Dejé de luchar contra mis demonios internos. Ahora estamos en el mismo bando.

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 Después de mostrar mi identificación en el mostrador, entré en la comisaría de policía, donde habían llevado a Warren Jacobs para interrogarlo, vi a Yoo en la otra orilla de un mar de mesas. Por fortuna, solo un par de hombres uniformados advirtieron mi presencia. A la mayoría de los polis no les hacía demasiada gracia que invadiera su territorio. En parte se debía a que era el arma secreta de Yoo y resolvía casos antes que ellos y en parte a que estaban convencidos de que era un bicho raro. Ninguna de las dos cosas me preocupaba excesivamente.

El código de conducta de los polis se basaba en una extraña mezcla de normas y arrogancia, pero hacía mucho había aprendido que se necesitaban ambas para sobrevivir en una profesión tan peligrosa. La gente estaba como una cabra.

Jeongyeon hablaba con otro inspector cuando me acerqué a ella. Menos mal que en el último momento recordé que seguía enfadada con ella por haberme puesto vigilancia, porque había estado a punto de sonreírle.

—Yoo —dije con una voz de la que colgaban carámbanos.

Lejos de dejarse impresionar por mi frialdad, se río burlonamente, así que entré a matar.

—A ese cabello no le vendría mal un buen corte —comenté, frunciendo el ceño.

Su sonrisa se desvaneció y se toqueteó las puntas del cabello un tanto cohibida. Había sido un poco dura con ella, pero era necesario que supiera hasta qué punto me tomaba en serio mi política de no vigilancia. No apreciaba precisamente su indiferencia hacia mi derecho a la intimidad. ¿Y si me hubiera dado por alquilar una peli porno?

El otro inspector hizo un leve gesto con la cabeza a modo de saludo antes de alejarse, luchando por reprimir la sonrisita que le curvaba los labios.

—¿Puedo verlo? —pregunté.

—Está en la sala de observación uno, esperando a su abogado.

Me encaminé hacia allí tomando su respuesta como un sí.

—Por cierto, es inocente —dije, girando la cabeza ligeramente por encima del hombro, pero sin acabar de volverme.

—Solo dices eso porque estás enfadada, ¿verdad? —preguntó, justo cuando entraba en la sala.

Dejé que la puerta se cerrara detrás de mí sin contestar.

—Señorita Minatozaki —dijo Warren, levantándose para estrecharme la mano.

Su aspecto había sufrido una notable desmejora desde la última vez que lo había visto en la cafetería. Vestía el mismo traje oscuro, se había aflojado el nudo de la corbata y llevaba el primer botón de la camisa desabrochado.

—¿Qué es lo que no me ha contado? —pregunté al tiempo que me sentaba delante de él.

—No he matado a nadie —insistió profundamente abatido, incapaz de contener el temblor de las manos.

Las personas culpables también solían ponerse nerviosas durante los interrogatorios, aunque por razones distintas. Casi siempre intentaban inventarse una historia que resultara creíble, una coartada que no dejara ningún cabo suelto y que se aguantara en un juicio. Warren estaba nervioso porque se le acusaba de haber cometido no uno, sino dos crímenes, cuando no era responsable de ninguno de los dos.

—No lo pongo en duda, Warren —le aseguré en tono firme. No me había dicho toda la verdad y quería saber por qué—. Sin embargo, estuvo discutiendo con Tommy Zapata una semana antes de que lo mataran.

El hombre hundió la cabeza entre las manos. Sabía que Jeongyeon estaba espiándonos. Había llevado a Warren a una sala de observación a sabiendas de que iría a verlo, pero si esperaba que le sacara una confesión, iba a quedarse con las ganas.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora