1. Sentimientos

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—¿Amigo invisible?

Agustin mira a Giovani, parado frente a todo el curso.

Está tratando de ponerle al menos un poco de onda, porque, como hoy es el "último primer día", estuvo todo el curso de joda por la noche, por lo que ahora, siendo las ocho y cuarto de la mañana, están todos tratando de disimular la resaca que cargan y lo que menos tienen ganas de hacer, es un juego.

Todos menos Agustin, quien parece que no está pasando por esa tortura y se ve más lindo y fresco que nunca.

—¿Sabes cómo se juega, no? —le pregunta este mismo, con una mueca.

—Sí, no soy boludo, Giay...

Miro a mi amiga cuando se remueve en el banco, tiene el rostro enojado.

—¿Qué pasa? —pregunto bajito.

—Nada —masculla.

Sé muy bien lo que pasa, está enojada porque las clases empezaron. Si hay alguien que sufre más que yo en el colegio, esa es mi mejor amiga, Natalia.

—Quiero que hagamos algo diferente a los demás cursos —sigue Agustin y mi atención se vuelve a centrar en él—. Con cartas y regalos chiquitos estaría piola hacerlo.

Nat suspira pesadamente y sé que le molesta lo que está proponiendo el castaño.

—Qué boludez —murmura mientras noto que a los demás les parece una buena idea.

La ignoro, pero no porque quiera, sino porque la mirada de Agustin se encuentra con la mía tomándome por sorpresa.

—Pero la idea es que juguemos todos —enfatiza paseando su mirada de mi amiga a mí—. Ustedes también, les va a gustar.

Antes de darme cuenta, me encuentro asintiendo con la cabeza causando una sonrisa de su parte. Evito hacer algún gesto que delate lo mucho que me gusta eso, porque no quiero quedar como una idiota.

—Tarada, ¿cómo vas a decir que sí? —dice Natalia sacándome de mis pensamientos—. Ahora vamos a tener que jugar con todos estos.

Trago saliva sacando mi vista de Agus, mi amiga parece más amargada de lo que ya había llegado. A veces me pregunto porque odia tanto a nuestros compañeros, no son tan malos, ni siquiera saben de su existencia, aunque creo que eso es algo que le molesta un poco, no tener su atención siempre.

Me encojo de hombros, con culpa por haberla metido en esto.

—Perdón, no me di cuenta —digo y es verdad, no todos los días tengo la mirada de Giay en mí.

Ella no dice más nada, simplemente se pone la capucha y se recuesta en el banco, doy por sentado que no va a querer participar, pero yo, por alguna razón, no puedo hacer lo mismo. Esta vez, quiero integrarme en algo que tenga que ver con mi curso y más que nada quiero sentirme cerca del castaño, quien ahora mismo está escribiendo todos nuestros nombres en un papel.

Lo miro romper la hoja con su mano y ponerlo en una bolsa que encontró en el escritorio del profesor, distraído, mientras yo me pregunto en qué momento me empezó a gustar de esta manera, pensé que después de las vacaciones de verano se me iba a pasar, que simplemente en quinto me había empezado a gustar porque estábamos en una habitación juntos más de seis horas por día, pero hoy, cuando la campana tocó y lo vi entrar despreocupado, con el pelo mojado y riendo con uno de sus amigos, me di cuenta de que no se me iba a pasar tan rápido y fácil.

Por lo que, cuando él se acerca a nosotras con la bolsa en sus manos quedando solo dos papeles después de que mi amiga saque el tercero de mala manera, tomo el mío y sé con certeza que al menos este año no voy a poder alejar todos esos sentimientos encontrados que tengo por el castaño.

Porque mi amigo invisible es Agustin.

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Cartas | Agustin GiayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora