19. Fiesta flúor

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Son más o menos las cuatro y media de la madrugada. Creo. Para ser sincera perdí el sentido del tiempo apenas pisé el boliche y no me culpo, la noche completa se prestó para eso.

Es la fiesta flúor, la primera fiesta de todas las que nos esperan ciertamente, y mientras Wan me incita a bailar trato de que el pedo infernal que tengo se me vaya tomando una mini botellita de agua. Fue mala idea tomar tantos vasos gigantes de fernet, pero en el momento, en lo único que pensaba era pasarla bien a pesar de todo.

—¿Todo bien? —me pregunta la rubia arrastrando las palabras cuando fijo mi vista en ella y me quedo quieta en mi lugar.

—No. Creo que voy a ir a tomar un poco de aire, lo necesito —hablo por encima de la música.

En realidad, es una mezcla de todo, desde que emprendimos viaje ayer no pegue un ojo hasta ahora, comí poco más que un Paty y encima de todo, ingerí alcohol. Espero que el aire frío de Bariloche y el agua ayuden a mi organismo a comportarse como debe.

—Vamos, te acompaño —me dice y niego cuando me quiere tomar de la mano.

—No, quiero ir sola —miento, sinceramente, no quiero cagarle el poco tiempo que le queda acá, prefiero que los disfrute al máximo—. Va a ser un ratito.

Wanda frunce las cejas. Está toda despeinada y con un vestido naranja fluorescente que le queda perfecto.

—¿Segura, Cata? mira que no tengo problema yo...

Asiento.

—Segura, vuelvo enseguida a bailar, no te muevas de este lugar —le pido y ella asiente poco convencida, sin embargo, me deja ir pidiéndome que me cuide.

Por lo que luego de tres minutos me encuentro fuera del boliche, un poco menos aturdida quizás pero con la piel erizada y entumecida casi por lo helado que se siente el ambiente. Incluso el patovica de la entrada me mira con pena cuando me ve salir y creo que se debe a que estoy casi desnuda por el top y la pollera mini que traigo. Es una mirada que me daría mi madre si me viera así con este clima. Hay varias personas fuera, y están en el mismo estado que yo; desabrigados y ebrios, por lo que no me siento tan fuera de lugar.

Cruzada de brazos me fijo en cada uno de ellos, conozco a varios de mi curso, pero la mayoría no, por lo que ninguno me llama la atención. Hasta que entonces, me topo con una cabellera castaña tirando a rubia, más bien llamado y conocido como Jonathan, en una de las ronditas de gente que está conformada. Mi vista luego de inspeccionarlo, se mueve más hacia el costado con ganas de chusmear más y lo veo a él, a Agustin. No me sorprende que esté a su lado, todo el día están pegados, son como carne y uña prácticamente, lo que me sorprende de verdad es que el castaño ya tenga la vista clavada en mí, como dos dagas.

Trago en seco fijando mis ojos en los suyos y mi cuerpo no tarda en reaccionar de la misma forma en la que reacciona siempre: con nervios y con el corazón saltando alegremente en mi pecho. Ni si quiera en pedo me puedo salvar de ser una idiota enamorada, no hay caso conmigo.

Agustin, por más que yo ya sepa de su mirada en mí, no la corre ni hace el esfuerzo de hacerlo luego, solo pestañea con lentitud y se lame los labios ignorando a los de alrededor.

Me muerdo el labio, el cual tiembla y con toda la fuerza de voluntad y dignidad que me queda rompo el contacto visual y me giro sobre mis talones. Estoy segura que la Cata de dos semanas le hubiera sonreído y saludado amablemente, pero todavía sigo muy resentida con todo lo que hizo el castaño conmigo como para volver a eso.

En silencio y cruzada de brazos me sostengo contra un barandal de metal que hay por ahí cerca y miro el cielo tratando de distraerme, porque no sé si es mi sensación, pero siento su mirada clavada en mí y me pone demasiado nerviosa, al punto de que no puedo actuar con normalidad. Esto me hace pensar en que quizás Wanda tenía razón cuando dijo eso hoy por la tarde...

Cartas | Agustin GiayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora