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-Eres una niña Clar, es mi deber protegerte. - Troya intentó acercarse pero la pelirroja retrocedió. -Encontraremos a Jocelyn, pero no creo que podamos hacerlo solas. - le dijo con suavidad intentando que su hermana entrara en razón.
-¿Siquiera te importa? - Gruñó con amargura hacia su hermana mayor.
-Claro que me importa, también es mi madre. - se cruzó de brazos con sus facciones bañadas en indignación.
-¡Ni siquiera la llamas mamá! - Se acercó a la pelinegra con intenciones de volver a empujarla, pero ésta retrocedió sin permitírselo. -Siempre la has odiado, desde el accidente te comportas como una perra con ella. - En cuanto las palabras salieron de su boca, Clary se arrepintió.
-Me rindo. - Troya susurró tratando de ahuyentar el horrible nudo que se instaló en su garganta y sin importarle quienes estaban en el lugar salió de la biblioteca.
Troya caminó por los oscuros pasillos un largo rato hasta que sintió algo esponjoso pasearse entre sus tobillos. al bajar la mirada notó a Iglesia restregándose contra ella.
-Hola bonito. - antes de poder acariciar al gato, empezó a caminar, al ver que la pelinegra no lo seguía se sentó y la miró fijamente. -¿Quieres que vaya contigo?- le preguntó y el animal volvió a caminar.
No tengo nada que perder.
Troya empezó a caminar detrás de Iglesia, este volteaba constantemente para asegurarse de ser seguido.
El gato se detuvo frente a unas grandes puertas de madera, detrás de ellas se escuchaba un fuerte ruido, como de un objeto metálico golpeando el suelo. Troya atravesó las puertas con iglesia siguiéndola.
Era una linda cocina, era amplia y a diferencia de la estructura puertas afuera, esta era moderna y muy luminosa.
-¿Estas bien?- Troya le preguntó a Isabelle quien estaba batallando con un frasco de algo que parecían ser pepinillos.
-Oh, Troya. - La chica notó la presencia de la mayor y la vió con una gran sonrisa. -¿Podrías ayudarme? - le preguntó con un poco de vergüenza.
-Claro. - se acercó a la chica. Tomó el frasco de entre sus manos e intentó abrir el frasco.
Unos cuantos intentos más tarde ambas se rindieron.
-Maldita sea ¿Acaso la cerró la roca? - Dejó el frasco sobre la barra de la cocina con pesadez e Isabelle a su lado soltó una risita. -¿Los pepinillos son necesarios? - le preguntó a la chica con una sonrisa divertida.
-Bueno, creo que no. - Isabelle se encogió de hombros y tomó una cuchara del cajón, tomó un poco de lo que tenía la olla que se estaba cocinando en el fogón con ella y se la tendió a la otra pelinegra. -¿Qué opinas?