Capítulo 23

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Fort Vaux, Verdun Sur-mer, Francia

2 de noviembre de 1916

Harneik

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En Octubre las enormes contraofensivas del general Petáin habían recuperado Fort Douoaumont y Fort Homme, la estrategia del general Falkenhayn de "Ocasionarles bajas exageradas a los franceses" fracasaba.

La moral alemana comienza a deteriorarse y comienzan a replegarse de la línea del frente retrocediendo a sus lugares iniciales en febrero de 1916

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Los gritos y los llantos, levantaban a los heridos de sus camillas cargados por dos, todos comienzan a abandonar y desmontar Fort Vaux, al perder Douoaumont y Sauville, el alto mando decidio que evacuar Fort Vaux era evitar mas muertes alemanas.

Todos envueltos en una desesperación dantesca, corrían fuera del fuerte y los heridos eran transportados a pie, unos cargados de brazos y uno que otro en las espaldas de sus camaradas.

Un verdadero espectáculo mientras guardabamos el equipo medico.

Los gritos, la agonía y la sangre. Ese edor. Esos ruidos. Esos golpes.

Clamaba desde todos los niveles del infierno, mientras desesperados los soldados armados salen abrazando sus fusiles por la defensa del fuerte, chocando entre los heridos y los medicos.

Tanto tiempo que no contabamos con agua ni luz, a duras penas alcanzo a ver a todos a mi alrededor, envueltos en enormes barbas, disentería y tifus. Sin baños.

El crugir de las ametralladoras. Era casi imposible trabajar y mantener la calma en esa desesperada situación.

- ¡Los franceses han atravesado nuestras líneas! ¡Todos abandonen el fuerte!

Inmediatamente los disparos nos ensordecen, mis brazos cansados sentian que la camilla se me resbalaba pero permanecía cargando al muchacho.

Al salir al patio central veia como biplanos se disparaban entre si y el hueco sonido de las explosiones, me caian restos de barro y pequeñas piedras que sentía hirviendo sobre mi rostro.

- ¡Necesitamos ayuda aqui! ¡Le han dado en el cuello!
- ¡AYUDA! ¡ME DESANGRO!

Tantos gritos hacen eco en mi cabeza. No puedo escucharlos a todos al mismo tiempo, siento que mi cabeza explota.

La locura se impregna en los muros de este fuerte, las enfermedades inundan el subsuelo y las ratas se comen la linfa descompuesta.

No fue hasta salir del fuerte, cuando el verdadero rostro de la guerra pude ver. Cientos o quizas miles de soldados regresaban del fuerte, algunos muy malheridos, con el rostro muerto y sin vida; como muertos vivientes.

Seguimos la carretera a pie hasta llegar al cuartel general de retaguardia y pude sentir el noqueo de cada cañón al disparar y que el suelo me temblaba, como se me hundian mis pies hasta el tobillo de barro.

Un escenario espantoso. Los hospitales estaban tan llenos que tuvimos que dejar a los heridos en el suelo y algunos obstaculizando los pasillos, con severo riesgo de infecciones y ratas.

No pude con tanto, me rompí a llorar.

Pude ver el fuerte de lejos como ardía y sus fumarolas cada vez mas negras y mas grandes.

Estas cosas jamas me van a dejar, tendre que vivir con ellas para siempre.


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