Capítulo veintitrés

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Martín

—¡Feliz cumpleaños!—saludé con una sonrisa cálida al Gabito y a la Inés, quienes me recibieron con un abrazo emotivo apenas llegué a la mesa.

Fui el último el llegar al club de las abuelitas —donde la Inés obligó al Gabito a que celebraran su cumpleaños—, porque hasta el último momento luché con el impulso que tenía de no venir y quedarme llorando en mi casa.

Porque sabía que iba a verla toda la noche.

—Siéntate nomás, mi chanchito.—el Gabito me agarró de los hombros y susurró en mi oído.—Te guardé un puesto al lado de tu señora.

Mi mirada cayó sobre el puesto vacío y luego sobre la persona que estaba sentada al lado de este, la cual me miraba con una mezcla de inquietud y añoranza. Sentí mi corazón y respiración acelerarse en cuanto logré concentrarme en lo preciosa que se veía y, Dios, deseé con todas mis fuerzas acercarme y decirle que me moría por estar con ella; por poder abrazarla, besarla y sentirla junto a mí toda la vida, sin importar nada.

Pero, mi emoción duró poco, porque cuando mi mirada viajó al lado suyo, sentí que mi mandíbula cayó veinte metros bajo tierra tras ver a nada más ni nada menos que:

Al famoso Matías.

Miré rápido al Gabito y sentí mi mandíbula tensarse antes de preguntar:—¿Qué hace aquí ese hueón?

Yo lo invité.—respondió el Judas, mientras me dedicaba una sonrisa inocente.—Si no te avispai por las buenas, tendrá que ser por las malas nomás, Martín.

¿Teníai que sentarlo al lado suyo?

—Él se fue solito pa' allá.—el Gabriel me miró con diversión.—Es rapidito el cabro.

—Ja, ja, ja.—fingí una risa y fulminé con la mirada a mi mejor amigo.—Rápido lo voy a sacar de la mesa si empieza a huebiar a la Valeria.

Yo que tú, me apuro, porque el cabrito tiene sus encantos igual.—susurró con diversión, provocando que esa sensación de ardor que hace rato no sentía, se atorara en mi garganta.—Si yo fuese la Valeria, ya me habría enganchao'.

¿Este hueón es mi amigo o no?

—Oye,—lo miré ofendido y balbuceé:—no digai esas estupideces.

—Era broma, mi chanchito.—arrugó la nariz y sonrió con ternura antes de abrazarme.—Nadie te podría reemplazar, nunca. Aún así, te diría que fuerai rápido, porque vi que hace un ratito le estaba intentando tomar la mano a tu terroncito de azúcar.

—¿¡Qué?!—exclamé y todos en la mesa me quedaron mirando con atención; solté una risa nerviosa y miré nuevamente al Gabito, para después susurrar:—Cagaste con tu regalo de cumpleaños.

—¡No!—gritó el dramático e intentó retenerme del brazo, pero me escabullí rápido y caminé hacia el puesto vacío al lado de la Valeria.

En el trayecto, sentí la mirada de la Valeria fija sobre mí, pero yo no pude mantenerla. Tenía claro que, si mis ojos se llegaban a encontrar con los suyos, iba a caer rendido ante ella apenas llegara al lado suyo.

Querido tú: ¿Creí en el arte del engaño?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora