Capítulo 16

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1 de Octubre de 1916

Verdun Sur-Mer.

Harneik

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Los muertos se acumulaban en el hospital de campaña al grado de ser aventados como si fueran deshechos en las zanjas a los alrededores, me sentaba a las orillas para fumar mientras observaba lo triste y extremadamente melancólico lugar, en veces dejaba caer hidratantes lágrimas sobre mi ropa, al ver aquellos rostros; unos alegres, otros tristes y algunos gestos de berrinche como si rechazaran a la muerte como niños.

Me preguntaba sobre el significado de la vida al observar los caparazones de las vidas.

Me llamaron al hospital, mi descanso había terminado y había comenzado un nuevo día.

La niebla se levantó de la tierra y se cubría el ambiente de un gris, como si una nube cayera a los suelos.

Una vez dentro del hospital sentía como el tufo de la muerte, linfa y descomposición entraban a mis fosas nasales, esta vez ya acostumbrada ni si quiera sentía náuseas.

Estando dentro, a un lado del doctor y las enfermeras voluntarias, comenzaban a escucharse la artillería a lo lejos y a los minutos comenzaban a entrar heridos por montones, auténtica a una máquina manufacturera, atendiendo a uno por uno, jóvenes de mi edad y en veces casi niños, unos mutilados de brazos, piernas, hoyuelos en sus cuerpos, lesiones en la cabeza, sangre por todos lados, era de rutina y así era el trabajo durante doce horas diarias como una máquina.

Terminada la rutina, aquel día en específico, salí de la casa de campaña e inmediatamente comencé a fumar, se acercó aquella enfermera Belga conmigo mientras caminaba y preguntó como me había ido.

- ¡Oye! ¡Hola! ¿Cómo estás? - Entusiasmada decía.

Cansada y los ojos pesados me giré con ella y le contesté.

- Sobreviví hoy.

- Es mejor que estar en el frente. Ella replicó.

- ¿Qué hay allí? -

Ella giró su cabeza e inmediatamente pasó del entusiasmo a la decepción.

- Esta guerra ya no tiene sentido.

Simplemente quedé sin comentarios y mis labios se sellaron por no preguntar nada más. Para romper la tensión y el silencio incómodo le pregunté su nombre... peculiar.

- ¿Cómo te llamas?

- Mónica. -Corresponde-

- Es un gusto Mónica, soy Harneik.

Elevamos un gesto sonriente y nos detuvimos al costado de una casa de campaña aledaña para oficiales, en unos sacos de arena, nuestros pies al aire, podíamos observar frente a nosotras las marcadas huellas de llantas por los camiones que transitaban por allí, formando lodazales, los soldados que transitaban de ida y venida del frente, ella sostenía una alegre sonrisa bastante coqueta por cada soldado que le pareciere atractivo.

- ¡Mira a ese joven!- Me golpeaba con el hombro para indicarme que lo viere.

Pasaba un chico, casi niño, ojos celestes, nariz recta y blanco, delgado a su postura y muy alto, fuera de lo normal.

- Las enfermeras no sólo estamos para curar sus heridas, también sus sentimientos - Pícara lo decía.

Me quedaba callada y mirándola un poco extraña me concentraba solamente en lo que restaba de mi cigarrillo, dando unas últimas caladas.

Corazones Valientes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora