Si tiene neumáticos o testículos, te dará problemas.

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Eché la llave después de cerrar la puerta y dejé a la hija de Satán en mi apartamento. Sola. Desconcertada. Y con bastante seguridad, sexualmente frustrada. Sin embargo, no dejaba de repetirme que esperaba no haberla hecho enfadar. Sería un problema que envolviera mi piso de soltera en las llamas del infierno.

En cualquier caso, Jihyo estaba comportándose como una idiota. Como una verdadera idiota. Extrañamente todo aquello me recordaba cuando iba a primaria y mi mejor amiga me decía: "Los niños dan asco, ¿vamos a tirarles piedras?".

La fría brisa atemperó el deseo abrasador que seguía atormentándome mientras atravesaba el aparcamiento a toda prisa, con la intención de atajar por el bar de mi padre para subir por la escalera interior.

Mi padre había llegado más temprano de lo habitual. La luz de su despacho se colaba por debajo de la puerta y se diseminaba por la oscura sala. Fui sorteando las mesas, rodeé la barra y asomé la cabeza.

—Hola, papá —lo saludé.

Sobresaltado, el hombre dio un respingo al oír mi voz y se volvió de inmediato.

Estaba absorto en una de las fotos colgadas en la pared del fondo. Con lo alto y delgado que era, parecía un pirulí vestido como el muñeco Ken, aunque con la ropa arrugada. Era evidente que había estado trabajando toda la noche. Había una botella de whisky canadiense abierta en la mesa y sostenía una copa medio vacía en una mano.

La intensidad de sus emociones me tomó desprevenida. Algo iba mal, como esa vez que un camarero me trajo un té helado cuando le había pedido un refresco bajo en calorías. El sabor inesperado tras el gesto completamente trivial de tomar el primer sorbo me provocó un cortocircuito. Aunque mi padre tenía malos días como todo el mundo, me supo distinto. Inesperado. Un profundo pesar mezclado con el peso abrumador de la desesperación se abalanzó sobre mí y me cortó la respiración.

Me puse tensa, repentinamente preocupada.

—Papá, ¿qué ocurre?

Un conato de sonrisa se dibujó con esfuerzo en el rostro de mi padre.

—Nada, cariño, solo estaba acabando el papeleo —mintió.

Su intento de ocultarme la verdad me dejó un regusto amargo; sin embargo, le seguiría el juego. Si no deseaba hablar de lo que fuera que le preocupaba, no insistiría. Por el momento.

—¿Has ido a casa? —pregunté.

Dejó la copa en la mesa y cogió la chaqueta de color beige del respaldo de la silla.

—Ahora mismo iba para allí. ¿Querías algo?

Dios, mentía fatal. Tal vez lo había heredado de él.

—No, nada. Saluda a Yoona de mi parte.

—Sana —me reconvino en tono desaprobador.

—¿Qué pasa? ¿Es que no puedo saludar a mi madrastra favorita?

Se puso la chaqueta con un suspiro de cansancio.

—Tengo que ducharme antes de que nos invadan las hordas del mediodía.

Sammy debe de estar al caer, ya sabes, por si quieres desayunar algo.

Sammy, el cocinero de papá, preparaba unos huevos rancheros que estaban de muerte.

—Puede que de aquí a un rato.

Tenía prisa por irse. O, tal vez, por alejarse de mí. Pasó por mi lado sin mirarme, dejando tras de sí una desesperación que se desprendía de él como un vapor denso y enlodado.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora