Meterle bala al karma

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Emilia dejó salir el humo por la nariz, todavía junto a James.
—Estaba haciendo una guardia de la científica. Había días que pasaba el tiempo encerrada en el departamento judicial de la policía sin que salgamos a hacer pericias. Ese día fue uno de esos. Estaba con el equipo, seis tipos y yo. Nunca me hubiese imaginado...—le contó Emilia con dificultad, mientras dejaba que el thc libere las divagaciones de su mente—. Yo traté de hacer las cosas bien. Trece denuncias hice, pero desaparecían.  Ni siquiera llegaba a ratificarlas.

James la escuchaba atentamente, aún sosteniéndola por los hombros. El tipo que siempre parecía tener algo para decirle, ahora estaba completamente callado, observándola de reojo.

—Hasta que un día, un año después, fuimos a comer con Gonzalo a un restaurante "Aguas Claras" se llamaba, hasta eso me acuerdo—se rió frustrada ella—. Cayeron dos de ellos, el comisario Lucena y el boludo que lo seguía de acá para allá. Se acercaron para saludarme. Así, como si nada. Sonrientes. Comentándome la buena idea que sería repetir la última guardia.

Emilia le sacó el porro de las manos a James y le dio vida mientras volvía a fumar lo que quedaba. Salió del agarre del colombiano y se giró en el piso para quedar enfrentada a él. James la miraba atentamente, esperando para escuchar lo que ella tenga para decirle.

- Yo supe en ese momento que si no lo terminaba yo, no lo iba a hacer nadie. Pensé en mudarme incluso, pero no iba a poder dormir nunca tranquila sabiendo que seguían ahí. Así que tomé la decisión. Dieciséis días tarde en juntarlos a todos y...hacerlo...no me arrepiento igual. Lo volvería hacer sean cuales sean las consecuencias.

- Usted hizo lo que tenía que hacer -le dijo James mirándola con seriedad, mientras apoyaba la mano en la pierna de Emilia, apretándola con cariño-. Ya no tiene que preocuparse por eso.

Emilia suspiró, dejando que su cabeza cayera suavemente hacia adelante contra el pecho de James, sintiendo su calor a través de la tela de su camiseta. Cerró los ojos un momento, dejando que el silencio se instalara entre ellos, pero su mente seguía girando, atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.

—A veces... tengo miedo —murmuró finalmente, su voz baja, casi un susurro que se perdió en el eco de la cárcel vieja.

James, que la había estado acariciando distraídamente, se detuvo, sus dedos todavía sobre la tela del pantalón de Emilia.

—¿Miedo de qué? —preguntó con un tono suave, intentando no alterar el delicado equilibrio del momento.

—De que el karma me persiga —admitió ella, levantando la mirada para encontrarse con la de él—. De volver a vivir ese infierno una y otra vez. Años y años en este lugar, pensando que lo que hice me condenó a algo peor.

—¿Karma?—preguntó James en voz baja. La mano que estaba en su pierna, se deslizó lentamente por su torso hasta que llegó a su rostro, levantando con sus dedos el mentón de Emilia para mirarla a los ojos—. Si algún problema aparece, le metemos bala y lo mandamos a dormir. Así de sencillo, reinita.

Emilia soltó una risa ligera y sacudió la cabeza, pero su sonrisa era sincera. La presión que sentía en el pecho comenzó a disiparse, reemplazada por una sensación de tranquilidad que solo James parecía poder darle.

—¿Así que a los tiros vamos a resolver todo? —cuestionó ella con un leve sarcasmo.

James asintió con una expresión exageradamente seria, que le arrancó otra risa.

—No quiero que tengas miedo, Emi —murmuró James frente a ella, todavía acariciándole la cara—. Aquí está su parcero para lo que sea. ¿O qué, acaso no le he demostrado que conmigo está más segura que en una iglesia?

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