Capítulo 7

20 3 3
                                    

Gavin.

—No, por favor, continúa —le pido sin quitarle los ojos de encima—. Me encanta cuando eres sincera y espontánea. O sea, tu.

Sam vuelve a su asiento con las mejillas rojas.

Vale, necesito calmarme. Esto es una cena normal, no tengo porque estarme lanzando a ella todo el tiempo. Me atrae, pero nada más.
Marcar la distancia.

«Eso necesito.»

Dejar de mentir.

«Debo dejar de hacerlo.»

Dejando a un lado este deseo por devorar sus labios, ansiando el descubrir a qué saben; me gusta la amistad que tenemos. Sam y yo podemos hablar durante horas seguidas y nunca cansarnos. Algunas veces compartimos unos cuantos mensajes. Se siente bien. Su amistad sincera se siente bien.

Me siento bien.

Sin embargo, me sigue molestando el que yo le esté mintiendo. No debería. Pero mi cabeza me dice que es lo mejor. Necesito protegerme.

«No te aferres a lo que pasó y a un posible "pasará", mejor déjate llevar y fluye en el ahora», las palabras de mi terapeuta se repiten en mi cabeza, callando mis pensamientos.

Inhalo y exhalo al mismo tiempo en que cierro mis puños, aprieto fuerte y luego me relajo al abrir mis manos.

Repito la acción un par de veces hasta que regulo mi respiración y alejo por completo mis ideas tontas.

—¿Eres hijo único? —pregunta de repente.

—Si.

Frunce los labios.

—Un par de veces intenté pensar en mi vida como hija única —comenta—, y solo me veía sola, triste, vacía. No sé qué haría sin mis hermanos. Mamá suele hacer bromas de que nosotros en alguna vida pasada fuimos trillizos.

Su sonrisa es muy contagiosa. A cada rato me veo sonriendo cuando ella lo hace.

—Yo jamás me he planteado la idea de tener hermanos —confieso—. Pues creo que todo es mucho más fácil así.

Su sonrisa desaparece. Sus ojos toman forma de ojos de borrego triste.

—¿Por qué lo dices?

Meneo la cabeza restándole importancia. Ella sigue esperando una respuesta.

—El mundo es cruel, Sam —le contesto clavando mis ojos en mi plato.

—Tal vez lo sea..., pero de ti y de mí depende que tan cruel queremos que el mundo sea con nosotros. Aunque a veces hay cosas que son inevitables.

«Me la quiero comer a besos», es lo primero que pienso cuando levanto la cabeza y la veo comer con mucha naturalidad el resto de la hamburguesa.

Una vez terminamos la cena, me levanto tomando la cuenta para ir a pagar, pero la muy escurridiza me lo arrebata de las manos para pagar ella.

—Técnicamente invité yo, asi que yo pago —dice.

Una vez en el auto, ella me lanza las llaves para que conduzca yo.

—Chocalo y estás arruinado de por vida, ¿entendido? —deja en claro, metiéndose en el asiento del copiloto—. Cielos, estoy que reviento de lo llena.

Sonrío.

Conduzco hasta el edificio de Sam, donde nos bajamos y conversamos unos instantes más antes de despedirnos.

—¡Nos vemos mañana! —Menea la mano de un lado a otro sin dejar de sonreír.

—Hasta mañana. —Muevo mi mano también.

Dame tu mano [Serie Dámelo #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora