Capítulo 10

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Draco se encontraba parado frente a una puerta, el medimago se había marchado hace unos segundos, dejándolo en un estado de incertidumbre. Sus manos temblaban ligeramente mientras se debatía entre el deseo de entrar y el miedo que lo inmovilizaba. Sabía lo que había al otro lado: su hijo, el niño que él y su esposa, Astoria, habían traído al mundo. Astoria, su luz y ancla, ya no estaba con ellos. Su partida había sido un golpe devastador, una herida que está abierta y que no logra comprender del todo.

Draco cerró los ojos por un momento, intentando reunir el valor para abrir la puerta. Sabía que su hijo lo necesitaba, pero la pérdida de Astoria pesaba sobre él, haciéndolo dudar de su capacidad para ser suficiente, para ser el padre que su hijo merecía. Cada pensamiento lo conducía de nuevo al mismo punto: ¿por qué ella? ¿Por qué ahora, cuando más la necesitaban?

—Él te está esperando —dijo una voz varonil cerca de su oído, provocando un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Draco sintió una oleada de calor proveniente de la presencia a su lado. Giró lentamente para verlo, pero antes de que pudiera responder, fue interrumpido.

—No puedes huir ahora, él quiere verte —insistió el hombre con una firmeza que perforó los miedos de Draco.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —preguntó Draco, su voz temblando mientras sus inseguridades se apoderaban de él.

El hombre, que ahora reconocía claramente como Harry Potter, hizo una pausa, su expresión suavizándose un poco. Dio un paso adelante y tomó el pomo de la puerta con seguridad antes de hablar de nuevo.

—Cuando James nació, también tuve dudas —admitió Harry, sus palabras cargadas de una honestidad inesperada—. Sin embargo, al verlo por primera vez, todas esas dudas desaparecieron. Sus ojos... —una ligera sonrisa cruzó su rostro—, sus lindos ojos me engatusaron y, en ese momento, supe que no había nada más importante que estar a su lado. Han sido cuatro años maravillosos, y pienso seguir estando para él, siempre.

Draco observó a Harry, viendo en sus ojos un reflejo de algo que reconocía: amor, miedo, pero sobre todo, determinación. Se quedó en silencio por un momento, sintiendo el peso de la pregunta de Harry.

—¿Estás listo? —preguntó Harry, esta vez su voz era más suave, casi reconfortante, como si ya conociera la respuesta que Draco se negaba a aceptar.

Draco bajó la mirada hacia el pomo que Harry sostenía, y luego sus ojos volvieron hacia la puerta que los separaba de su hijo. ¿Estaba listo? La verdad es que no lo sabía. Pero había una cosa de la que sí estaba seguro: no podía seguir huyendo.

Draco miró a sus pies por un instante, viendo cómo se movían inquietos, reflejando el torbellino de emociones que lo atravesaba. Inhaló profundamente, intentando calmar su respiración, y apretó con fuerza el puño de su mano libre, como si ese gesto le diera el coraje que tanto necesitaba.

Astoria podría haberse ido, pero él seguía aquí. Y si algo tenía claro, era que no iba a abandonar a su hijo. No importaba cuán roto se sintiera, no importaba la incertidumbre que lo consumiera, él se quedaría para amar y proteger a Scorpius. Ese pequeño ser que necesitaba de él, más que nunca.

"Voy a hacerlo", pensó Draco con firmeza.

Harry pareció captar la determinación en los ojos de Draco, porque sin decir una palabra, abrió la puerta y lo jaló suavemente, guiándolo con un paso lento pero firme. Mientras caminaban, Draco no pudo apartar la mirada de los ojos verdes de Harry, que a su vez lo miraba con una mezcla de comprensión y seguridad. Harry retrocedía con calma, como si con su presencia y su paso seguro le ofreciera un ancla en medio de la tormenta emocional que Draco sentía.

Llegaron finalmente a una pequeña incubadora, una maravilla de la magia moderna que mantenía con vida a su hijo. Draco, con el corazón palpitando en su pecho, apartó la mirada de Harry, su primer amor, para dirigirla al amor de su vida: su pequeño Scorpius. Fue en ese momento que el mundo se detuvo para él.

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