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Las lámparas de gas estaban encendidas en la biblioteca, y las lustrosas superficies de roble del mobiliario brillaban como sombrías joyas. Surcados de sombras, los rostros austeros de los ángeles que sostenian el enorme escritorio aún más llenos de dolor.

Un fuerte y doloroso recuerdo pasó por la mente de la pelinegra.

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Un niño estaba sentado en un sofá rojo, en el suelo sentada de espalda a él, había una niña pelinegra. el niño le estaba haciendo una trenza.

-Alec ¿Crees que los ángeles existen? - la niña le preguntó mientras veía los rostros adoloridos de los ángeles que sostenian la mesa en la biblioteca.

-No lo sé, pero me gusta creer que sí. - El niño estiró la mano pidiéndole a su hermana que le tendiera la cinta para atar la trenza.

-A mi no. - Le dijo en un suave susurró y volteó a verlo cuando el niño dio unos suaves golpecitos en el hombro dando por entendido que terminó de peinarla. -Todas las imágenes o pinturas que he visto sobre ángeles, son tristes. Siempre están llorando o parecen lastimados. Creo que prefiero que no existan a que lo hagan pero no sean felices. - La niña se sentó al lado del pelinegro y este la abrazó por los hombros.

-Eres muy dulce Eli, pero recuerda que el dolor hace parte del camino. A veces aprendemos a través de él. No le temas al dolor, simplemente aprecialo y no cometas los mismos errores para que no vuelva a doler. - La niña abrazó al pelinegro y le sonrió.

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-¿Troya? - Jace se preocupó cuando la vió mirando a la nada, completamente quieta, no reaccionaba a sus llamados. -Troya. - la movió por los hombres en un intento de hacer que despabilara.

Troya inhaló aire con fuerza, de repente un sentimiento de asfixia la invadió y se transportó a aquel recuerdo.

-¿Qué te sucedió? - El rubio le preguntó preocupado y la ayudó a sentarse sobre el sillón rojo. Troya se sentó con las piernas dobladas bajo la barbilla; Jace permaneció apoyado nerviosamente en el brazo del sofá junto a ella.

-Estoy bien. - Dijo luego de unos minutos de silencio. -Creo que recordé algo. - Sintió un nudo en el estómago que le causó náuseas.

-¿Qué recordaste? - Jace le preguntó con sumo interés. Antes de que la chica pudiera responderle Hodge emergió de detrás del escritorio, sacudiendo el polvo de las rodillas de los pantalones.

-Lo he encontrado.

Sostenía un enorme libro encuadernado en piel marrón. Fue pasando páginas con un ansioso dedo, pestañeando como un búho desde detrás de sus gafas y mascullando.

Mistress Of WarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora