Algunas chicas se visten de Prada. Otras se visten con pistolas semiautomáticas.

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Por un breve y feliz instante, casi había conseguido olvidar que Jihyo podría estar muerta y que cabía la posibilidad de que no volviera a verla. En cuanto me subí a Misery y puse rumbo a casa, el peso de aquella losa volvió a distribuirse a mi alrededor. Me concentré en respirar y en adelantar a todos los coches que se me pusieran a tiro, porque sí. No llegamos al despacho hasta después de las seis. Ni me planteé ir a ver a mi padre. Le habían dado el alta y estaba en casa, lo que implicaría tener que hacer un pesado viaje hasta Heights y hacia el mediodía ya había agotado las cuatro horas de descanso relativo de la noche anterior. Decidí que iría a verlo por la mañana. Después de un largo sueño reparador.

Nayeon iba a aprovechar para trabajar un poco más y había empezado a consultar el contestador cuando yo salía por la puerta. Yoo había dejado un mensaje para explicar dónde se encontraba el coche de mi amiga y recordarme que todavía le debía una declaración. ¿No le había dado ya una? Aquella mujer nunca se daba por satisfecha.

—¿Te vas a casa? —preguntó Im, frunciendo el ceño como si no se lo creyera.

—¿Tengo pinta de querer ir a algún otro sitio?

—¿La verdad?

—Me voy a casa —le prometí, con una sonrisa.

—De acuerdo. ¿Qué me dices de esa tal mistress Irene?

—¡Te lo puedes creer!, ¿de dónde rayos ha sacado eso de la hija de Satán? —dije, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Ojalá lo supiera. Yo me limité a registrarte con una dirección falsa de correo electrónico y le envié un mensaje. Tendrás que consultarlo de vez en cuando. —Me tendió un pedazo de papel donde estaba escrito el nombre de usuario y la contraseña. Su expresión se suavizó—. Ella está bien, Sana, estoy segura.

Me quedaba sin aire solo de pensar en Jihyo. Decidí cambiar de tema antes de ponerme azul por falta de oxígeno. El azul no me sentaba bien.

—Mistress Irene es una chiflada. Y creo que Mimi se esconde en algún sitio.

Me dio a entender que estaba de acuerdo conmigo con una sonrisa.

—Yo también lo creo. Ambas cosas. Diría que Mimi sabía lo que ocurría y que desapareció a propósito.

—La encontraremos —le prometí, respaldando mis palabras con un breve asentimiento de cabeza.

Regresé a casa en busca de un cuenco de cereales y una ducha. Una calientita, ahora que el Muerto del Maletero había cruzado. El muy granuja.

Apenas recordaba haberme metido en la cama cuando me despertó una textura familiar recorriendo mi piel. Calor. Electricidad. Abrí los ojos con un parpadeo y vi a la mismísima Park Jihyo sentada en el suelo, bajo mi ventana. Observándome.

Era incorpórea, de modo que a pesar de la oscuridad que envolvía los demás objetos de la habitación, hasta la última y fluida línea de su ser era visible. Atraían mis ojos hacia ellas, tentadoras, como las hipnóticas olas del mar. Las seguí con la mirada, planeé sobre las llanuras y descendí hacia los valles.

Me incorporé para mirarla de frente, arrebujándome aún más en los pliegues del edredón.

—¿Estás muerta? —pregunté, con una voz que apenas era un eco somnoliento de sí misma.

—¿Qué más da? —contestó, eludiendo la respuesta.

Estaba sentada en la misma postura de la fotografía en blanco y negro que tenía aquella acosadora de Jeon Somi: una rodilla recogida, un brazo rodeándola, la cabeza apoyada contra la pared. Me sentía atrapada en la intensidad de su mirada, incapaz de respirar bajo su peso. Deseé ir hacia ella, explorar hasta el último centímetro de su cuerpo. Pero no me atreví.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora