capítulo 13

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Aire frío de la víspera de Navidad le recordaba a Harry cuán diferentes habían sido estas fiestas en el pasado. Mientras caminaba por el Callejón Diagon, sus ojos se posaron en los carteles desgastados de Ginny, aún colgados en las fachadas. La habían buscado sin descanso durante semanas, pero hacía dos meses que la habían atrapado. Harry no podía evitar sentir un nudo en el estómago al recordar su último encuentro con ella, cuando todo había cambiado.

Entró en la tienda de túnicas de madame Malkin casi por inercia, sin saber muy bien lo que buscaba. La idea de encontrar un regalo para Draco, alguien con quien había compartido una historia tan compleja y llena de tensiones y misteriosamente amor, le resultaba extraña. ¿Qué se le regala a alguien como él que lo tenía todo?

Mientras tanto, en un centro comercial muggle en Londres, Draco caminaba entre las tiendas, su cara marcada por una ligera frustración. Los muggles lo miraban de reojo, pues, aunque trataba de mimetizarse, su porte aristocrático y su rostro esculpido no lo hacían pasar desapercibido. Se encontraba en la sección de juguetes, sosteniendo en una mano una figura de acción de un superhéroe y en la otra un dinosaurio de plástico. "¿Qué le gustaría más a James?", se preguntaba mentalmente, inseguro esta situación que le parecía ajena. Había pasado tanto tiempo adaptándose, intentándose ganar el cariño de James por el bienestar de Harry, pero, incluso ahora, en un lugar tan banal como una juguetería muggle, sentía que nunca terminaría de entender a un niño. Ni siquiera al suyo que tenía tan solo meses.

A lo lejos, veía a las familias reír y compartir, el sonido de los villancicos llenaba el ambiente, pero Draco apenas escuchaba. Sus pensamientos se dirigían a Ginny, y la angustia por él bebe que llevaba dentro. El esperaba ese bebe con ansias. Dudaba entre los regalos, pero su mente no dejaba de recordar esa promesa que había hecho a Harry: que estarían juntos en esto hasta el final.

***

Harry se quedó quieto frente a la puerta de la Madriguera, con la mano alzada, sin llegar a tocar. El frío invernal le golpeaba el rostro, pero lo que realmente lo detenía era la nostalgia. Recordaba con claridad las incontables veces que había estado en esa misma posición, emocionado por pasar tiempo con los Weasley. Entonces, siempre había una sonrisa en su rostro, una sensación de calidez al entrar en la casa que sentía como su segundo hogar. Pero ahora, todo se sentía diferente, casi irreconocible.

Los recuerdos de aquellos días felices parecían tan lejanos. Las risas en la mesa, las bromas de Fred y George, la sensación de pertenencia... Era difícil aceptar que esos tiempos no volverían. La ausencia de Ginny era un peso en el aire, algo que ninguno de ellos podía ignorar, aunque intentaran seguir adelante.

Finalmente, suspiró profundamente y golpeó la puerta con suavidad, aunque le parecía un gesto mecánico. Tras unos segundos, la puerta se abrió lentamente, revelando a Molly Weasley, quien le sonreía con ternura, como siempre. A pesar del dolor que sabía que albergaba, esa sonrisa cálida seguía allí, como un faro en la tormenta.

—Harry, querido —dijo Molly, con esa voz suave y maternal que lo había reconfortado tantas veces—. Me alegra tanto verte.

Sin dudarlo, lo abrazó con fuerza, como si quisiera protegerlo de todo lo que estaba ocurriendo. Harry sintió un nudo en la garganta, pero se dejó envolver por ese abrazo familiar, tan necesario en ese momento.

—Gracias, Molly —murmuró al fin, mientras la tristeza seguía acechando en su interior, aunque el abrazo de Molly le brindaba una pequeña tregua momentánea.

La casa olía a pan recién horneado y especias, como siempre durante estas fechas, pero había algo en el aire, algo que faltaba. Harry no podía evitar sentirse como un extraño en un lugar que alguna vez había considerado su refugio.

A través del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora