Solo hay que tener miedo al miedo. Y a las arañas.

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Mis ojos se cerraron como en un sueño mientras las criaturas seguían avanzando. Era el ángel de la muerte, por el amor de Dios. Literalmente. Jihyo había dicho que podía hacerles frente, pero ¿cómo? Ni siquiera tenía una espada. Aunque brillaba, maldita fuera. Al menos tenía eso a favor. Brillaba tanto que los muertos conseguían verme a continentes de distancia. O eso me habían dicho. Si los demonios habían sido apartados de la luz, ¿por qué podían acercarse tanto a mí? ¿Por qué no se apartaban de mi luz?

Abrí los ojos de repente.

Con solo pensarlo, en cuanto la idea se formó en mi cabeza, una fuerza visceral prendió en mi interior, produjo una vibración enérgica, una sacudida incontrolable, empezó a arremolinarse y a crecer y poco a poco fue ganando intensidad hasta que ya no pude contenerla.

—Chaeyoung —dije, incapaz de dominar aquella energía que amenazaba con rebosar los límites de mi cuerpo—, corre.

Tres cosas ocurrieron de manera simultánea: Chaeyoung me soltó la mano, las agudas aristas de unos dientes afilados como cuchillas atravesaron la piel de mi nuca y me desbordé en una explosión de luz que viajó en todas direcciones e inundó el sótano de un gran resplandor que saturó y engulló hasta la última sombra. El rugido de la energía en estado puro consumiendo todo lo que encontraba a su paso ahogó los alaridos de los demonios. Estos, envueltos en llamas, acabaron reducidos a cenizas como el papel carbonizado y cuando la luz regresó a mi interior, replegándose en lo más profundo de mi ser, me quedé largo rato pensando en lo alucinante que era lo que acababa de ocurrir.

—¡Sana! —La tía Jeongyeon irrumpió en el sótano—. ¿Qué ha sido ese ruido?

Mi padre le pisaba los talones, bajando los escalones de tres en tres.

—¡Esperen! —les grité y levanté una mano—. Quédense ahí un momento.

—¿Esa es Park? —preguntó Jeong.

—Llama a una ambulancia.

Me acerqué un poco más y comprendí que la Jihyo incorpórea no estaba allí. Se me paró el corazón hasta que oí su voz rebotando en las paredes.

—Todavía es vulnerable.

Me volví en redondo y la vi sentada en cuclillas en una estantería, balanceándose sobre los talones, con una mano alzada sobre la empuñadura de la espada. La punta de la hoja se apoyaba en el suelo delante de ella. Era casi tan alta como yo. La capa se agitaba a su alrededor, envolviéndola hasta llenar el último rincón de la estancia. Se hinchaba y retrocedía y tuve la sensación de haber sido engullida por un océano de aguas oscuras. Era el ser más magnífico que había visto jamás.

Y estaba allí. Estaba viva.

—Creía que también había acabado contigo.

Volvió la cabeza, pero no conseguí verle la cara.

—No soy un demonio. Me forjaron en la luz.

—La luz de las llamas del infierno —le recordé.

No contestó. De pronto, me enfadé. ¿Por qué todo lo relacionado con ser un ángel de la muerte tenía que ser tan complicado?

—¿Por qué no me dijiste que podía hacer lo que he hecho y ya está?

—Ya te lo expliqué, sería como decirle a un polluelo que puede volar. Has de descubrir de lo que eres capaz a un nivel visceral. De habértelo dicho, no te habría hecho ningún favor.

—¿Y si no lo hubiera descubierto, Jihyo?

La cabeza encapuchada se inclinó hacia un lado.

—¿Por qué preguntas esas cosas? Lo has hecho. Lo has logrado. Fin de la historia. Pero eso sigue siendo vulnerable —dijo, dirigiendo una mirada a su cuerpo humano, la pulverizada y reducida envoltura de la mujer que había sido.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora