Uno puede observar muchas cosas con solo mirar.

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—¿No se te ocurrió buscarla en Google?

—Bueno, a ti tampoco —se defendió Nayeon cuando le pregunté por Jihyo en el coche, de camino a Santa Fe—. Consulté las bases de datos oficiales y encontré el expediente policial y la información referente a su condena. Y visité la página de The News Journal para los artículos sobre el juicio.

—¿Y no se te ocurrió buscarla en Google?

—A ti tampoco —repitió, consternada. No había dejado de teclear en su portátil.

—¡Club de fans! —exclamé, algo más que ligeramente escandalizada—. Tiene club de fans. Y montañas de correspondencia.

Una afilada punzada de celos me atravesó el pecho y abrió un agujero en él. Metafóricamente hablando. Cientos de mujeres, tal vez miles, sabían más acerca de Park Jihyo que yo.

—¿Por qué iba a alguien a crear un club de fans de una reclusa? —se extrañó Nayeon.

Aquello mismo le había preguntado a Neil.

—Por lo visto, hay mujeres por ahí obsesionadas con los presos y presas. Rebuscan entre los artículos de noticias y documentos procesales hasta que encuentran condenados atractivos y entonces o bien emprenden una cruzada para demostrar que el preso es inocente, como todos aseguran, o bien se limitan a admirarle de lejos. Neil dijo que para algunas mujeres es casi como una competición.

—Hay que estar loco.

—Estoy de acuerdo, pero piénsalo, esas personas tienen muy poco entre lo que elegir. Tal vez ellas lo hacen porque están prácticamente seguras de que los presos las aceptarán. Es decir, ¿quién se va a negar a que una mujer le envíe cartas de amor o vaya a la cárcel a hacerle una visita? Esas mujeres no tienen nada que perder.

Im me dirigió una mirada cargada de preocupación.

—Parece que te lo has tomado bastante bien.

—En realidad, no —admití, sacudiendo la cabeza—. Creo que todavía estoy en estado de shock. Es que, cielo santo, hasta cuentan historias.

Nayeon también parecía profundamente afectada. Estaba aprovechando para navegar por la red de camino a casa de una tal Jeon Somi, cuando abrió los ojos como platos, medio embobada.

—Y tienen fotos.

—Y cuentan historias. Espera, ¿qué? ¿Tienen fotos?

En interés de la seguridad vial, decidí detener el coche en al arcén de la autovía. Encendí las luces de emergencia y me volví hacia la pantalla de Nayeon. La Virgen de la pera limonera. Tenían fotos.

Una hora después nos encontrábamos ante la puerta de la mujer a la que sólo podía referirme como "la Acosadora". Porque, vamos a ver, ¿aquello iba en serio? ¿Pagaba a funcionarios de prisiones y a otras reclusas para obtener información sobre Jihyo? ¿Para que le robaran? No es que yo no hubiera hecho lo mismo, pero al menos tenía una buena razón.

Nos abrió una mujer alta y delgada. Era rubia y llevaba el pelo corto y peinado de modo informal, alborotado, aunque dudaba que ni uno solo de aquellos cabellos no estuviera exactamente en el lugar que ella había decidido.

—Buenas, ¿la señora Jeon?

—Sí —contestó, con un levísimo tinte de preocupación en la voz.

—Desearíamos hacerle unas cuantas preguntas sobre Park Jihyo.

—Concierto horas. —Señaló el letrero que había encima del timbre—. ¿Les importaría volver cuando tuvieran cita?

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora