En los pasillos de San Onofre

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Ema Molinari estaba sentada frente a ella con una cara de resaca impresionante. Emilia no sabía si eso era normal, pero le agradaba poder entablar una conversación con alguien que no sea un delincuente.

- Emilia, yo puedo gestionar tu traslado a otro penal. Si explicamos tu situación al juez, estoy segura que te van a asignar un lugar en otra cárcel. No te pueden negar el espacio -explicó Ema cansada, mientras movía nerviosamente los dedos en el escritorio.

- No necesito ningún traslado, gracias. Acá me voy a acomodar... ¿vos estás bien?

Ema levantó la vista para mirarla a los ojos por primera vez desde que empezó la charla. Esa mina se falopeaba, Emilia estaba segura. También estaba segura de que estaba muy pero muy metida. La licenciada se quedó unos segundos en silencio y decidió ignorar olímpicamente la pregunta de Emilia, para seguir tratando de convencerla de irse.

- Pensalo. Estar acá va a ser muy difícil, por más que los Borges te cuiden. Acá todo es mucho más oscuro de lo que parece... -seguía diciendo Molinari.

- Si cambio de parecer, te aviso. Mientras tanto... -Emilia se levantó de la silla y caminó a la puerta.

- Si necesitás hablar, acá estoy.

Emilia asintió y esperó que el guardia abra la reja.

La realidad es que era demasiado pronto para abrirse con Ema. Mucho más con el aspecto de resaca que tenía, no entendía cómo podía ir así a trabajar. Si cuando ella tomaba más de un vaso de vodka terminaba prácticamente desmayada por un día entero, no quería imaginarse si consumía algo como lo que sea que Ema se esté metiendo.

Cuando la reja se abrió, la pelinegra se asomó por los pasillos esperando ver a Diosito y a Cristian, pero ninguno de los dos estaba ahí. No estaba muy segura de qué hacer y se empezó a poner nerviosa.

- ¿Y Borges? -le preguntó al guardia que había vuelto a sentarse.

- Se fue cuando entraste, esperalo acá -le contestó el tipo con cara de orto.

- ¿Querés venir conmigo? -preguntó una voz desconocida a su lado.

Emilia se sobresaltó antes de mirar al tipo que estaba a su izquierda. Era un morocho, apenas más alto que ella. Con unas bermudas de fútbol remangadas y la visera puesta hacia atrás. Se estaba fumando un faso apoyado en la pared. Ella lo miró de arriba a abajo. Una pinta de negro villero impresionante. Era el mismo chabón que le había guiñado un ojo antes en el comedor.

- César -se presentó con una sonrisa pícara.

- Emilia -respondió ella viendo cómo el pibe estiraba la mano y hacía el ademán para que ella haga lo mismo. La aceptó con un poco de desconfianza y sonrió forzadamente.

- Yo te conozco a vos... saliste en la tele y todo. La achura-ratis -después de decir esto último César se rió y a Emilia le cayó como el culo.

- También achuro pelotudos. Tené cuidado.

Antes que César pudiera responder, Capece apareció atrás de él.

- Ya estás molestando a la piba, negro villero. Tomátela de acá, dale. Dale. Dale -empezó a decir Capece mientras le pegaba a la reja con la macana.

- La concha de tu madre -puteó César al pelado antes de irse.

- Vamos, Geller. Te llevo con Antín -le dijo Capece y antes de irse se giró al guardia que seguía sentado-. ¿Y vos, pelotudo? No sabés que a la piba hay que cuidarla, dejás que se le acerque el villero.

Emilia estuvo contenta todo el camino hacia la oficina del director. La emocionaba entrar en un lugar limpio y sin olor a meo. Además, estaba segura de que le iba a poder pedir algo para comer y así se evitaba la comida de mierda que seguramente iba a tener en el comedor. La secretaria de Antín la recibió con una sonrisa, golpeó una vez la puerta y la abrió muy rápido.

- ¡Pero la puta madre, nena! ¡Esperá a que te diga que pases! Siempre lo mismo... ¿qué pasa ahora?

La mina puso cara de culo y la empujó un poco hacia adentro, como para que sea ella quien se coma la cagada a pedos.

- Geller está acá.

- Sí, la estoy viendo -respondió Antín un poco histérico. La secretaria salió de la oficina y Sergio y Emilia se quedaron-. Vení, sentate. Mirá.

La pelinegra caminó hacia el escritorio entusiasmada al ver un pollo al spiedo y una bandeja de papas fritas.

- Pará, ¿entonces?

- Entonces que esta conchuda está acá rompiéndome bien las pelotas -dijo Antín mientras terminaba el vino que le quedaba en la copa. Sergio había estado todo el almuerzo explicándole la situación que tenían con Estela Morales-. Vos tenés que tener cuidado con lo que decís. Esta forra te va a querer sacar de acá.
- Me odia Morales, ya la conozco -le dijo Emilia mientras terminaba su cuarta copa de vino.
- ¿Con Borges todo bien o tengo que poner en capilla a alguno?
- Todo bien, no te preocupes.
- Vos dejá de escabiar que vas a terminar en el patio con los villeros -dice Antín sacándole la botella de vino antes de que se vuelva a servir y dejándola del otro lado del escritorio-. ¡Capece!
Con la panza llena y bastante alcohol en sangre, Emilia se paró para ir hasta la puerta. Sintió como si el vino que había tomado se le subía de golpe y se le ponía roja la cara. Capece abrió la puerta y dejó pasar a la chica. Pero no era éste quien la iba a escoltar hasta el pabellón, sino el colombiano que la había venido a buscar.
- Vamos, reinita -le indicó con una sonrisa coqueta empezando a caminar al lado de ella-. No sé qué le huele más, si el perfume o el vino.
Emilia se rió un poco en pedo y trató de caminar lo más derecho posible junto con James. Empezó a mirar el perfil del hombre y no tardó en notar lo atractivo que éste era. Desde que había entrado trataba de mantenerse reservada y con el perfil lo más bajo posible incluso con los Borges, pero el vino estaba haciéndola liberarse un poco. Un poco bastante.
- Es la primera vez que la veo reírse en todo el día, mi reina -le dijo mirándola, Emilia rápidamente desvió los ojos hacia adelante. La mirada del colombiano la intimidaba un poco.
- Vos también tendrías que tomarte un vino, Colombia.
- Dígame James -le murmuró bajito cerca del oído haciendo que Emilia sienta el calor subir todavía más por su cuerpo. El colombiano sacó un porro y se lo dió junto a un encendedor plateado-. Tenga el honor.
Emilia lo miró, los ojos negros le brillaban y le estaba sonriendo, sabía que si lo seguía mirando así las cosas podían terminar medio raras. No estaba con todos sus sentidos 100% lúcidos. Por lo que agarró el faso tocándole por demás la mano y lo mechó.
- Qué rico -dijo después de darle la primera seca, sintiéndole el gusto a flores re fuertes-. Tenía miedo de que sea paraguayo.
- Eso es para los negros del patio.
Emilia tardó un rato en pasarle de nuevo el porro, lo fumó por la mitad y se sintió un poco culpable cuando se lo devolvió. Pero hacía bastante tiempo que no podía fumar un faso y se dejó llevar un poco por el vino.
- Uy, así me gusta, princesa. Que no sea de esas que se mantienen con la cara lavada...
Emilia no entendió mucho pero siguió caminando al lado de él hasta que César y otro pibe morocho se le cruzaron por el pabellón. César la fichó de arriba a abajo.
- Te iba a invitar al patio antes de que llegue el pelado puto. Hay una fiesta a la noche.
Emilia se lo quedó mirando. De verdad flasheaba éste que iba a ir con él que ni lo conocía a meterse al patio con todos los negros. Era un lindo pibe pero no le estaba hablando porque quería ser su mejor amigo, le hablaba porque era la única minita del penal. Quería garchar. Él, el morocho que estaba con él, el enano y todo el patio junto. Pero antes de que pueda decir algo, el colombiano, que parece que no le gustó un choto que César le hablase, se adelantó a ella y se le paró enfrente.
- ¿No le quedó claro hoy en el comedor? Ella está con nosotros, gonorrea. Vaya a cogerse a los travas, weón.
César caminó hasta quedar muy cerca de James, mirándose cara a cara.
Se empezó a poner nerviosa. Se iban a pelear otra vez. No era una pelea callejera común, acá medio que se mataban para terminarla. Y con la suerte que tenía seguro quedaba en el medio y le metían un facaso a ella.
- Circulen, soretes -los retó un guardia caminando a paso lento al lado de ellos -. ¡Vamos!
Suspiró aliviada y lo agarró a James del brazo y lo empezó a arrastrar hasta el pabellón. Él se empezó a reír, se soltó de su agarre y le pasó el brazo por los hombros.
- ¿Se asustó, reinita?

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