Capítulo 18

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Xiomara

Soy una pendeja.

Una estúpida, idiota y calenturienta.

Deje que las hormonas me ganaran a tal grado, que casi termine follando con Adriel en mi despacho.

¿Qué afán tiene ese italiano con cogerme en mis lugares de trabajo?

Quede como payasa al decirle que lo que paso por primera vez entre nosotros no se repetiría.

De hecho, termino peor, incluso me lo besuquee y toquetee.

No puedo creer que me haya atrevido a masturbarlo.

Aún sigo algo conmocionada por el tamaño de la cosa que tiene entre las piernas.

Toda la puta semana he pensado en eso.

Mi mano, con todo y uñas postizas, mide dieciocho centímetros. Pese a eso, no logré cubrir toda su longitud con mi mano.

Esa mierda ya debería pagar impuestos.

No puedo ni imaginar lo que le haría a mi pobre estómago si lo llegara a tener dentro.

La madre esa no me haría lavado estomacal, me perforaría un puto pulmón.

Jamás he estado con un hombre tan dotado.

Quiero decir, Demir la tenía de un buen tamaño, pero no a la monstruosidad de Adriel.

Estoy en chinga conmigo misma.

Tengo una puta crisis existencial por culpa del jabón de ropa.

Estoy en una de las partes más alejadas del patio trasero de la mansión. Es como una especie de bosque pequeño.

Llevo horas sentada una especie de columpio acolchonado y con techo que hay en esta parte del jardín.

Me paso las manos por la cara.

Me gusto.

La maldita sensación de sus labios contra los míos, me gusto.

Cuando le di la cachetada, creo que fue una reacción automática de mi cuerpo.

No sé si se la di por el atrevimiento que tuvo, o la utilicé para traerme a mí misma a la realidad.

Pero, pues, de mucho no sirvió.

Le terminé comiendo la boca de todas maneras.

No pretendo justificarme, pero carajo.

Es un hombre pelinegro de uno noventa, con el físico de un jodido Dios Griego, con la espalda ancha y los músculos bien definidos. Tiene la mandíbula cuadrada, unos ojos azules penetrantes. Las manos las tiene tatuadas y siempre porta anillos.

Pero, lo que más te atrae de él es esa aura oscura que porta.

Aquella que pese a esa cara de maldito que siempre se carga, te incita a mandar todo a la mierda por él.

Puto jabón de ropa.

Lo odio.

Lo detesto con todo mi ser.

Y lo peor del caso, es que me di cuenta que me excita que él desgraciado me hable en italiano cuando estamos en momentos así.

—Soy una pendeja.—me recrimino a mí misma por milésima vez.

—¿Hasta ahorita te das cuenta, we'?—Danilo se sienta a mi lado.

—Pero sí, el burro hablando de orejas, mijo.—respondo sarcástica.

Mafiosa MexicanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora