10. Indiferencia

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—No quiero más —le digo a mi amiga cuando me da otro vaso que encontró por ahí.

—¿Estás... segura? —pregunta arrastrando las palabras y asiento con una sonrisa.

—Ujum, ya estoy bastante mareada, Wan.

Ella frunce el ceño con los ojos brillosos, creo que está borracha, pero no en mal estado. Se acerca a mí y pasa sus brazos por mi cuello para abrazarme fuerte.

—No estés triste por ese, es muy pajero para vos  —me grita en el oído, acariciándome la espalda con cariño.

Me río un poco, para no llorar, y niego tragándome el nudo en mi garganta.

—Te dije que me parecía lindo nomás, no me importa mucho —digo con los ojos llorosos por encima de la música.

Por algo nunca quiero demostrar mis sentimientos y por algo estaba mejor teniendo amores platónicos.

Sé que Wanda no me cree por como me acaricia y me aprieta contra su cuerpo, pero no me preocupo mucho porque sé que por el estado en el que está, mañana no se va a acordar mucho de esto.

Cuando se separa deja un beso en mi frente y trato de reírme para asegurar mi palabra.

—Te quiero, sos hermosa —me vuelve a decir por quinta vez en la noche y me río.

—Voy a pensar que te enamoraste de mí en serio, Wanda.

Ella se ríe y agradecidamente se pone a bailar de nuevo olvidándose de lo que le dije. Tomo un suspiro largo y fuerte a pesar del olor que hay acá dentro y finjo bailar por unos minutos, más que nada, para que la rubia se distraiga.

—Voy al baño —le digo cuando siento que está en otra.

—Te acompaño —me avisa, pero niego inmediatamente.

—Quedate con ellos, voy y vengo rápido ¿sí? —Señalo a la ronda de gente con la que está bailando y ella, un poco extrañada, asiente.

—Cuidate.

Asiento.

En realidad ni siquiera sé a donde está el dichoso baño, pero tenía que tener una excusa para poder respirar aire fresco y poder largar algunas lágrimas sola y tranquila, antes de explotar en frente a todos.

Podría haber aceptado que nos fuéramos con Wanda a dormir, como ella me lo propuso, pero preferí fingir que todo estaba bien y quedarme acá para demostrar que no me afectaba en lo más mínimo, por más que desde que vi eso tengo el corazón todo pisoteado.

Mis pulmones no saben si agradecer o suicidarse cuando llego al patio para gente que fuma y entro allí. Al menos hay aire fresco (mezclado con cigarrillo, pero lo hay) y no tantos chicos como pensé que habría. Me alejo lo más posible de los grupos y me siento con mi celular en manos y con frío en un banquito de madera.

Entonces solo ahí siento que puedo largar todo lo que tengo y en silencio sin hacer mucho alboroto, las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas casi sin aviso. Odio esto. Odio sentirme miserable.

Me muerdo el labio inferior con fuerza para sentir dolor en al menos otra cosa que no sea en el pecho y me limpio los cachetes a medida que caen más. Por suerte nadie me está prestando atención y está todo un poco oscuro, porque lo último que quiero es que me vean así, acá hay mucha gente conocida y demasiados compañeros míos por todos lados.

Me pregunto muy en el fondo el porqué estoy sufriendo por eso, si él no es nada mío. Supongo que por las vagas ilusiones que me había hecho al escucharlo decirme todas esas cosas lindas. Pero las suposiciones terminaron siendo ciertas, muy a mi pesar, a Agustin no le mueve ni un pelo decir eso, está acostumbrado y yo me voy a tener que acostumbrar, por más que no quiera.

Cartas | Agustin GiayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora