Visitas tensas

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El colombiano tenía un cuerpo atlético que se notaba muy bien desde la retaguardia. No quería mirar, pero se estaba quedando igual.
- ¿Están cogiendo que tardan tanto? -el guardia que estaba en la puerta entró hablando en voz muy alta.
La repentina aparición la tomó por sorpresa, tanto a ella como al colombiano, que al darse vuelta vio a la chica que había estado observándolo.
- Geller, tenés visita. Apurate, dale -le dijo el penitenciario mirándola de arriba a abajo con lascivia.
- Ahora voy -le respondió ella caminando hacia atrás para volver a su ducha.
- Vestite. Dale.
- Salí que me pongo la ropa.
- Ponétela ahora. Con todos lo que te van a ver el culo acá... a ver...
El guardia empezó a caminar hacia la morocha pero James con un toallón alrededor de la cintura se le atravesó en el camino.
- Le dijo que salga, marica. ¿No entiende o qué?
El uniformado lo miró a Colombia, enfrentándolo.
- Cerrá el orto, colombiano puto. Estoy hablando con la piba.
- ¿Quiere ver ésta también, huevón? -lo retó James agarrándose el miembro por encima de la toalla.
El gorrudo sacó la macana y la puso en alto.
- Eu, basta -empezó a decir Emilia acercándose nuevamente a los dos hombres-. Esperá afuera vos, o hago que Antín te raje a patadas en el orto.
El tipo los miró a ambos y salió después de insultarlos.
- La próxima dejo que entren todos los villeros a romperte el culito, nena.
Colombia se disponía a seguirlo pero Emilia lo agarró del brazo. Éste se dio vuelta y la observó. Se mordió los labios y le sonrió coquetamente.
- Me espiaba... ¿le gustó o qué, mamacita?
- No seas boludo -lo cortó rápido ella, dejándolo ahí parado y volviendo a la ducha para vestirse-. Salí cuando lo escuché al rati.

•••

Emilia entró en la sala de visitas dirigiéndose directamente al hombre joven que la esperaba sentado con entusiasmo en una de las mesas. Al verla, se puso de pie y la envolvió en un abrazo.
- ¡Sin tocarse! -ordenó uno de los guardias.
Los dos jóvenes se sentaron enfrentados en la mesa. El chico le tomó la mano y la sostuvo con fuerza.
- Te extrañé muchísimo, amor -murmuró acariciándola con el pulgar.
- Yo también.
A la pelinegra se le hacía un poco raro expresar ahora. Desde que la arrestaron sabía que era el fin de su relación. Ésta era la primera vez que veía a su novio en semanas y no sabía cuán pronto podría ser la última. Porque sabía que iba a haber una última vez. Gonzalo no iba a visitarla durante treinta años, incluso no entendía cómo se había animado a meterse en el penal a verla.
- Te traje el desayuno -. De una bolsa de papel sacó un gran baggel y un vaso de café con la tapa puesta-. Es de jamón crudo y palta.

Emilia sonrió y agarró el sándwich para darle un mordisco. Se acomodó en la silla y continuó desayunando en silencio bajo la preocupada mirada de su novio.

- ¿Cómo estás? Sigo pensando que es una locura que te hayas metido acá...

- Basta, Gonzalo. Ya lo hablamos.

El hombre suspiró y puso un bolso arriba de la mesa, para después abrirlo y empezar a mostrarle las cosas que le había traído. Parecía haberle puesto mucho esmero, porque todo estaba separado y muy bien organizado.

- ¿Me trajiste cigarrillos? -le preguntó ella inspeccionando por arriba con la vista sin dejar de comer -. Necesito un acolchado. Sábanas, almohada, un colchón...

La visita estaba siendo bastante incómoda. Hacía casi un mes que no veía a Gonzalo y tampoco es que hayan estado tanto tiempo juntos antes de eso. Lo quería, sí. Pero en su mente estaba plantada la idea desde el momento en que le dieron la sentencia. La relación no iba para ningún lado. Emilia no iba para ningún lado. Le quedaba mucho tiempo atrás de las rejas, toda su vida prácticamente. Ningún novio, por más amor que le tenga, iba a visitarla durante tantos años. Pero Gonzalo, en cambio, vivía como en una realidad paralela. Y seguía queriéndose convencer, no sólo a ella, sino a sí mismo que esto era pasajero. Que por algún motivo, Emilia iba a salir en libertad nuevamente y él volvería a pasarla a buscar todos los viernes para llevarla a cine. Eso a la morocha le causaba un poco de ternura, un poco de bronca también. Sabía cómo funcionaban las cosas. Sabía que Gonzalo se iba a ir. Tarde o temprano pasaría. No quería ilusionarse con un amor que nunca iba a ser.

- Tenía tantas ganas de verte... -le dijo él en un tono suave, acariciándole la mejilla con el pulgar-. No sabés la falta que me hacés...

- ¿Cómo está todo? ¿Mis papás? ¿Mi hermana? -preguntó Emilia tratando de no mirarlo mucho. No quería sensibilizarse tanto.

- Tus viejos bien. Bah, como pueden. Sobrellevándolo. Como yo. Como todos -respondió Gonzalo removiéndose en su asiento un poco molesto-. ¿Qué te pasa? Te vengo a ver después de todas esas semanas sin escucharte hablar y estás ahí.

- No te entiendo -. Sí que entendía. Sabía muy bien a lo que se refería.

- Parece como si te diera igual.

- Gonzalo, estoy presa. ¿Qué querés que haga?
L

a tensión y el silencio del momento se vieron perturbados por un conocido tono de voz colombiano saludando desde la entrada del lugar. Emilia no pudo evitarlo, se giró a mirar. Ahí estaba James, caminando hacia la mesa que estaba detrás de ellos, donde una chica joven, que parecía provenir del mismo país que él, lo esperaba sonriente. Él llegó y se ubicó frente a ella, tomándole las manos. ¿Quién era esa piba? Enseguida empezaron una charla bastante entusiasmados.
- ¿Podremos entrar al cuarto de visitas? Así aunque sea te puedo abrazar... -la voz de Gonzalo la trajo de vuelta.
Se empezó a imaginar la dichosa pieza de las visitas higiénicas. Donde todos los reclusos se metían a garchar. Uno tras otro. Las sábanas ásperas y húmedas, seguramente manchadas con fluidos y transpiración. La baranda que debería tener ese lugar no quería ni pensarla. O los guardias, viniendo a apurarte para que otro pueda pasar a ponerla. También se imaginó de los detalles que podría perderse de la visita de James. No sabía si la estaba atrayendo el chisme o si era el pensar que ese cuerpo desnudo que había visto en las duchas tenía una "dueña".
- Gon, ¿sabés lo que es ese lugar? Es un asco. Lo usan todos los villeros para garchar. Hay que hacer una fila atrás y te separa una cortina nada más -le comentó con la mejor cara de asco que pudo poner.
Gonzalo se reclinó hacia atrás en la silla y poniendo una cara de orto terrible. Pero cuando la visita parecía eterna, James se puso de pie y se dirigió directamente hacia ella.
- ¿Nos vamos o qué? -dijo en un tono bastante seco mirándola solo a ella.
- ¿Ahora? Queda casi media hora todavía -intervino el chico que tenía adelante.
- No me puedo mover sola por acá, Gonzi.
James soltó una risita en voz baja, pero la burla se le borró de la cara cuando lo escuchó a Gonzalo empezar a quejarse.
- ¿Y no te puede esperar afuera? No sé, diez...quince minutos más. Es tu horario de visita... manejé dos horas, gorda...en el trabajo tuve que...
- ¿Pero qué se cree, marica?- lo cortó James apoyando las palmas con fuerza en la mesa y agachándose hasta quedar a su altura. Cara a cara-. ¿Me toma de niñero o qué, gonorrea?
- ¡Atrás! -ordenó Capece acercándose a la mesa con la macana en la mano.
Emilia vio como Gonzalo empezaba a ponerse pálido y sin perder más tiempo, se puso de pie rápidamente, agarrándolo del brazo al colombiano.
- Vamos, James -le dijo haciendo fuerza para alejarlo del chico-. Ya está. Vamos.
- Dale, salí de acá, colombiano. Salí de acá que te saco a patadas en el orto -amenazó Capece empujándolo hacia atrás.
James pareció relajarse por un momento, le dio una última mirada a Emilia y caminó hacia los pasillos del penal, con la chica pisándole los talones.

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