¿Adónde voy y qué hago en esta cesta?

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Tras el frenazo, me golpeé la cabeza (la misma cabeza que acababa de sufrir un traumatismo causado por un objeto contundente) contra uno de los laterales del interior de un maletero. Me desperté sobresaltada. Sin embargo, no tardé en empezar a perder terreno y a escurrirme de vuelta a la inconsciencia al compás de los latidos de mi corazón. La cálida e intensa oscuridad que amenazaba con imponerse me obligó a reaccionar, a aferrarme a la consciencia con uñas y dientes.

Me concentré en el agudo y palpitante dolor de cabeza, en que estaba atada de pies y manos, en el murmullo de un motor y en el rumor de unos neumáticos sobre el asfalto por debajo de mí. Si aquel era el modo que tenía Nayeon de acabar metiéndome en el maletero de un coche, acababa de ganarse por Navidad una sesión intensiva de depilación inguinal equivalente al tratamiento de un año entero.

—Bueno, en fin, ¿qué haces?

Abrí los ojos con un tremendo esfuerzo y me topé con la cara sonriente de Chaeyoung. Gracias a los cielos. Seguro que ella podía sacarme de aquel atolladero. Solo tenía medio cuerpo dentro del maletero y el otro medio asomaba por el asiento trasero. En ese momento, habría matado a un mamut lanudo por ser tan incorpórea como ella.

—Agonizo —grazné con voz ronca de lo reseca que tenía la garganta—. Ve a buscar ayuda.

—No agonizas. Además, ¿es que me parezco a Lassie?

Su sonrisita petulante flaqueó apenas un instante, lo suficiente para delatar su preocupación. Aquello no pintaba bien.

—¿De quién se trata? —pregunté, cerrando los ojos ante las punzadas de dolor que arremetían contra mi cráneo en armonioso compás.

—Son dos hombres blancos —dijo con voz forzada por la angustia.

—¿Cómo son?

—Blancos —contestó, con total indiferencia—. Todos sois iguales.

Intenté lanzar un suspiro audible, pero no conseguí reunir suficiente aire en los pulmones constreñidos.

—Eres de tanta ayuda como una cuchara en una reyerta con navajas. —Palpé la funda de la pistola en busca del arma, pero no estaba. Evidentemente. Además, el hilo del que pendía mi consciencia comenzaba a deshilacharse—. Ve a buscar a Jihyo —le pedí, perdiendo terreno a mayor velocidad de la que conseguía recuperarlo.

—No hay manera. —Su voz sonaba cavernosa—. No sé cómo encontrarla.

—Entonces esperemos a que ella sepa cómo encontrarme a mí.

Poco después, o eso creí yo, me desperté por segunda vez cuando se abrió el maletero y un torrente de luz inundó el reducido compartimento. De pronto sentí una extraña afinidad con los vampiros, bizqueando para protegerme del despiadado resplandor.

—Está despierta —dijo uno de ellos. Parecía sorprendido.

—No me digas, Sherlock —murmuré y me vi recompensada por las molestias con una aguda punzada de dolor en la base del cráneo.

Aquella podría haber sido una de esas veces en que habría estado justificado tener miedo y, sin embargo, no sentía nada. La adrenalina no corría por mis venas. No se me heló la sangre. No tenía sudores fríos provocados por el pánico ni retortijones causados por ataques de ansiedad. O me habían dado algo tipo droga ilegal o me había convertido en una zombi y teniendo en cuenta que no sentía deseos de devorarles el cerebro, me inclinaba más por lo de las drogas.

—Me han pegado —protesté, mientras me sacaban del maletero de malas maneras y me arrastraban hacia lo que tenía aspecto de ser un motel abandonado.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora