Capítulo 2

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Sam.

Bajamos del auto y Diego lleva las maletas mientras yo guardo las llaves del auto.

—Bueno, aquí nos separamos —dice—. Iré a organizar la habitación y vengo por ti en 2 horas, y si no he llegado en 2 horas vas por mi, porque me he dormido —sonríe con inocencia exageradamente.

Suelto una carcajada.

—Está bien, bella durmiente —le doy un abrazo y me giro hacia mi edificio.

Mi habitación es la 03 es bueno tener mi habitación sola, la arrendé con mis propios ahorros, trabajaba con mi papá ayudando con el papeleo en la empresa que trabaja, ya que él es gerente de la empresa Corazón de plata. Es una joyería muy importante aquí en Colombia y exporta sus productos a Países Bajos, Estados Unidos, Canadá, Guyana Francesa, entre otros.

En dicha empresa también trabaja mi hermana, quien es la asistente del director de dicha empresa.

Entro a mi nueva habitación y el olor a poca ventilación me hace tragar en seco. Es un olor fuerte, es como cuando guardas cualquier prenda durante meses sin que una minúscula partícula de viento la roce.

«Necesitaré inciensos, velas y plantas para que el mal olor se marche».

—Bueno, es hora de sacar tu limpiadora compulsiva que tienes ahí dentro —me motivo.

Después de unas cuantas horas de limpieza extrema y poner mis cosas en su lugar ha quedado perfecta, huele bien y la vibra que da con mi planta en una esquina fue lo mejor.

Necesito más plantas.

Pero dejando mi necesidad impulsiva de querer poner plantas en todo lugar, la habitación ya se siente mía.

Mi cama cubierta con mis sábanas de donas de chocolate, el osito que me regaló mi papá cuando tenía siete encima de ella, mi ropa en el armario, unos cuantos libros en mi librero improvisado, en la mesita de noche están mis dos libros favoritos de Harry Potter en edición de mi casa: Hufflepuff y sobre ellos una vela con temática de la saga.

Reviso la hora y son las 5:03 pm. Diego no ha venido, sin duda alguna está invernando.

Me arreglo rápidamente, necesito que Diego se aliste muy rápido porque muero de hambre.

Salgo de mi habitación dejándola bajo llave, una vez fuera del edificio, me acerco a mi auto y luego de asegurarme que tenga el seguro puesto y la alarma encendida, emprendo mi camino hacia el edificio donde se aloja Diego. Llego al edificio amarillo de 7 pisos, por fuera de nota que son edificios viejos, deben tener más de 40 años de construcción.

Subo las escaleras hasta encontrar la puerta 106.

Golpeo varias veces y nadie contesta.

—¿Diego? ¿Estás vivo? —pregunto en voz alta.

Intento nuevamente hasta que la puerta se abre.

—Todo iba tan bien hasta que desperté —gimotea con una baba seca en su barbilla.

Suelto una carcajada entrando a su habitación. Sábanas azules, ropa hecha bola que fue lanzada al armario de mala gana, zapatos ordenados debajo de la cama en una hilera que da de extremo a extremo, organizados por colores, por supuesto.

La panza me vuelve a chirriar y yo me quejo mirando mal a Diego.

—No te demores, por favor.

—¿Al mismo de siempre? —inquiere refiriéndose al restaurante.

—Si, luego iremos a la panadería por unos panecillos —contesto, tumbandome en la cama frente a la suya, la cual también está limpia y con sabanas.

Dame tu mano [Serie Dámelo #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora