Capitulo 11: Una venda al corazon

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Se encontraba atrapado en esa celda desde hacía al menos dos horas, sintiendo cómo el ardor en su mejilla recordaba el golpe que el idiota de turno en el bar le había propinado. Aunque el dolor era palpable, una sonrisa triunfante se dibujaba en su rostro al rememorar cómo había logrado romperle la nariz al otro tipo. A su alrededor, otros borrachos que habían causado problemas esa noche lo rodeaban, como Jackson, el más ebrio de todos, quien lo abrazaba efusivamente y aseguraba que era su mejor amigo.

Ya había dado su testimonio a los policías: simplemente estaba en el bar buscando pasar un buen rato cuando el tipo con el que tuvo el altercado empezó a alardear y él reaccionó. Sin embargo, omitió cuidadosamente el hecho de que se encontraba en ese bar huyendo de su casa, o más bien, siendo expulsado por su padre, si es que podía llamarse así.

Los policías de turno nocturno no estaban de humor y, cada vez que Leon intentaba hacer una pregunta o requerir algún derecho básico, como el de una llamada, lo mandaban callar o simplemente lo ignoraban. Harto de la situación y desesperado por comunicarse con alguien fuera de esa celda inhóspita, se levantó del incómodo asiento de concreto y se acercó nuevamente a las rejas, con una mezcla de frustración y determinación en sus ojos.

—¿Al menos podrían darme derecho a una llamada? Conozco mis derechos —exigió, golpeando uno de los barrotes.

—Cierra el culo, niñito llorón —le respondió uno de los policías, enfocado en su papeleo.

Bufo y lo maldijo. Por un lado, no aguantaba más estar encerrado como un animal, con la única opción de contar los minutos pasar o tacharlos en la pared como en las películas. Aunque, la realidad  era que no tenia a donde ir exactamente. El poco dinero que tenía para pagar un hotel lo había derrochado en alcohol, ahora, podía ir a llorarles a sus amigos por un lugar para pasar la noche, o aún más humillante, a sus padres. Al recordarlos, su puño se apretó con ansias de golpear a su estúpido padre, y se relajó al ver los ojos de su madre, sumisos y asustados mientras su esposo lo echaba de la casa.

Aguantó sus lágrimas, no desperdiciaría ninguna, mucho menos frente a los policías y sus compañeros de celda.

—Tengo sed, al menos denme un vaso con agua.

—Ya me tienes harto —gruño el mismo policía, poniéndose de pie y acercándose a él —te quedarías ahí hasta que salga el sol por qué ambos sabemos que no vendrán a pagar tu fianza.

Su enojo renació. Apretó con fuerza los barrotes, al igual que sus dientes que detenían sus maldiciones. El impulso lo llevó a tomar al oficial por la camisa, acercándolo a la celda. Antes de que el policía intente algo, fueron interrumpidos por una voz gruesa y autoritaria.

—Sprouse, ya deja al niño.

El teniente se encontraba frente a ellos, con su típica mirada seria que, irónicamente, también mostraba su carisma. Se acerco lentamente, bebiendo de su taza de café.

—El niñato ya se está pasando. No tolero tenerlo casi todos los fines de semana —protestó el oficial, alejándose bruscamente de Leon.

—Ya tienes 28 Sprouse, compórtate como un adulto o mejor aún, un oficial.

Antes de que Leon pudiera sonreír con burla, el teniente dirigió su mirada seria a él.

Conocía a Holt desde hace mucho tiempo, incluso podría asegurar que lo había visto más veces a él que a sus tíos de Texas. El hombre sabía de su "situación", se había encargado de encarcelar en varias ocasiones al padre de Leon al recibir llamadas de sus vecinos, pero gracias al capitán que no veía tanta gravedad, lo dejaban salir horas después.

Borro su sonrisa a medida que el teniente abría la puerta de la celda, corriendo su vista y saliendo de ese lugar sin decir nada.

—Te extrañaremos amigo, nunca te olvidare —balbuceó el tipo ebrio, riendo sin control —pásate otro día.

Haunt: Sangre y sacrificio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora