En la enfermería

427 40 0
                                    

En la oficina de Antín, el ambiente era tenso pero familiar. Emilia se sentaba frente al escritorio, picoteando su comida mientras Antín la observaba con una expresión mezcla de preocupación y reproche.

—¿Cómo andás, Geller? —preguntó Antín, rompiendo el silencio.

—Bien, todo bien —respondió ella, sin levantar la mirada del plato.

—¿Y el psicólogo? ¿Estás yendo, no?

Emilia hizo una pausa, su mente buscando las palabras adecuadas.

—Sí, sí, estoy yendo. Me ayuda la terapia.

Antín asintió, pero su cara mostraba que no estaba del todo convencido.

—Me imagino, si no te ayudara... tendría a medio patio mutilado.—Dejó el tenedor en el plato y la miró directamente—. Entraste hace poco y ya te metiste en todos los quilombos posibles. ¿Qué mierda estás haciendo?

Emilia levantó la vista, encontrando la mirada severa de Antín.

—Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir acá, Sergio.

Antín se rió, pero sin humor.

—¿Cortarle los dedos a uno de los villeros del patio? Eso es más que sobrevivir, eso es meterte en un quilombo de aquellos.

Emilia sintió un nudo en el estómago, pero se obligó a mantener la compostura.

—Ya probé la merca nueva de Borges. Impecable. -Antín arqueó una ceja, sin dejar de mirarla fijamente-. Me dijo Tubito que te enseñó el proceso. Fue tu idea, ¿no? Merca líquida.

—Borges vino con eso —le respondió rápido la pelinegra, tomando un poco del vino tinto que Sergio le había servido.

—Sí, pero la idea se la diste vos.

Emilia tragó saliva, sintiendo la presión de las palabras de Antín.

—Y encima entro acá, me siento en el sillón a ver las cámaras, ¿y qué veo? Te veo a vos transándote al colombiano de mierda ese. ¿Qué estás haciendo, boluda?

—Es complicado estar acá adentro —respondió ella sin hacerse mucho problema, tomando la botella de vino para servirse más.

Antín soltó una risa sarcástica.

—No me interesa lo complicado que sea. Lo que me interesa es que no te metas en quilombos, porque después para sacarte de esos quilombos me tengo que meter yo. Seguí yendo al psicólogo y dejate de joder.

Emilia asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Antín.

—Lo entiendo, Sergio.

Antín se recostó en su silla, su expresión relajándose un poco.

—Eso espero. Y no te olvides que acá somos vos y yo. No quiero sorpresas ahora que te estás haciendo tan amiguita de los Borges.

—No va a haber sorpresas. Mi lealtad siempre va a estar con vos—respondió ella, decidida.

La comida continuó en silencio, ambos sumidos en sus propios pensamientos. Emilia sabía que debía ser más cuidadosa, que cada movimiento estaba siendo monitoreado. Y aunque no le gustaba la idea de estar bajo el constante escrutinio de Antín, entendía que era una parte inevitable de su vida en el penal.

Un golpeteo en la puerta interrumpió el momento de reflexión individual en el que se habían sumido. Antes de que Antín pudiera responder, Martínez, el abogado de Emilia, entró con su usual aire de confianza.

—Sergio, Emilia, ¿cómo están? —saludó Martínez, acomodándose en una silla sin esperar invitación.

Antín levantó la vista, algo sorprendido.

Colombia - el marginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora