18. Bariloche

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Dos semanas pasaron.

Dos. Semanas. Y, para la sorpresa de todos, (o de nadie tal vez), nunca hubo esa tal charla que dijo que iba a haber.

Supongo que hay una excusa, eso fue lo que pensé la primera semana y media. Y sí, la había: Agustin tuvo un viaje justo después de nuestro... de lo que sea que haya pasado esa noche en el baño, y no lo vi hasta mitad de la segunda semana. Trabajo es trabajo y más si es por su futuro, recuerdo pensar nuevamente, a pesar de no recibir ni un misero mensaje de su parte. Por lo que cuando volvió, justo el miércoles, me esperaba de todo, absolutamente todo.

Que me dijese que era un error, que esa noche estaba borracho (aunque no fuera cierto), que el que entró al baño no era él... de todo, incluso que me dijese que me besó sólo porque tenía ganas.

MENOS que me ignorara, que hiciese como si no existiera. Lastimosamente, hizo eso. Y fue toda una tortura.

Es viernes, ya termina la segunda semana, la más difícil desde que empezamos las clases, supongo que Agustin tiene que ver. Claro, como siempre. Me siento confundida, pienso todos los días en eso, sigue tan real en mi mente que me siento abrumada. Hasta llegué a pensar que fue todo imaginación mía, pero no, juro que esta vez no es así. Todavía puedo sentir todo, absolutamente todo a pesar de haber estado borracha esa noche. No puede ser solo una alucinación.

Me muerdo el labio inferior con fuerza volviendo a la realidad. Entonces lo veo parado a la mitad del aula, frente a todos, sonriente como si no me tuviera a mí esperando a ser atendida o al menos mirada una vez por esos ojos verdes que tiene. ¿Habré hecho algo mal para que ni siquiera se digne a mirarme?

Sacudo mi cabeza, esa pregunta me hace sentir peor, porque lo más probable es que sea por eso.

Agustin, toma la urna fucsia del banco de la profe y trata de llamarle la atención al curso aplaudiendo. Frunzo las cejas, ni siquiera quise escribir una carta, me sentí tan fuera de mi mundo durante estos días y tan mal con el castaño que me negué a hacerlo.

Faltan exactamente tres días y más o menos veinte horas para irnos a Bariloche, están todos emocionadísimos con la idea de pasar siete días de gira, pero a mí, ahora me suena más a tortura que otra cosa. No quiero pasar tiempo con todo mi curso y mucho menos con Giay, solo quiero encerrarme en mi cuarto y salir el año que viene cuando me haya olvidado de todo.

—Si pasa por acá decile que ya puse la carta, Wan, porfa —digo cuando empiezo a ver que el castaño está pasando por los bancos. No quiero ni sentirlo cerca, aunque dudo que pase por acá si me está prácticamente ignorando hace días, pero por las dudas.

Wanda me mira preocupada, no dice nada y asiente. Hace rato tiene esa mirada. Ni ella sabe lo que me pasa, no le conté a nadie, no puedo, me hace sentir estúpida, por lo que evito sentirme de peor manera al contarle a ella o a cualquier otra persona.

Me acuesto sobre mis brazos y pongo mi gorro en el costado de mi cara para ocultarme más.

Ya se me va a pasar, pronto todo va a volver a la normalidad, Giay se va a olvidar de mi presencia, yo me voy a acostumbrar a no tenerlo más cerca mío y voy a volver a sentirme bien, como antes. Porque antes todo estaba mejor, no sé porque me empeñé en estar cerca de él, odio saber que me fue de la peor forma por ello.

Entonces Agustin pasa por nuestra mesa y finjo estar dormida. Wanda deja su carta y regalo y se hace un silencio alrededor de nosotros.

—Ya la dejó, Giay, no te preocupes —le dice la rubia.

—¿Segura? —pregunta y me parece ya tan raro escuchar su voz de cerca, hace rato no lo hacía—. Bueno...

Giay se va lentamente y con él se lleva mi corazón, porque el muy traicionero no deja de latir fuerte cuando lo siente cerca. No salgo de mi escondite las próximas dos horas, por primera vez no me importan ni siquiera las clases, ni quedar educada frente a los profesores.

Cartas | Agustin GiayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora