia frunció el ceño ante la respuesta de Dios. La realidad es que esperaba que le dijera algo que le sirviera un poco más, pero bueno, le estaba preguntando a Diosito. No le respondió nada y continúo caminando junto a él hasta que llegaron a la sala. Capece le dió un empujoncito hacia adentro y Emilia, dando unos pasos más, logró reconocer dos rostros en una de las mesas. Con una sonrisa se acercó a ellas, sin ser consciente de que Dios le seguía los pasos con la misma sonrisa.
- ¡Ay, no sabía que iban a venir! -les dijo contenta mientras se sentaba, agarrando con la mano derecha a su hermana y con la izquierda a su amiga, Sofía, para darles un apretón cariñoso de saludo.
El ruido que hizo la silla que tenía al lado la distrajo, pero no tardó en darse cuenta que era Diosito. Se sentó a su lado muy cómodamente, mirando a las dos chicas que tenía enfrente con una sonrisa que asustaba un poco.
- ¿Qué onda con las chicas?
Magalí y Sofía lo miraron, aunque las dos parecieron tener percepciones muy distintas al verlo. Mientras la más joven de las Geller le devolvió la sonrisa bastante divertida, Sofía se puso sería y se le notaban los nervios en todas las expresiones faciales.
- ¿Y él quién es? -le preguntó Magalí a su hermana sin dejar de mirar a Dios.
Emilia miró a Diosito y después a las otras dos. Se sentía en una situación muy rara. Pertenecían definitivamente a mundos muy distintos, y la conocían también en ambientes muy diferentes; Magalí y Sofía conocían a la Emilia de siempre, mientras que Dios había sido testigo de lo que el poco tiempo en la cárcel había desatado en ella. Y estaba segura de que no quería que ellas se enteren de las cosas que había hecho ahí adentro, y de ninguna forma eso podía llegar a los oídos de sus padres. Nunca.
- Él es mi amigo...Diosito... -se los presentó Emi con la voz un poco temblorosa-. Ella es Magalí, mi hermana. Y Sofía es mi mejor amiga.
- Un gusto, chicas. La próxima armamo' algo má' piola. No sabía que venían a visitarno'. Pero ustede' me dicen lo que quieren y yo acá adentro se lo' consigo -les dijo él acercando más la silla a la mesa, hablándoles más de cerca-. Podemo' hacer una juntadita, ¿no?
- No nos vienen a visitar a los dos -lo cortó en seco Emilia mientras le ponía una mano en el pecho para que apoye la espalda en la silla y quede más lejos de su hermana-. Me vienen a visitar a mí. No digás boludeces.
- Fua, Emi. So' re ortiva vo'. Ya te parecé' al Marito -se quejó Dios mientras Magalí se empezaba a reír de él-. Corta mambo.
Emilia lo miró con cara de culo y se dio vuelta para prestarle atención a las chicas, ignorando completamente a Dios.
- ¿Cómo estás, amiga? -le preguntó Sofía todavía un poco tensa por la presencia del Borges-. Te extraño un montón.
- Te extrañamos. Las dos -aclaró Magalí todavía un poco tentada uniéndose a la conversación-. Yo te extraño más.
- ¡Mentira! -prácticamente gritó Sofía-. Esta forra lo único que quiere es que le prestes el auto.
- No, yo no dije eso. Yo dije que si pudiera usar el auto de Emi me sentiría más cerca de ella -se defendió Maga haciendo una cara de inocente que no se la creía nadie.
- ¿Qué vo' tené' auto, Emi? -intervino Dios, apoyando los codos en la mesa uniéndose activamente a la discusión.
- Sí, pero veo que ya me lo quieren manguear.
- Y pero si vos no lo vas a usar nunca más -soltó Maga haciendo gestos con las manos.
- Ay, boluda. ¿No ves que sos una forra?
- Sí, qué sé yo. Usalo. Hacé lo que quieras...pagale el seguro, el estacionamiento. Y cargarle infinia que si no se me hace mierda -le dijo Emilia despreocupadamente. Ya había aceptado hace tiempo que todo lo suyo afuera, ya no le pertenecía-. Igual lo vas a tener que compartir con Sofi cuando lo quiera usar. Te lo aviso desde ahora.
Magalí pasó de un estado de emoción a uno de decepción en poco tiempo. Miró a su hermana y después a Sofía antes de empezarse a quejar.
- ¡Pero yo soy tu hermana!
- Yo la conozco muchos años antes de que vos nacieras, pendeja. No me rompas las pelotas -la cortó Sofía mirando de reojo a Diosito.
- Bueno, déjense de joder con el auto. Gonzalo lo estaba usando, eh...se lo van a tener que pedir a él...
- Pero dejemos de hablar de boludeces, chicas -cerró el tema Sofi agarrándola de la mano a Emi-. ¿Cómo estás vos, amiga?
- Bie...
- ¡Chocha está la Emi! -la interrumpió Dios viendo el momento ideal como para que le empiecen a prestar atención-. Están ahí con el James a punto caramelo...igual ahora está todo medio podrido con esto de que la Emi se garchulea a otro ahí afuera...
- Ah, bueno -dijo Magalí acomodándose en la silla y entrelazando sus manos arriba de su regazo con una sonrisa brillando en su cara. Mucha malicia había en esa expresión-. Mirá "la Emi" cómo se porta. Qué feo eso de jugar a dos puntas...no me parece...
- ¡Sí, no sabé'! Está hecha una fiera tu hermanita, ayer a la noche se lo estaba cogiendo al James. Se pensaban que estábamo' todo' dormido' -trató de decir mientras se empezaba a reír gesticulando mucho con las manos-. Yo pensé que se rompía la cama.
Magalí lo acompañó en la risa. Y en cuanto Emilia intentó intervenir en la conversación indignada, Diosito se apuró para callarla con un gesto con la mano y continuar:
- Y le está agarrando la re mano a la cocina ahí en el laboratorio -siguió riéndose y modulando cada vez menos.
Sofía miró a Dios, aunque no lo había dejado de mirar del todo en ningún momento. Estaba completamente callada y la mirada de preocupación y cariño que antes tenía para Emi, ahora se envolvió en una tensión constante. Definitivamente no se sentía cómoda en ese ambiente en absoluto. Emilia, por su parte, miraba a Diosito casi boquiabierta un poco embobada por el faso, otro poco incrédula ante lo que Dios estaba contándoles.
- ¡Cerrá el orto, pelotudo! -le gritó Emilia reaccionando de golpe, sin darse cuenta que había llamado la atención y de los guardias también.
Emilia suspiró pesadamente cuando Capece se acercó a ellos.
- No quiero quilombos acá, Geller -advirtió el pelado para mirarla un rato con los ojos entrecerrados, después se giró hacia Diosito-. Barbie, te están esperando en los cuartos...no sé cómo los negros como vos cogen la verdad...
- Eh, qué bardea', pelado puto.
- Dale, dale -habló la morocha empezando a exasperarse por la visita que estaba teniendo-. Llevalo de una vez, por favor.
Capece empujó a Diosito para que empiece a caminar hacia los cuartos de las visitas higiénicas.
- Cuando quieran nos juntamo', chicas -gritó Diosito de espaldas mientras se iba-. Juan Pablo Borge', por si me vienen a visitar.
Emilia intercambió miradas con Sofía y, las dos al mismo tiempo, miraron a Magalí, haciéndole entender el acuerdo tácito de fingir demencia y continuar la charla como si Diosito nunca hubiese estado.

•••

Las visitas habían terminado hacía rato ya, pero Diosito no aparecía por ningún lado. Emilia estaba parada en la puerta de rejas de la sala, mirando de un lado a otro con la ilusión de que el rubio llegara con un faso en la boca.
- ¿Qué onda, Ramos? ¿Cuánto dura la visita higiénica?
- Depende la de quién -respondió el guardia bastante serio.
Emilia no sabía qué hacer. Podía meterse en los cuartos de visitas para buscar a Diosito o podía volver sola al pabellón. No tenía muchas ganas de arriesgarse por los pasillos de San Onofre sin nada de protección. Había dejado la pistola en el pabellón, muy bien escondida en una parte rota de la pared, atrás su cama. Y definitivamente no se iba a poder defender a las piñas. Por otro lado, tampoco quería cortarle el polvo a Diosito. Era su amigo y sabía que el resto de ellos no tenían mucho acceso a garchar ahí adentro si no era por las visitas.
Soltó un suspiro pesado y miró a Ramos.
- ¿Vos no me podés llevar al pabellón?
- No, nena. Espera acá. No me puedo ir de acá hasta que no venga otro guardia -le respondió secamente el tipo.
- Y bueno, llamá por el handi a otro. A Capece, a Amaya. Qué sé yo.
- ¿Pero qué te pensás? ¿Que estamos a tu servicio? Esperá acá y no rompas los huevos.
La morocha lo puteó por lo bajo y empezó a caminar de un lado a otro a lo largo de los dos metros más próximos del pasillo. Tenía hambre. Quería volver al pabellón a ver cómo estaba todo con James y con Mario también.
- ¿Y no podés llamar a alguno que esté cerca del pabellón para...? -empezó a preguntar Emilia de espaldas a Ramos, pero en cuanto se dio vuelta para enfrentarlo, ya no estaba ahí. No había nadie-. Pero la puta madre.
Emi se apuró a llegar a la sala de visitas y miró por entremedio de las rejas cerradas. Estaba vacío.
- ¿Dónde está este pelotudo?
Sin poder quedarse a esperar, emprendió el camino por los pasillos. No había ningún guardia a la vista.
- ¿Qué pasó? ¿Te perdiste? -se escuchó una voz a sus espaldas.
Emilia se dio vuelta de golpe, hasta encontrarse al villero del patio a pocos pasos de distancia. César.

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