Verdun Sur-Mer, Francia.
10 de Septiembre de 1916
Harneik
_______________________________________________________________________________
Tantas personas que he visto pasando y yendo por aquí, tan fría como cruel me tuve que transformar, mi alma ha ennegrecido su tono manchando su concepción con la peor de las desgracias.
Podía escuchar la clásica música de este tiempo desde la radio, sentada sobre unos sacos de arena mientras consumía el cigarrillo a cada suspiro que le daba, mis ropas ensuciadas de linfa, mi cabello desarreglado, mis piernas cruzadas, veía ir y venir a las enfermeras, los doctores gritando en todo momento mientras los heridos nuevos que llegaban de batalla eran transportados en camillas, otros los llevaban cargando por sus brazos, podía ver el suelo que se recorría de sangre, tal era el grado que el césped y la tierra se humedecía como lodo de tantos líquidos que se derramaban allí.
Llegó en una camilla, herido de pecho, aún no atendido, no había suficiente gente para atenderlo y entonces dejé caer el cigarrillo al suelo, pisé de el hasta apagarlo y me puse de pie.
Me dirigí con los demás soldados que sostenían la camilla y lo dejaron en uno de los pocos espacios vacíos que quedaban en el hospital, atendí de el, desalojé su guerrera, pude ver un orificio de entrada de aproximadamente 4 cm, justo por debajo de la clavícula derecha, presioné con dos de mis dedos en la herida, tratando de detener la hemorragia, debido al nulo éxito llamé al doctor:
- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Está muriendo doctor!
A los minutos, ya un poco tarde llega el doctor Häcker, llama dos de sus enfermeras y todos juntos comenzamos la cirugía, vi como el doctor cogía unas pinzas, sin desinfectar, la introducía en la herida buscando la bala, las enfermeras todas listas comenzaban a presionar hacia los bordes del orificio tratando de frenar la hemorragia, pero parecía que no paraba de sangrar y sangrar, el doctor pidió pinzas de punta larga, tomé una de estas con las manos temblorinas y correspondó, introdujo las pinzas en la herida, a los minutos el doctor grita.
- ¡La tengo!
Saca de si un pedazo de bala, algo oxidada y cubierta de sangre, la deja en un pocillo de aluminio a un lado y la introduce nuevamente, prosiguió durante varias horas sacando pedazos de bala hasta que no encontró nada más, pidió que cerráramos la herida porque la hemorragia seguía vigente, me pidió aguja e hilo, tomé la aguja y al momento de dárselas debido a mis temblores la dejé caer sobre el pasto, el doctor exhaltado me pide que abandone.
- ¡Sal de aquí! ¡Sal de aquí!
Asustada corrí afuera del hospital de campaña y tomé asiento sobre unos sacos de arena amontonados a los costados de la casa de campaña, solté a llorar inmediatamente, sentía rabia, desesperación, miedo.
Sale una enfermera de la carpa y se dirige a mi, cabello rulo y castaño, tez blanca y estatura mediana, de orígen Belga y me dice:
- Estas cosas pasan, deberías dejar de preocuparte.
Giré con ella, humedecidas mis mejillas e iris irritadas, contesto:
- No puedo con tanta presión.
Ella me rodea con su brazo tratando de consolarme suplicando:
- Yo una vez cometí las mismas estupideces.
La giré, observándola fijamente a los ojos:
-¿Y sobrevivió?
Quedó sin comentarios, mordiéndose el labio superior, era notable su respuesta.
Deje caer mi cabeza, no podía mas y los llantos incrementaban, tomé mi propia falda y limpié con estas mis lágrimas a cada una.
Elevé mi cabeza, mi mirada caída, imaginando flores y paisajes hermosos, lo que haría cuando todo esto acabe.
Justo en medio del infierno, pensar en colores está bien.
ESTÁS LEYENDO
Corazones Valientes.
Ficción históricaDesde el 1871 hasta el 1914 Europa vivió lo que se ha dado en llamar la "Paz Armada", las tensiones políticas que se habían generado entre Alemania y Francia tras la Guerra Franco-Prusiana, entre Rusia y Austria por la hegemonía en la península de l...