21. Adicto

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Bypass está lleno. Tanto que siento que me falta el aire.

Bueno, en realidad me falta el aire por todo lo que pasó anteriormente. Pero no me malinterpreten, el beso que me dio Santiago no causó todo esto en mí, más bien todo lo contrario, y no sé cómo sobrellevarlo.

Lo miro mientras baila conmigo y con varias personas más, entre ellas, Wanda. El morocho no se despegó de mí en la hora y media que estuvimos acá y esa es otra de las razones de mi falta de aire. Necesito espacio para poder pensar y no lo estaría encontrando.

Sin embargo, oculto todo lo que me pasa internamente y le sonrío cuando se gira hacia mí y se acerca a mi oído.

—¿Querés que te vaya a buscar un trago, Cata? —me pregunta, amablemente.

–Bueno, si querés —digo sintiéndome un poco mal de repente. Es demasiado bueno.

—¿Vodka?

—Fernet. —Arrugo mi nariz.

Él se ríe y asiente.

—Dale, ahora vengo.

—Bueno...

Pero no me deja terminar, porque sin avisarme nada, se acerca a mis labios y empieza a dejarme un beso profundo. Casi sin creerlo, se lo devuelvo. Es recién el segundo de la noche e igualmente me abruma al igual que mis pensamientos mientras sucede.

Es más largo que el primero, pero me hace sentir menos emoción, como si eso fuera posible. Mientras tanto mi mente empieza a hacer comparaciones absurdas con el beso que tuve con Agustin jugándome una mala pasada.

Le sonrío como si estuviera satisfecha cuando se separa y él se va. Entonces la que viene a mi lado ahora es Wanda.

—¡Amiga, no lo puedo creer! —grita con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Son perfectos juntos!

Ella claramente sabe sobre lo que pasó en la habitación al dejarnos solos. No dudé en contárselo apenas subimos al colectivo. Me río forzosamente mientras que mi mente no para de reproducir dos cosas, casi que volviéndome loca. Ojalá que fuera perfecta junto a Agustin y no con Santiago. Y a la vez me grita y me dice: Basta Catalina, estás obsesiva con Agustin.

—Gracias, amiga.

💌

Agustin

—La puta madre —mascullo cuando una mina que se nota que está pasada me tira el trago en la camisa blanca.

Ella ni siquiera se da cuenta solo sigue en su mambo y eso me genera más enojo todavía, por lo que, cuando estoy decidido a reclamarle, una voz que conozco demasiado me interrumpe.

—¡Giay! —me llama Jonathan.

Frunzo el ceño al ver que la chica se me pierde entre la gente y me giro hacia mi amigo.

No puede ser que la esté pasando tan para el orto en Bariloche. Ni siquiera entiendo porque me está pasando, ni porque me siento así. Hace más de tres semanas que viene esta racha de mierda y no la entiendo.

—¿Qué querés, Jonathan? —pregunto de forma brusca y sin percatarme de mi tono.

Paso mi mano con asco por la camisa que ahora se transparenta por el pecho.

—Epa, que onda que tenes hermano —grita y luego se ríe, como si le hubieran contado algo graciosísimo—. Si te cuento lo que vi entonces me vas a querer matar, mejor no te digo nada.

Lo miro de reojo con mala cara.

—No me interesa nada que tenga que ver con Keyla, Jonathan, ya te dije —digo sabiendo que la cosa viene por ahí.

Cartas | Agustin GiayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora