Capítulo nueve

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09
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Martín

Observé con atención la imagen que puso el Ian frente a mí desde su celular y luego desvíe mi mirada hacia él para hablar con cierta diversión:

—¿Qué tiene? ¿Estai celoso?

—¿Cómo que "qué tiene", Martín?—abrió los ojos más que de costumbre y acercó aún más su celular a mi cara, donde pude ver con claridad una foto del Emilio abrazando a un cabro.—¿Querí saber dónde está?

—Me da igual.—me saqué el celular del bolsillo y empecé a revisarlo en busca de un mensaje que sabía que no iba a llegar.

—Fue con la Valeria y la Nicole al "club de las abuelitas".—apenas dijo eso, mi dedo dejó de deslizarse por la pantalla y sentí mi respiración cortarse.—Así que dudo que te dé igual.

Desvíe la mirada hacia él y fruncí ligeramente el ceño.—¿Dónde fueron?

—Una vez la Inés fue pa' allá y una viejita casi la casa ahí mismo con su nieto.—el Gabito se sentó al lado mío y habló con diversión:—Esas abuelas son terrible peligrosas.

Así es como un lugar que antes solía ser de reunión para que las personas de la tercera edad fueran a disfrutar de la vida, se convirtió en un espacio de citas donde las abuelitas hacen de cupido.

—¿Qué tanto?—me hice el desinteresado, mientras volvía a mirar mi celular.

—Es imposible resistirse a los encantos de las abuelitas.—el Ian se sentó a mi otro lado y pasó su brazo por mi hombro.—Así de peligrosas, hermano.

—Con razón la Nicole subió esta historia...—el Gabo puso la historia que había subido la Nicole y le arrebaté el celular de las manos.

—"Hoy llegamos sí o sí con gatitos a la casa."—leí y sentí mi garganta arder, así que me pasé la mano por el cuello y las clavículas.—¿Qué...?

—De seguro una viejita ya le consiguió algún gatito...—el Ian suspiró y yo me levanté rápido del sillón, para luego mirarlos con cierta inquietud.

—Quizás al Emilio también.—intervino el Gabo con diversión, provocando que el Ian desviara rápido su mirada hacia él.—Yo solo digo...

—¿Sabís qué deberíamos hacer?—preguntó el Ian, mientras se levantaba del sillón y agarraba del brazo al Gabo.—Ir a conseguirte una polola.

—No, yo no quier...

—Buena idea.—agarré del otro brazo al Gabito y empezamos a caminar hacia afuera.—Sé de un lugar perfecto pa' eso.

Salimos y tomamos la primera micro que pasó hacia el lugar donde estaban las chiquillas y el Emilio. Cuando llegamos, caché que había harta gente afuera, pero casi no se podía distinguir a nadie por lo oscuro que estaba.

—Ahora me siento de la perra.—dijo el Ian con arrepentimiento, mientras se pasaba la mano por la frente.—No deberíamos haber venido, cabros.

—Ya me trajeron hasta acá, yo no me pienso ir hasta conseguir polola—el Gabo empujó al Ian por los hombros, mientras yo miraba con cautela las sombras que se veían afuera por si reconocía alguna silueta.

Querido tú: ¿Creí en el arte del engaño?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora