-Un amante de los libros.- dijo. Sonriendole a Troya. -No me dijiste eso Jace.
-Creo que no tuvimos oportunidad de hablar de libros mientras casi moría. - Troya le respondió. -Pero tienes razón, Jace debió decírtelo.
Jace rió entre dientes. El hombre la miró con leve diversión.
-No hemos hablado mucho durante nuestra corta relación. - Jace le dijo, aunque estaba seguro que ya no tendría tanta gracia porque Troya se le adelantó. -Me temo que nuestros hábitos de lectura no salieron a relucir.
La pelinegra lo codeó suavemente y le lanzó una mirada llena de maldad, pero esa maldad buena, como la refleja un niño antes de decir trasero.
-¿Cómo lo sabes?.- preguntó al hombre que había tras el escritorio. -A que me gustan los libros, ya sabes, no dije nada sobre eso.
-La expresión en tu rostro cuando entraste. - respondió él, poniéndose de pie y saliendo de detrás del escritorio. -No se por qué, pero dudé que te sintieras tan impresionada por mi persona.
Troya se sorprendió cuando él se levantó. Por un momento le pareció que era curiosamente deforme, con el hombro izquierdo encorvado y más alto que el otro. A medida que se fue acercando, vio que la joroba era en realidad un pájaro, cuidadosamente posado sobre su hombro; una criatura de plumas lustrosas con brillantes ojos negros.
-Éste es Hugo. - presentó el hombre, tocando al ave posada en el hombro-. Hugo es un cuervo, y como tal, sabe muchas cosas. Yo, por mi parte, soy Hodge Starkweather, profesor de historia, y como tal, no sé ni con mucho lo suficiente.
Troya rió un poco, aún con desconfianza, estrechó su mano.
-Troya Fray, pero supongo que Jace como buen chismoso ya se lo dijo.
-Hey no soy chismoso. - Jace se quejó.
-Encantado de conocerte. - Respondió él, ambos ignoraron la queja del rubio. - Me sentiría encantado de conocer a cualquiera capaz de matar a un demonio rapiñador con sus propias manos.
-Como le dije a Isabelle, no fue intencional, solo estaba evitando morir. - se encogió de hombros con desinterés.
Había estado tan cautivada con los libros y distraída con Hodge que no había visto a Alec tumbado en un sofá rojo junto a la chimenea apagada.
-Ya decía yo que no era posible que ella matara un demonio. - dijo
Estaba demasiado ocupada contemplandolo fijamente. Como era tan diferente a su hermana, le fascinaba el parecido entre otros hermanos, y en aquellos momentos, a plena luz del día, podía ver exactamente lo mucho que Alec se parecía a su hermana. Tenían el mismo cabello negro azabache, las mismas cejas finas que se alzaban en las esquinas, la misma tez pálida y ruborosa. Pero donde Isabelle era toda arrogancia, Alec permanecía desplomado en el sillón como si esperara que nadie advirtiera su presencia. Sus pestañas eran largas y oscuras como las de su hermana, pero allí donde los ojos de ella eran negros, los de él eran del tono azul oscuro del vidrio de una botella.