Capítulo 7: Tiempo.

274 30 48
                                    

El ambiente estaba impregnado de una normalidad desconcertante para Michael, quien aguardaba ansioso alguna señal de lo inusual, algún indicio de que las cosas no eran como debían ser. Sin embargo, nada parecía estar fuera de lugar. ¿Acaso se había equivocado en sus suposiciones? ¿O tal vez había subestimado la situación por completo?

Mientras observaba a los seres que continuaban su celebración con alegría inquebrantable, Michael sintió una profunda reticencia a interrumpir su felicidad. No quería ser el portador de malas noticias, al menos no aún. Optó por observar en silencio, aunque el peso de la incertidumbre seguía pesando en su corazón.

Fue entonces cuando una mano cálida y familiar tomó la suya, sacándolo de sus pensamientos- Nosotros también podemos divertirnos -dijo David con una sonrisa contagiosa, llevándolo de regreso a la lluvia que caía sin cesar.

David... -susurró Michael, apenas capaz de pronunciar su nombre antes de verse nuevamente envuelto en la lluvia. Sin embargo, esta vez, la sensación de estar mojado no parecía importar tanto.

Con delicadeza, David rodeó la cintura de Michael, pero tomó su mano con firmeza. Mientras sonaba la melodía de fondo, "Dance Little Lady" de Noël Coward, Michael recordó el último baile que había compartido con Stephen Campbell Moore (Adam) en la película "Bright Young Things". Con ese recuerdo como guía, Michael tomó las riendas del baile, guiando a David con gracia y determinación.

Entre risas y sonrisas cómplices, Michael y David se perdieron en el ritmo de la música, compartiendo un momento de conexión genuina mientras se confundían con los pasos. En ese instante, la incertidumbre se disipó, dejando solo la alegría de estar juntos, bailando bajo la lluvia.

La alegría se extendía como un contagio, envolviendo a Crowley en su cálido abrazo. "Era lo único positivo que un humano podía compartir", o al menos así lo recordaba, una frase que resonaba en su mente sin cesar, aunque el origen de esas palabras se perdiera en la neblina del pasado. Sin embargo, cada vez que contemplaba la felicidad de los humanos, el eco de esa frase reverberaba en su ser.

Ahora, mientras observaba a su ángel, Crowley anhelaba aferrarse a los buenos recuerdos, deseaba fervientemente olvidar los momentos oscuros que habían manchado su relación. Pero de repente, su mente se llenó de los recuerdos dolorosos que había tratado de enterrar: las palabras hirientes de Aziraphale, las acusaciones que le recordaban su condición de paria, el dolor de sentirse rechazado incluso por aquel a quien amaba más que a nada en el mundo.

¿Qué estaba haciendo allí, junto a Aziraphale, como si nada hubiera pasado? ¿Cómo podía el ángel ignorar el sufrimiento que le había causado? La voz de disculpa resonaba débilmente en su mente, apenas un susurro frente al estruendo ensordecedor de la autocrítica y el remordimiento que lo atormentaban, pero lo peor de todo era con la voz de su angel.

Crowley observó cómo Aziraphale se inclinaba para darle un beso, pero se apartó bruscamente, dejando al ángel desconcertado. Aziraphale no podía entender los tumultuosos sentimientos que agitaban al demonio. La necesidad desesperada de Crowley de anestesiar su miedo con alcohol, de ahogar el recuerdo del primer y último beso que compartieron sin estar bajo la influencia de las botellas de licor, pesaba sobre él como una losa.

Las palabras de despedida de Aziraphale resonaban en su mente, incapaces de ser olvidadas, y el peso de esos recuerdos oscuros se cernía sobre ellos, amenazando con romper el frágil equilibrio que habían logrado alcanzar. Crowley estaba atrapado en una lucha interna, dividido entre su razón y su corazón, entre el deseo y el miedo, entre el amor y la autodestrucción. En su mirada, se reflejaba toda la complejidad de sus sentimientos y la intrincada red de su relación con Aziraphale.

Querido, ¿sucede algo? -preguntó Aziraphale con preocupación, acercándose a Crowley con un gesto ansioso.

Crowley sintió un nudo en la garganta al ver la mirada preocupada del ángel. Quería responder con sutileza, encontrar las palabras adecuadas que no empeoraran aún más la situación, pero sabía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas, ahora mismo no sentía que podría controlar sus palabras. En su lugar, optó por el silencio y se alejó, dejando a Aziraphale atrás, con el corazón pesado por la desolación que se cernía sobre su relación.

Un deseo inesperado [Sheennant]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora