Capítulo 9

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14 de Septiembre de 1916

Verdun Sur-Mer, Francia.

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No importa la religión del otro, no importan las ideas ni los deseos, los prejuicios y beneficios, lo único que importa eres tú por los demás y los demás por ellos, protegerse porque tenemos familias en casa, hogares que visitar, cafés que tomar por las mañanas, cigarrillos que fumar en los parques y noches de sexo que tener.

Esto es un pacto, todos chocamos nuestras manos, protegernos entre nosotros, jamás algo puede unir tanto a los desconocidos como la guerra, nuestros rostros sudados y cruentos saturados de sentimientos dibujan nuestras orbes a tintas celestes.

Helmuth, Karl, Rüdiger.

Nuestras sonrisas dibujaron la luz entre las tinieblas y las risas dieron esos crechendos a la melodía de la muerte.

Percibo, en el suelo de mi refugio, un ruido que parece un redoble de tambor puntuado por numerosos golpes sordos, como los de un bombo.

El redoble era la preparación artillera que se había desencadenado sobre nuestro sector a ecos de distancia, era literalmente un tiro de aplastamiento, con una proporción de calibres pesados 11, 50, 210 milímetros muy elevada.

Al instante todos tomamos protección contra los bordes de las zanjas, hundiendo nuestras cabezas en lo profundo de nuestros cuerpos que al caer la incesante lluvia de calibres nivelan nuestras zanjas con la meseta de los alrededores, caían dentro y fuera de la zanja, fabricaban enormes bocas triplicando nuestra estatura como si trataran exasperada mente de aniquilarnos, esto es un matadero, no un campo de batalla.

Al cesar el cañoneo dejan caerse tapas de gas lacrimógeno en nuestras zanjas, rápidamente descolgábamos de nuestros ceñidores las tapas de las máscaras, hasta situarlas en nuestros rostros; Helmuth tenía roto el filtro, al notarlo comienza a gritar desesperado:


-¡Mi filtro! ¡Mi filtro! ¡Mi filtro no sirve! ¡Maldita sea! ¡Mi filtro no sirve!

Todos lo miramos al dejarse caer al suelo equivalente a un infante galopando sobre la tierra como si rechazara la muerte con un berrinche, Karl rápidamente lanza a trenzarle de su torso abrazándolo y se saca la máscara para compartirla con Helmuth, aguantando la respiración hasta que el gas se disipara, observaba la faz de Karl apretada colorándose de violeta.

No pudo más, inhaló como corsario y exhaló de la misma forma... alzó la cabeza olfateando el ambiente, el gas había desaparecido, al observarlo entre nuestros empañados lentes retiramos las máscaras respirando todos juntos: Karl le separó la máscara a Helmuth... era nuestra salvación.

Corazones Valientes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora