Capítulo 11

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8 de septiembre de 1916.

Hospital de campaña tras las líneas de Verdun Sur-Mer, Francia.

Enfermera Harneik Halfte

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Esta mañana llegaron más heridos del frente, unos cien o más, eso significa más trabajo, todos los días mueren más y más, los miramos a los ojos en sus últimos alientos y pidiendo sus últimos deseos, que quizás ni siquiera nosotros podamos cumplir, eso rompe el corazón.

Llegan cien heridos y se van cien jóvenes, es pasar del tiempo y es un círculo vicioso, veo un joven que marcha al frente y ese mismo joven llega con las piernas a punto de desprender días después, endurece tu corazón, sabes que ellos tienen una historia que quizás jamás puedas escuchar.

Me hablan de sus novias, me hablan de su familia, de sus amigos y de su universidad y lo único que puedo hacer es escucharlos, aliviar su dolor con sólo prestarles atención en su momento, sé perfectamente que no hay suficientes medicamentos para todos y que quizás se salven o quizá no, siempre los más críticos terminan muriendo, somos muy poco personal médico para miles que van y regresan, hacemos tanto en tan poco tiempo, tanto esfuerzo para pocos enfermos.

Llegan jóvenes de tu edad, en veces menores y otros todavía tienen el rostro inocente con brazos a caerse, pies carcomidos por la gangrena, disparos en el pecho y malformaciones en la cara, otros más simplemente bajo ataques de pánico, temblorosos ¡y locos!.

Recuerdo todavía el día que me enlisté, todavía no terminaba la universidad ni conseguía mi título, aún no conocía el amor y el mundo, lo tomé en sentido aventurero con la esperanza que la guerra acabase en navidad, desde el inicio, sin embargo se aplazó dos años más esta vez matándonos sin sentido alguno por solamente un centímetro de terreno, costumbre ya es que las tamboras suenan antes que la artillería que está a escasos cincuenta metros disparen, que en veces atacan nuestras posiciones.

Tuve una amiga llamada Viktoria, que me acompañó conmigo en principios de la guerra. Acabado de terminar de montar el campamento un 13 de junio de 1916, las bombas francesas resonaban a truenos, nosotros pensando que atacarían sólo nuestras líneas, sobrepasaron los límites cayendo como confeti sobre nuestro suelo, alzándose la tierra en columnas desapareciendo personas, hundiendo las tiendas, abriendo huecos sobre el verde prado, desapareciendo los árboles dejando en su lugar sólo troncos astillados y ramas chamuscadas, terminado el infierno, grité su nombre por todo el campamento:


- ¡Viktoria! ¡Viktoria! ¡Viktoria!

Buscarla por todas partes, hasta que llegué a la granja donde residía el cuartel general, y entre los tablones y las ruinas pude reconocer su mano que sobresalía de ellas, con el anillo de compromiso que rápidamente pude reconocer... era ella, enterrada bajo escombros, me incliné de rodillas caída sobre lo que quedaba del prado y lloré a incansable llanto, a lamentos altos, mi corazón se rompió, se fue a lo más profundo de mi oscuridad, lo intenté recuperar pero hasta la fecha no consigo respuestas.

Aún la veo en mis sueños, pidiendo que le escribiera a su prometido, pero nunca me habló de ello, no tenía una carta, todo desapareció tras el bombardero, su cadáver al sacarlo no tenía documentos y no sabía su apellido, la amontonaron junto con los restos y cuerpos sin identificar, hasta que prosiguió a enterrarse clandestinamente en un área despejada cerca de la línea del frente.


De esas personas anónimas que dieron su vida por ayudar a otros seres humanos.

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