Capítulo XVI. Un poco peligroso

65 2 0
                                    

Lena abrió la puerta de su apartamento y dejó pasar a Yulia. Cuando entró, respiró hondo para calmar los nervios.

—¿Recuerdas la noche que nos conocimos? —preguntó, mientras seguía a Lena a la cocina, con Isis ronroneando en brazos.
Yulia sonrió. Era una pregunta tonta.
—Pues claro.
—Te conté... algunas cosas que me gustaban. —Lena se cambió a Isis de brazo y abrió el frigorífico—. De sexo duro.
—¿Los azotes?
La voz de Yulia sonó entrecortada y Lena se estremeció de deseo. Asintió.
—Eso es parte, sí. —Lena le pasó una botella de cerveza a la pelinegra antes de proseguir—. Quiero que me azotes y me digas obscenidades. Quiero que tomes el control. Que me ates a la cama.
—Nena...
Yulia exhaló un suspiro y se peleó unos segundos con el tapón de la botella. No le disgustaba darle un palmetazo en el culo a Lena cuando la tomaba por detrás, pero eso era lo máximo a lo que habían llegado sus juegos hasta el momento. La pelirroja la observó con atención.
—Sé que hemos hecho nuestros pinitos en la cama... algunas veces. A veces me da la impresión de que te gustaría mucho dominarme. ¿Hay alguna razón por la que nunca hayas ido más lejos?
Yulia negó con la cabeza.
—No —susurró—. Es decir, la idea me pone. Mucho. Pero supongo que...
—¿Qué?
Lena besó a Isis en el lomo y la dejó en el suelo.
—La oigo ronronear desde aquí —comentó Yulia, aunque sabía que solo estaba ganando tiempo.
No estaba lista para explicarse.
—¿Qué puedo decir? —dijo Lena con suavidad—. Se alegra de verme.
Yulia dio un trago de cerveza. Verdaderamente lo necesitaba.
—Creo que yo también ronroneo a veces, cuando te veo.
—Sí que lo haces. —Lena avanzó hacia Yulia y le pasó la uña por la entrepierna—. No has respondido a mi pregunta.
Yulia notó la garganta seca al hablar.
—Esperaba que me lo pidieras. No sabía cómo empezarlo y...
—¿Y qué, cariño?
—Supongo que me daba miedo hacerte daño —musitó Yulia en tono de preocupación—. Yo también tengo fantasías, pero...
—No me harás daño —le dijo Lena.
Era un hecho innegable, una certeza que residía en el fondo de su corazón.
—Quieres que te abofetee —murmuró Yulia— Quieres que te inmovilice y sea dura contigo. ¿Cómo puedes estar tan segura de que no te haré daño?
Lena sacó la mano de la entrepierna de Yulia y se la puso en la rodilla.
—Porque, instintivamente, eres una persona muy tierna y no creo que fueras más allá del placer. Yulia pestañeó y desvió la mirada.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que el objetivo es que haga un poco de daño. Pero no es dolor, sino el tipo de dolor que está justo en el borde del placer. Es dolor bueno. Cuando digo que quiero que me azotes, es que quiero que me azotes de verdad. —Aunque se sentía más segura hablando de aquellos temas que su compañera, Lena notó que se le encendían las mejillas al confesarle aquello—. Y quiero que me folles duro. Quiero que... me digas cosas desagradables.
—Nunca he ido duro con nadie antes. ¿Y si lo hago mal?
—Por eso tendremos una palabra de seguridad, cariño.
Entre la inexperiencia de Yulia y el poco tiempo que llevaban como pareja, Lena sabía que era esencial que tuvieran una palabra de seguridad. Todavía estaban aprendiendo los límites de cada una.
—¿Una palabra de seguridad? ¿Como «para ya, zorra estúpida»?
Lena estalló en carcajadas y le acarició la cara a Yulia.
—No. Nuestra palabra de seguridad tendría que ser algo que nunca diríamos durante el sexo. No puede ser nada parecido a «para» o «no». —Lena giró la cabeza para que Yulia la viera sonreír. - Cuando se juega de esa manera, podríamos confundirnos con esas palabras.
Yulia tragó saliva, nerviosa.
—¿Qué te parece «mercurio»?
—¿Mercurio? ¿De dónde te has sacado eso?
Yulia intentó hallar una respuesta. Sencillamente, era lo primero que se le había ocurrido. No estaba muy segura de si aquello decía mucho de ella o no.
—Nunca se me ocurriría decir eso mientras echo un polvo. ¿Y a ti?
—«Mercurio», pues.
Yulia se relajó un poco, como si se sintiera aliviada de haber aclarado, al menos, aquel detalle.
Lena esperó a que Yulia aclarara sus pensamientos antes de volver a hablar.
—¿Y podrías darme una idea? —le preguntó la pelinegra tras un momento de duda—. Quiero decir, ¿qué tipo de cosas hacemos en tus fantasías?
Lena inclinó la cabeza con curiosidad.
—¿Has tenido este tipo de fantasías alguna vez? ¿Sobre dominarme?
—Sí —murmuró Yulia—. Desde el ascensor, la verdad. Y, bueno, siempre me han gustado ese tipo de historias y películas... Siempre me he imaginado...
«Lo sabía —sonrió la pelirroja—, mi niña es igual de pervertida que yo.»
Le cogió la mano a Yulia.
—¿Entonces quieres que te cuente mi fantasía?
Con una sonrisa de anticipación, Yulia contestó:
—Por favor.
—Vale, pues supongo que empieza con... bueno, estás enfadada conmigo por algo.
Enseguida, Yulia se mostró sorprendida.
—¿Por qué iba a estar enfadada contigo?
Todavía enredada en los detalles, Lena se encogió de hombros.
—No lo sé, cariño. Eso no importa mucho en la fantasía.
—Pero es que no puedo ni imaginarme estar enfadada contigo.
—Finge que te interrumpí cuando estabas intentando redactar una propuesta para hacerte un lapdance —sugirió Lena—. La primera vez funcionó.
—La verdad, no me parece que sea sexy comportarme como una idiota y no sé si podría volver a ser tan desagradable contigo.
Lena reprimió un suspiro y le dio un apretón en la mano.
—Yul, nena... no es que estés furiosa conmigo en la fantasía. Es más como si... estuvieras decepcionada. O me riñeras. No sé porqué exactamente. Lo importante es que quieres castigarme por algo.
—Ah.
Yulia asintió con más seguridad. De eso se trataba en las fantasías, se recordó. Cuando imaginaba que se tiraba a Lena en una celda de prisión, no intentaba buscar la razón de que estuvieran encarceladas.
—De acuerdo, así que tengo que castigarte.
Aquellas palabras hicieron que a la pelirroja se le pusiera la piel de gallina.
«Oh, sí, nena. Castígame.»
Lena trató de mantener la compostura para sonar natural y que Yulia pudiera procesar la información sin sentirse acorralada. Lena solo deseaba poner en práctica su fantasía si la pelinegra estaba completamente de acuerdo.
—Entonces, me pones sobre tus rodillas...
Yulia dejó escapar un gemido agudo.
—Oh, Dios mío.
—¿Demasiado morboso?
«Por favor, no digas que es demasiado morboso.»
—Demasiado perfecto —le dijo Yulia con voz ronca—. Creo que eres demasiado perfecta para mí. —Miró a Lena a los ojos—. Y creo que estoy más que lista para entrar en el terreno de la perversión.
Lena le tocó un pecho sobre la camiseta. Ya tenía los pezones duros y se le marcaban bajo la fina tela.
—¿Así que quieres ponerme sobre tus rodillas?
—Si el hecho de que esté chorreando es alguna prueba, sí.
Más confiada, Lena continuó.
—Me azotas, muy fuerte, hasta que me retuerzo en tu regazo.
—¿Con la mano o con alguna otra cosa?
Yulia se acercó más a Lena, que seguía pellizcándole el pezón. No podía creer que estuviera hablando de dominar a alguien en voz alta. En Internet ya se había hecho a la idea de que le gustaría dominar a otra mujer, pero sus visitas a las webs de BDSM eran su secreto más sucio. Pensar en poner sus fantasías en práctica en la vida real casi era demasiado para ella.
Lena le pasó la otra mano por el pelo y le acarició los mechones oscuros sin dejar de mirarla a los ojos, cuyas pupilas estaban ya significativamente dilatadas. El deseo descarnado de Yulia era evidente en sus profundidades.
—Con la mano sería muy sexy. O con una pala si me decido a comprar una...
—Tengo la dirección de Internet de una tienda de juguetes sexuales online muy buena —jadeó Yulia.
Había estado explorándola durante las últimas semanas y se había imaginado todo lo que Lena y ella podían hacer juntas.
—¡Serás friki! —Lena la besó impulsivamente en la nariz—. Esta noche será genial que lo hagas con la mano.
Yulia se estremeció.
—¿Y qué pasa después de que te azote? ¿Cuándo paro?
—Me azotas hasta que se me queda el culo rojo y dolorido —dijo la pelirroja en voz baja, muy consciente del efecto que tenían sus palabras en Yulia—. Entonces me metes la mano entre las piernas y te das cuenta de que estoy muy mojada.
—¿Estás muy mojada porque te he azotado?
A juzgar por el tono de Yulia, esta ya había quedado atrapada en la fantasía.
—Sí. Y decides que eso me convierte en una chica muy muy mala. —Volvió a bajar la mano y le tomó un pecho a Yulia. Notaba el latido de su corazón, y el pezón que tenía bajo la palma estaba duro como una piedra—. Así que me dices y me demuestras lo mala que he sido.
Durante un instante, Yulia se quedó en completo silencio, con la boca abierta. Carraspeó, se humedeció los labios y cabeceó, como para aclarar sus pensamientos.
—Pareces nerviosa, cariño.
La pelinegra negó con la cabeza.
—No, solo estoy tan cachonda que me duele por dentro.
—¿Sí?
—Oh, sí.
Yulia cubrió la mano de Lena con la suya y apretó para añadir presión sobre su pecho.
—No quiero que pienses que solo tú vas a vivir una fantasía.
—¿Todavía te preocupa hacerme daño? —le preguntó Lena.
—Como siempre, me preocupo por muchas cosas a la vez.
—¿Y qué más te preocupa?
—Espero ser capaz de hacer mi papel —confesó Yulia—. Espero poder estar seria. Me temo que me sentiré muy ridícula.
—Si nos reímos un par de veces, no será el fin del mundo —la tranquilizó Lena, pasándole el brazo por la cintura—. Se supone que el sexo tiene que ser divertido. Esto no es un examen, es hacer el amor.
Yulia relajó los hombros y dejó la botella en el mármol.
—Vale, guay.
—Probamos y ya veremos cómo va —propuso Lena—. Sin presiones.
—Sin presiones —repitió Yulia—. De acuerdo.
Lena sintió que su amante necesitaba que le fuera dando instrucciones para sentirse segura. De aquella manera sería más fácil. Se acercó a Yulia, se apretó contra su cuerpo y le acercó los labios al oído.
—Esta noche estoy muy cachonda y nada de lo que me hagas me va a parecer ridículo.
—Cachonda, ¿eh?
Yulia le agarró el trasero con fuerza y Lena notó que le hervía la sangre al ser tratada con tanta brusquedad. Le hundió el rostro en el cuello.
—Y confío en ti lo bastante como para demostrarte lo cachonda que puedo estar contigo.
Unas manos cálidas se deslizaron bajo la camiseta de Lena y le escalaron la espalda hasta alcanzar los tirantes del sujetador.
—Tengo mucha suerte de tener una novia a la que le guste tanto el sexo —murmuró Yulia.
—Y a la que, además, se le da tan bien —le recordó Yulia.
—Por supuesto. —Yulia le dio un beso profundo y húmedo y la soltó tras darle una palmadita en el trasero—. ¿Por qué no te preparas para irnos a la cama? Yo apago las luces y cierro la puerta. También me aseguraré de ponerle de comer a Isis.
Traducción: «Necesita un minuto a solas para prepararse».
Lena la dejó con una sonrisa en los labios.
—No tardes.
—Lo prometo.
Lena mantuvo la calma hasta que estuvo en su habitación. Por fin a puerta cerrada, saltó sobre la cama.
«joder...»
Inspiró y expiró repetidas veces, con la mano sobre su desbocado corazón. Hacía años que tenía aquella fantasía pero nunca la había llevado hasta el final con sus amantes anteriores. Con Lindsey había estado cerca, pero nunca había habido suficiente confianza entre ellas como para soltarse del todo. Yulia la hacía sentir segura y querida, y por lo tanto se sentía capaz de sacar su lado más oscuro.
Esperaba que Yulia confiara en ella de la misma manera.
Lena se puso de pie y fue al armario. Se preguntaba qué debía ponerse. Abrió el cajón de la ropa interior y sopesó sus opciones. Tenía el conjunto negro de encaje que tanto le gustaba a Yulia. O quizá sería mejor algo más inocente... ¿lencería blanca de muñequita? No estaba segura de la imagen que quería proyectar: chica mala y zorrita pervertida. Las dos tenían su encanto.
Lena se desabrochó los tejanos y se los quitó mientras revolvía en el cajón. Después se quitó la camiseta y el sujetador. Se quedó de pie con sus bragas azul claro, tiritando y con los pezones todavía más duros por culpa del frío que hacía en su apartamento.
«Joder, qué caliente estoy.»
Se tomó un momento para meterse la mano en las bragas y, con las piernas separadas, acariciarse los pliegues húmedos. Respiró por la nariz, apoyó una mano en el armario y empezó a tocarse.
La puerta de la habitación se abrió a su espalda.
—¿Qué haces?
Lena se sobresaltó al oír a Yulia. Se volvió y le sonrió avergonzada, con la mano todavía en las braguitas.
—Yo...
Yulia atravesó la habitación en cuatro largas zancadas. Agarró a Lena de la muñeca con tanta fuerza que resultó doloroso, y le sacó la mano de las bragas sin miramientos.
—¿Te he dicho yo que podías empezar sin mí?
Su voz sonó gélida, seria, aunque en sus ojos brillaba un afecto profundo. Le soltó la muñeca para agarrarle el brazo y, aunque esta vez no la apretó con tanta fuerza, seguía siendo más brusca de lo que había sido nunca con su amante.
El juego había comenzado.
Lena se percató de que Yulia esperaba que le diera algún tipo de indicación, así que negó con la cabeza con cautela.
—Lo siento.
—¿Es que no puedes tener la mano fuera de las bragas ni un minuto?
La pelirroja se estremeció cuando Yulia supo sintonizar con su deseo de que la hiciera sentir como una niña mala.
—Solo quería ver...
—¿El qué? —la cortó Yulia—. ¿Si tenías el coño lo suficientemente mojado para mí?
A sabiendas de que Yulia no le permitiría responder, Lena se limitó a asentir. Flexionó el brazo que retenía Yulia, para comprobar con cuánta fuerza la agarraba. Yulia se le acercó y le siseó al oído.
—Ese coño es mío y no te he dado permiso para tocarlo.
Guau, era muy buena. Deseosa de aprovechar una última oportunidad para animar a Yulia, Lena le susurró:
—Esto es perfecto.
La mirada de Yulia se tocó de placer y a continuación se tornó impenetrable. En un abrir y cerrar de ojos volvió a adoptar el papel de ama estricta de la fantasía, justo como Lena siempre había sabido que pasaría.
—Quiero que te disculpes, Lena.
La pelirroja se mordió el labio, consciente de lo desnuda que estaba. El brazo tenso de Yulia le rozó el pecho desnudo.
—Lo siento —dijo, con completa sumisión.
Yulia negó con la cabeza.
—No me vale. No me lo trago.
—¿No? —Lena soltó una risita de incredulidad—. ¿Y qué tengo que hacer para convencerte?
La mano que le apresaba el brazo la apretó un poco más y Yulia la arrastró hasta la cama.
—Voy a tener que castigarte. —Se sentó y puso a Lena sobre sus rodillas—. Y luego me dirás que lo sientes.
Aunque había fantaseado con aquello muchas veces, Lena se puso colorada al encontrarse sobre las rodillas de Yulia como si fuera una niña desobediente. Cada vez se notaba más mojada.
—Sabes que has hecho algo malo, ¿verdad?
Lena tragó saliva.
—Sí.
Plas. El primer azote fue repentino y le ardió en la nalga derecha. Lena respingó, sorprendida.
Yulia se detuvo. No daba crédito a que aquello estuviera pasando de verdad y, a juzgar por los jadeos de Lena, lo estaba haciendo bien. Por fuera estaba completamente rígida e inmóvil, pero por dentro temblaba.
No había estado tan excitada en la vida, pero aún le daba un poco de miedo pasarse de la raya.
—¿Mercurio? —ofreció.
Lena soltó una carcajada falta de aliento.
«¿Estás de coña?»
Negó con la cabeza, con la mejilla apoyada en la colcha.
—No.
Plas.
La pelirroja gimió cuando Yulia la azotó por segunda vez y se retorció sobre sus muslos.
—De verdad que no quería empezar sin ti...
—¿Te he preguntado yo lo que querías?
Plas.
Lena negó con la cabeza vigorosamente.
—Lo siento.
—Ah, ya sé que lo sientes. —Yulia le puso la mano en la nalga derecha—. Nena, me encantan tus braguitas, pero te las voy a tener que quitar. Quiero ver cómo se te pone el culo en carne viva, solo para mí.
Dicho aquello, agarró la cinturilla de las bragas y se las bajó para dejar el trasero de Lena al descubierto. La pelirroja notó que se humedecía y se preguntó cuándo se daría cuenta Yulia de lo caliente que la estaba poniendo. Parecía que había nacido para la dominación.
La pelinegra gruñó y le bajó la ropa interior hasta por encima de las rodillas.
—Dios, me encanta tu culo.
Lena no dijo nada, aunque el comentario la llenó de placer.
Plas.
Lena se retorció, dominada por el torbellino de emociones que se desataba en su interior después de cada azote. Eran lo suficientemente fuertes como para que la piel le quemara y tan exquisitos que le entraban ganas de llorar. Aquello era exactamente lo que había deseado.
—Te dije que te prepararas para ir a la cama —le dijo Yulia. Su tono era casi tan duro como los azotes que seguía propinándole para puntualizar sus palabras—. Lo que no te dije fue que vinieras y empezaras a toquetearte.
Lena tenía la frente empapada en sudor. Cerró los ojos con fuerza para soportar el dolor.
—Lo siento, Yulia —respingó.
—¿Qué?
—¡Lo siento! —repitió Lena—. Siento haberme tocado.
Plas.
—¿Y por qué?
La pregunta descolocó a Lena durante unos instantes. Intentó recordar lo que Yulia le había dicho cuando la había pillado con la mano dentro de las bragas.
—Porque no me habías dado permiso.
—Exacto —le dijo Yulia—. ¿Y de quién era el coño que toqueteabas?
—Tuyo —respondió Lena sin dudarlo.
—Dilo.
Las nalgas le ardían, maltratadas y doloridas. Estaba literalmente chorreando y volvió apreguntarse cuándo lo descubriría Yulia.
—Dilo —repitió Yulia, con un nuevo azote.
—Mi coño es tuyo.
Plas.
—¡Es tuyo!
Yulia contempló la carne temblorosa bajo la palma de su mano. Al retirarla, vio la huella que había dejado, en una tonalidad ligeramente más clara, antes de que el rojo la engullera. Las dos nalgas estaban calientes; por fuerza tenían que escocerle. Dejó de azotarla y le acarició la piel ardiente con suavidad.
—Ahora dime que lo sientes —le dijo con voz seductora—. Y consigue que me lo crea.
—Lo siento —farfulló Lena—. Lo siento mucho, Yulia. No... no pensaba.
—¿Te duele el culo?
Lena fue sincera.
—Sí.
—Tiene pinta de dolerte. —Yulia le trazó dibujos con la yema de los dedos—. Te he marcado de verdad.
Lena se estremeció al oír el comentario quedo de Yulia. Se concentró en el cariñoso roce de sus dedos.
—Nunca me habían azotado tan fuerte.
—A lo mejor me he pasado un poco contigo —murmuró, sin dejar de pasarle los dedos por las nalgas maltratadas—. Me duele la mano y todo.
Lena permaneció inmóvil. Con las braguitas alrededor de los muslos, no podía abrir las piernas como quería.
—Lo siento —repitió.
—¿De verdad?
Lena jadeaba, cada vez más excitada, y se movió encima de Yulia. Su amante le acariciaba la raja del culo y cada vez que subía y bajaba se acercaba más a su húmedo centro.
—Lo siento mucho —dijo Lena—. De verdad.
—¿Así que lo sientes? —Yulia sonaba tranquila y natural, en contraposición al tono frío y disciplinario que había adoptado unos minutos antes—. ¿O solo lo dices para que deje de azotarte?
Lena guardó silencio; al principio no supo qué contestar. Sinceramente, no quería que los azotes cesaran.
—¿Preferirías que fuera amable contigo? —Yulia le deslizó la yema de los dedos por el trasero y le apretó la entrepierna.
Lena se quedó paralizada cuando Yulia dio con la humedad resbaladiza de su vagina y sus muslos. Yulia calló, aunque siguió acariciándole el sexo dilatado con los dedos.
—¿Pero qué es esto? —le preguntó con suavidad.
Lena notó que se ruborizaba; por alguna razón se sentía avergonzada de repente. Cerró los ojos, abrumada por la perfección con la que Yulia estaba interpretando aquella escena.
—Yo...
—Te gusta —dijo Yulia. Le rozó los sensibles pliegues con la yema del dedo índice y corazón e insinuó la punta en su agujero—. Estás muy mojada.
Cuando Lena no respondió, Yulia apartó la mano y le dio un duro azote en una zona especialmente castigada. Lena gruñó de dolor.
—¿Te duele? —le preguntó Yulia,—¿o te gusta?
Lena se mordió el labio para no respingar cuando Yulia le pegó de nuevo.
—Las dos cosas.
—¿Ese es el problema? —murmuró la pelinegra—. ¿Te gusta ser mala?
Lena estaba segura de dos cosas: que nunca había tenido el trasero tan magullado y que nunca había estado tan dolorosamente desesperada porque se la follaran como en aquel instante. Abrió las piernas tanto como las braguitas se lo permitieron.
—¿Te pone cachonda que te azote como a una niña mala?
La pelirroja se sorprendió a sí misma al gemir en alto. Al parecer, el sonido inflamó el deseo de Yulia, porque se ganó una lluvia de azotes más suaves en una de las zonas más doloridas de su trasero. Las palmadas eran casi demasiado blandas: eran más una provocación. Una promesa de más.
—Contéstame —exigió Yulia—. ¿Por esa razón estás tan mojada?
—Sí —gimió Lena. Su voz sonaba suplicante, extraña a sus propios oídos—. Me gusta que me azotes.
—Creía que me habías dicho que te dolía.
—Sí.
Sin mediar palabra, Yulia le propinó un nuevo azote. Estaba tan excitada que en aquel momento no se creía capaz de hablar. Lena se estremeció. Yulia no cedía terreno y Lena no tenía la menor intención de usar su palabra de seguridad.
—Me duele —gimió.
—¿Y te gusta que te haga daño?
La pelirroja exhaló muy lentamente.
—Sí.
—Eres una zorrita muy guarra —le dijo, arrastrando las palabras.
Lena abrió mucho los ojos. La reacción de su cuerpo tras las roncas palabras de Yulia la había sorprendido hasta a ella. Sentía el coño hinchado, pesado y dolorosamente vacío. Estaba bastante segura de que estaba dejándole los tejanos perdidos a Yulia.
«Cuánto la quiero por hacer esto conmigo.»
Yulia le metió un dedo por la raja del culo para rozarle el ano.
—Has estado pensando en esto, ¿eh? En ser mi zorra. En dejar que te haga daño.
A Lena le latía el corazón con tanta fuerza que llegó a preguntarse si Yulia notaba la vibración en la mano que tenía puesta sobre su palpitante trasero.
—Sí.
Yulia dejó escapar un hondo suspiro. Le dio tres palmaditas en las nalgas, esta vez con suavidad.
—Arriba.
Lena se puso de pie. Enseguida, Yulia la agarró del brazo y la tiró sobre la cama boca abajo.
Lena dejó escapar un gruñido de sorpresa y gimió cuando Yulia la obligó a volverse de espaldas.
La colcha resultaba áspera, incómoda, contra su trasero lastimado. Yulia le sacó las bragas.
—No tengo muy claro cómo castigarte.
Yulia le pasó las palmas de las manos por el interior de los muslos y le abrió las piernas. No le tocó el coño a Lena, sino que se contentó con dejárselo al descubierto.
—Joder —murmuró al contemplar el deseo evidente de Lena—. A mí esto no me parece un castigo.
Lena se apresuró a seguir con el juego, con la cara encendida.
—Lo siento. No era mi intención estar tan mojada.
Yulia alargó la mano y le apretó el sexo con firmeza. Lena respingó. La pelinegra le dio una palmada en el pie izquierdo para animarla a abrir la rodilla y apoyarla en la cama. Por fin, Lena estaba completamente expuesta.
—¿Así que te gusta que te pegue en el culo?
Los labios de Yulia se tensaron y por un momento creyó que no podría evitar sonreír. Sin embargo, se controló. Por mucho que estuviera divirtiéndose, por muy excitada que estuviera, sabía que tenía que mantenerse en el papel por Lena.
—Sí —dijo la pelirroja.
Se quedó mirando la mano de Yulia, a la espera de que le metiera los dedos hasta el fondo.
—¿Y qué más te pone cachonda?
Yulia se sentó entre los muslos de Lena y contempló su sexo desnudo. Le pasó el dedo por los resbaladizos pliegues y, veloz como el rayo, le agarró un pecho y le pellizcó el pezón.
—¿Esto te pone caliente?
Lena cerró los ojos y se estremeció de placer.
Yulia le estrujó el pezón con más fuerza, hasta bordear el dolor real. Lena abrió los ojos y gimió al ver sus pezones duros como piedras y la zona enrojecida alrededor de la aureola. Yulia cambió al otro pecho y lo apretó, antes de castigarle el pezón con los dedos.
—Yulia —respingó Lena.
Yulia se detuvo de inmediato. Miró a Lena a los ojos, temerosa de haber ido demasiado lejos.
Estaba dispuesta a dejar el juego en aquel mismo instante y volver a las caricias suaves y cálidas que les eran familiares. Lena debió de ver la incertidumbre en su mirada; negó con la cabeza y se agarró a la cabecera de la cama. Yulia le dio lo que quería.
—Mira ese coñito —susurró, mientras se inclinaba sobre Lena—. A mí me parece que eres una guarra que necesita un buen polvo.
La pelirroja se estremeció bajo el peso de Yulia. Sus cálidos pechos se posaron sobre los suyos y la inmovilizaron en la cama. Soltó la cabecera, le puso las manos en los hombros a Yulia y la empujó, solo para probar. Esperaba que su compañera no malinterpretara su resistencia.
Sin darle tiempo a coger aire siquiera, Yulia le agarró las muñecas y las estampó en el colchón, por encima de su cabeza. Cambió de posición hasta colocarse completamente encima de Lena y, así, atraparla en la cama.
—¿Me rechazas? —le susurró al oído.
—No.
Lena trató de soltarse. El clítoris le palpitaba.
—¿«No, no te rechazo»? —preguntó Yulia—. ¿O «no, no soy una guarra que necesita un buen polvo»?
Le metió la pierna entre los muslos, arañándole la piel con los tejanos. Lena se sacudió contra ella, maravillada de la intensidad de su deseo.
—No te rechazo.
—Entonces, ¿por qué te resistes?
—Yo... yo solo... —Lena gimió y se frotó contra el muslo de Yulia—.Yulia, por favor.
—¿Por favor qué? —Yulia le apretó las muñecas más fuerte—. No me digas que no quieres que te folle.
Lena negó con la cabeza.
—Sí que quiero —dijo.
Yulia sonrió y le cogió las muñecas con una sola mano. Aflojó un poco la presión, pero aun así Lena no iba a ninguna parte. Se puso de lado, junto a la forma sumisa de la pelirroja, y le pasó la mano por encima del abdomen, cerca, pero sin llegar a tocarla.
—Abre más las piernas —le dijo.
Lena obedeció. Se sentía como una puta, abierta de piernas por completo. La idea la puso todavía más húmeda.
—Me pregunto qué podría hacer para ponerte más caliente.
Yulia le palmeó el sexo, juguetona. El contacto le arrancó a Lena una sacudida eléctrica en el clítoris endurecido, que la recorrió de la cabeza a los pies. La esencia de su deseo le chorreó trasero abajo, en prueba embarazosa de su placer.
—Estás tan mojada... —musitó Yulia—. ¿También te gusta que te azote el coño?
Lena se retorció. Los ojos se le habían llenado de lágrimas, como respuesta instintiva a la pulla.
Luchó contra el impulso de cerrar los temblorosos muslos, pero fracasó y atrapó la mano de Yulia entre ellos. Esta le soltó las muñecas y le dio un palmetazo en el muslo izquierdo.
—Que abras las piernas —ordenó la ojiazul, rechinando los dientes.
El tono autoritario y el modo en que apretaba la mandíbula fue lo que la derrotó por completo.
Lena obedeció y abrió las piernas.
—Ábrelas bien, como la guarra que eres —le dijo Yulia.
Soltó una risita y durante una fracción de segundo se salió del personaje. Lena bajó las manos para cubrir su vagina enrojecida. Miró a Yulia a los ojos, en busca del amor que sabía que hallaría reflejado en ellos.
—Estás preciosa ahora mismo —murmuró Yulia—. Pon las manos por encima de la cabeza y déjalas ahí.
Su mirada era tierna y Lena obedeció. Levantó los brazos y se agarró a la cabecera con las dos manos. Estaba temblando de pies a cabeza. No se había sentido tan fuera de control (ni tan enamorada) en la vida.
Yulia le pasó el dorso de los dedos por los rizos púbicos y le frotó el clítoris.
—Me encanta la cara que pones cuando no estás segura de si algo te duele o te gusta.
Lena se mordió el labio cuando Yulia empezó a jugar con su sexo: la acarició con movimientos verticales y le tiró del vello más corto, justo antes de introducir un dedo entre sus pliegues y rozarle los rosados labios inflamados. Las caderas de Lena se sacudieron bajo sus deliberadas atenciones.
Al cabo de un momento, Yulia retiró los dedos y le dio una palmadita entre las piernas. Volvió a hundirle las yemas en el clítoris y Lena gritó. Yulia alargó la mano y le tapó la boca.
—Calladita, pequeña. ¿O quieres que los vecinos sepan lo mala que has sido?
Lena gimió y cerró los ojos, extasiada. No sabía cómo Yulia había adivinado que obligarla a callar la pondría aún más caliente, pero lo cierto era que estaba disfrutando cada segundo de aquel juego. Notaba las yemas de los dedos de Yulia deslizándose sobre su clítoris. Lena gimió más fuerte y Yulia le cerró la boca con firmeza.
—Todo el mundo sabrá que eres mi zorra. —Yulia le estrujó el clítoris con los dedos—. ¿Quieres que la gente sepa lo que me dejas hacerte?
Lena sacudió las caderas.
«Por dios, Yulia. Méteme algo.»
Se frotó la pelvis contra la mano de su amante y gimoteó, desesperada.
«Frótame algo... ¡Lo que sea!»
De repente, Yulia se apartó. Dejó de tocar a Lena y se sentó hacia atrás. La pelirroja permaneció agarrada a la cabecera. Los dedos se le habían quedado rígidos.
—Puedes soltarte, nena —le dijo Yulia—. Quiero que me demuestres lo mojada que estás.
Lena se mordió el labio y se pasó las manos por el estómago. Finalmente, la deslizó entre sus piernas. Jugó, con los dedos en el chorreante interior de sus muslos.
—Es mío. Enséñamelo.
Lena se abrió con los dedos y sintió que se ruborizaba. Contempló cómo Yulia la observaba con interés. Era consciente de que estaba más mojada de lo que Yulia la había visto nunca.
—¿Te gusta enseñarme el coño?
«Y yo que creía que era demasiado tímida para decir guarradas.»
Lena se quedó con la boca abierta.
—Sí —jadeó.
—¿Quieres sentirme dentro?
—Sí —repitió Lena, esta vez con más firmeza. La cara le ardía de lo excitada que estaba.
Sin previo aviso, Yulia la penetró con un dedo, hasta el fondo de una sola vez. Lena gimió y arqueó la espalda en clara gratitud. Sin embargo, dejó las manos quietas para mantenerse los labios abiertos.
—Quieres que te folle hasta que te corras, ¿no es eso? —Yulia sacó el dedo y se lo volvió a meter—. Es lo que has estado esperando desde que te puse sobre mis rodillas.
—Sí —repitió Lea.
Habría dicho cualquier cosa para que Yulia no dejará de mover el dedo. No obstante, la pelinegra se lo sacó. A continuación bajó de la cama. Lena se incorporó sobre los codos y miró a Yulia con ojos como platos. No podía creer que Yulia fuera a dejarla de aquella manera.
—¿Adónde vas?
Yulia permaneció en pie junto a la cama, con una sonrisa en los labios. Cogió a Lena del brazo y la hizo sentarse.
—Te estoy castigando, así que tú harás que me corra primero.
«Como si eso fuera un castigo.»
Lena asintió y Yulia guió sus manos temblorosas al botón de sus tejanos.
—¿Qué quieres que haga?
Yulia se sacó la camiseta.
—Quítame los tejanos —le dijo—. Y luego ponte de rodillas al lado de la cama. Me lo vas a comer.
Lena le desabrochó los pantalones con torpeza, no solo porque estaba demasiado excitada para ser hábil, sino también para excitar la parte de Yulia que estaba disfrutando con su dinámica de dominación y sumisión. Le bajó la cremallera y después le bajó los tejanos hasta las rodillas.
Yulia se los acabó de sacar y le hundió los dedos en la melena, para después acercar la cara a sus braguitas color lavanda.
—Quieres mi coño, ¿verdad? —gruñó.
Lena asintió. El algodón ya estaba húmedo frente a su nariz y sus labios y el aroma de Yulia llenaba el aire. Se le hizo la boca agua.
—Por favor.
—Bésalo.
Lena frunció los labios y besó un punto sobre el clítoris de Yulia. Luego le hundió la nariz. La pelinegra dejó escapar un suspiro entrecortado y le tiró del pelo.
—Pruébalo.
Lena sacó la lengua y le lamió las braguitas para probarla por encima de la fina tela. Entonces se la jugó y le apartó el borde de las braguitas de la ingle, para lamerle la piel desnuda. No obstante, Yulia volvió a tirarle del pelo y la obligó a apartarse. Con la mano libre, agarró a Lena del brazo y la hizo agacharse.
—De rodillas, niñita.
Lena se arrodilló en la moqueta y se puso de cara a la cama. Yulia se bajó la ropa interior y la echó a un lado sin miramientos. Se sentó en la cama y abrió las piernas mientras le acariciaba el pelo a Lena.
—Venga —la urgió Yulia. Tiró de la pelirroja hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros de sus rizos oscuros—. Quiero que me enseñes cómo lo chupa una buena zorra.
Lena se echó hacia delante sobre las rodillas y agachó la cabeza para poder llevarse el sexo de su amante a la boca. El aroma almizcleño del deseo de Yulia, dulce y a la vez salado sobre sus labios, le arrancó un gemido.
—Ah, te gusta —murmuró Yulia. Continuó acariciándole el pelo y abrió más las piernas para que Lena llegara mejor—. ¿Verdad que sí?
Lena farfulló su aprobación y le lamió el coño de arriba abajo. Notaba cómo chorreaba, y aquello la excitó aún más. Discretamente, deslizó la mano entre sus piernas y se acarició los labios y el clítoris con la yema de los dedos.
—Chupa —ordenó Yulia, acariciándole la barbilla—. Cómemelo, nena.
Lena cambió de táctica y le chupó el clítoris obedientemente. Le lamió los labios de la vagina de arriba abajo con la punta de la lengua y echó mano de todos los movimientos que sabía que le gustaban a Yulia, deseosa de hacerla feliz.
—Oh —respingó Yulia.
Le soltó la barbilla a Lena y se tumbó en la cama. Con una mano se pellizcó un pezón mientras la otra permanecía enredada en el cabello de Lena.
—Muy bien, nena...
Lena le apoyó las manos en los muslos mientras la devoraba y murmuró en señal de placer mientras movía la lengua, para demostrarle a Yulia lo mucho que disfrutaba con lo que hacía. A esta empezaron a temblarle los muslos. Gimió y arqueó la espalda. La mano con la que cogía a Lena del pelo se crispó.
—Muy bien —gruñó Yulia. Obligó a Lena a meterle la lengua más hondo y movió las caderas al ritmo de su compañera—. Así, haz que me corra con la boca.
Yulia tenía el clítoris más hinchado de lo que Lena lo había visto nunca. Lo tomó entre los labios sin problemas y lo castigó con la punta de la lengua. Yulia gimió. Sus caderas se sacudieron y todo su cuerpo se tensó mientras se corría sobre la barbilla de Lena. El logro hizo que Lena se sintiera muy orgullosa de sí misma.
En cuanto Yulia dejó de temblar, apartó a la pelirroja y se levantó. En pie junto a una Lena arrodillada, le ordenó:
—Túmbate en la cama. Te toca.
La pelirroja subió a la cama a gatas. Las piernas le temblaban.
—¿Cómo quieres que me ponga?
Yulia se dirigió al armario de Lena.
—Encima de la colcha.
Lena se acomodó y vio a Yulia sacar un arnés de su cajón de juguetes eróticos, junto con su dildo.
El clítoris le latió con expectación.
—¿Te parece bien? —Yulia le sonrió por encima del hombro mientras se abrochaba la correa.
—Más que bien.
—Bien.
Cuando estuvo equipada adecuadamente, Yulia volvió a la cama y Lena se apartó para dejarle sitio sin que tuviera que decírselo. Yulia se tumbó de espaldas. El orgasmo había apaciguado parte de su ansia, así que ya podía concentrarse exclusivamente en darle placer a Lena. Volvió a adoptar su papel de dominante.
—Quiero ver cómo mi putita se folla a sí misma —dijo. Cogió a Lena del brazo—. Móntate.
Lena se puso a horcajadas sobre Yulia, apoyándole una rodilla a cada costado. Deslizó la mano entre sus cuerpos y agarró la base del dildo que llevaba puesto la pelinegra. Esta le cogió la mano con firmeza.
—Pero antes, pídeme si te dejo mi polla.
Lena se ruborizó al ser consciente de lo impaciente que estaba y se obligó a ir más despacio y mirar a Yulia a los ojos.
—¿Me permites? —murmuró. Se frotó el clítoris con la punta del dildo y se estremeció: su deseo era poderosísimo—. Por favor, Yulia.
—Toda para ti.
Yulia le puso la mano en la cadera para animarla a empalarse en el dildo.
—Métetela dentro, nena, y fóllate.
Lena se colocó la punta del dildo en su abertura y se lo metió con cuidado y paciencia. Era uno de sus dildos más grandes y siempre tardaba unos segundos en adaptarse a su tamaño. Yulia la cogió de las caderas con las dos manos y la sostuvo mientras Lena se introducía toda la longitud del juguete.
—Esto era lo que querías —murmuró Yulia. Alargó la mano y le acarició el clítoris en círculos con suavidad, para relajarla y que el dildo le entrara mejor. —¿Verdad que sí? Lena dejó caer la cabeza y respiró hondo por la nariz. Sentirse tan llena era exactamente lo que había estado buscando.—Qué bien...
Con ambas manos sobre sus caderas, Yulia la animó a balancearse arriba y abajo.
—Muy bien... Fóllame, nena.
Cuando Yulia por fin le dio permiso, Lena empezó a moverse con ímpetu. Apoyó las manos en la cabecera de la cama y se aferró a Yulia con las caderas para montarla con todas sus fuerzas.
—Yul —murmuró entre dientes.
Yulia le dio un azote en el culo. Todavía lo tenía resentido y Lena hizo una mueca de dolor y empezó a follarse a Yulia más deprisa.
—Muy bien —le dijo Yulia—. Fóllate. Enséñame lo guarra y ansiosa que es mi puta.
Los músculos de Lena se contrajeron alrededor del dildo y se movió más rápido. Cuando Yulia le dio otro palmetazo en el trasero, Lena gimió y empezó a mover las caderas adelante y atrás.
Estableció un ritmo vertiginoso, ya que después de tanto rato de ser provocada, estaba desesperada por alcanzar el clímax. Yulia permaneció quieta, de espaldas, y contempló a Lena mientras esta hacía todo el trabajo.
—¿Quieres correrte?
Lena asintió. Tenía la frente cubierta de sudor y una gota le caía por la sien hasta la barbilla. Se echó hacia delante, sin soltar el cabezal, y movió las caderas con furia. Estaba muy cerca, pero la cima se le resistía.
—¿Quieres que te aguante en la cama y te folle duro hasta que te corras en mi polla?
—Sí.
Gimió lastimeramente cuando Yulia empezó a mover las caderas y a hundirle el dildo en el coño.
—Joder, Yulia, por favor...
Yulia la rodeó con sus brazos y la hizo darse la vuelta para ponerse encima. Lena abrió los muslos y le rodeó la cintura con las piernas. El cambió de postura la había cogido por sorpresa y, por un segundo, se sintió débil al perder el control.
Yulia le agarró las muñecas con fuerza y las hundió en la cama, por encima de la cabeza de Lena. Le acercó los labios al oído sin dejar de moverse en su interior con brusquedad.
—Deja que te folle, nena.
La pelirroja respingó y se retorció debajo de Yulia.
—Oh, Dios...
—Cada vez más cerca, ¿eh, cielo? —musitó la pelinegra. Aflojó un poco las muñecas de Lena, pero no la soltó—. ¿Quieres correrte conmigo dentro?
—Sí —suplicó Lena.
Yulia aumentó la velocidad de sus embestidas, al tiempo que le pellizcaba un pezón. Se lo tironeó y retorció hasta arrancarle un gritito de dolor.
—No puedo creer que te ponga cuando me pongo así de bruta —susurró Yulia.
Sus sacudidas eran cada vez más fuertes y exigentes.
—Me encanta follarte como la zorrita mala que eres.
Lena se contrajo y su centro palpitó al oír a Yulia decir aquellas cosas. Una densa bola de placer se formó en su bajo vientre. Yulia la embestía con tanta fuerza que cada sacudida le golpeaba el clítoris con dureza. Lena mantuvo las manos por encima de la cabeza mientras Yulia le castigaba los pezones, cerró los ojos y se concentró en el orgasmo que amenazaba con partirla en dos.
—Pídeme que te folle más fuerte —jadeó Yulia. Tenía el cuerpo empapado en sudor y Lena lo sentía sólido y pesado encima del suyo. Todavía le retenía una muñeca—. Suplícame, Lena.
Lena notó cómo su orgasmo empezaba a insinuarse en forma de cosquilleo en los dedos de los pies.
—Por favor —suplicó—. Fóllame más fuerte.
Se retorció debajo de Yulia en un intento de mover las caderas para seguir el ritmo de las vigorosas sacudidas que le daba su amante. Esta le soltó el pezón y volvió a inmovilizarle las muñecas con las dos manos. Cuando la tuvo a su merced, empezó a embestirla con más fuerza.
—Córrete para mí —le ordenó Yulia—. Quiero oír cómo te corres con esta enorme polla dentro.
Hundió el rostro en el cuello de Lena y le mordisqueó la piel más suave y tierna. Aquello bastó para precipitar a Lena al abismo. Abrió la boca y gritó mientras el coño se le contraía de placer. El orgasmo la golpeó con fuerza e hizo que se le rompiera la voz y le temblaran las piernas, hasta quedar inerte y prácticamente líquida bajo el peso de Yulia. Cerró los ojos para exprimir hasta la última gota de sensación y se mordió el labio mientras Yulia seguía moviéndose. Abrumada por la potencia del clímax, notó que las lágrimas le rodaban por las mejillas, pero era incapaz de hablar.
—Para —respingó al fin. Entonces recordó—: Mercurio.
Yulia dejó de moverse de inmediato. Le soltó las muñecas y se apoyó en el colchón para poder apartarse de su abrazo sudoroso.
—¿Estás bien?
Lena dejó escapar un sollozo extático. Le rodeó el cuello a Yulia con los brazos y la estrechó con fuerza.
—Oh, Dios mío —jadeó.
Su cuerpo aún se sacudía a tenor de los ecos del orgasmo y sus músculos se contraían espasmódicamente alrededor del dildo que seguía en su interior.
—Yulia, ha sido espectacular. Ha sido... exactamente lo que quería.
Yulia vibró, llena de silenciosa felicidad. El juego también había satisfecho sus propias fantasías de dominación. ¿Sería posible que fueran tan compatibles?
—Ha sido muy divertido. ¿De verdad lo he hecho bien?
Lena aflojó el abrazo y se apartó un poco para poder mirar a Yulia a los ojos con ternura. Su dulce y sensible amante había vuelto en un abrir y cerrar de ojos.
—Has nacido para esto.
A Yulia se le iluminó la cara y sintió una oleada de orgullo y seguridad en sí misma que la invadió por completo.
—A mí me ha parecido que lo hacía bien.
—¿Bien? — repitió Lena con incredulidad—. No habría podido ser mejor. Me he corrido tan fuerte que...
—¿En serio?
Lena asintió con total sinceridad.
—Pero, cariño...
—¿Sí?
—Tienes que sacármela ya. —Lena arrugó la nariz y se removió debajo de Yulia—. Me has dejado rota.
—Ay, lo siento.
Yulia también se movió, aunque no estaba segura de cómo separarse de su intrincado abrazo.
—¿Me ayudas?
Lena asintió, se semiincorporó y ayudó a Yulia a sacarle el dildo. La sensación le arrancó un gemido. La pelinegra se echó hacia atrás y se sentó sobre las rodillas, para quitarse la correa.
—La verdad es que no tenía pensado usar esto —murmuró Yulia. Se movió con elegancia lánguida y una sonrisa beatífica en los labios—. Sencillamente te tenía debajo y me llegó la inspiración de repente.
Lena estaba maravillada de la sensual seguridad en ella misma que demostraba su amante. A veces no podía creerse que fuera la misma jefa de proyecto estirada que había conocido aquella noche en el ascensor.
—Me encanta sentir tu cuerpo contra el mío cuando estás dentro de mí.
Yulia sonrió y siguió desabrochándose la correa. Lena se estiró y alisó la colcha que había quedado hecha un revoltijo contra el cabezal. Sin poder evitarlo, se le escapó un bostezo.
—Cariño, me has dejado para el arrastre.
Yulia tiró el dildo y el arnés de sujeción al suelo.
—Nos hacemos viejas, ¿eh? ¿Veinticinco años y un orgasmo de nada te destroza?
—Perdona, pero no ha sido un orgasmo «de nada».
Yulia puso cara de satisfacción. Lena conocía bien aquella expresión.
—Claro que no.
Lena rió y tiró de Yulia para que se metiera debajo de la colcha con ella.
—Ven a hacerme mimitos.
—La verdad es que quiero hacer otra cosa antes.
Yulia saltó de la cama y se dirigió al baño.
—No te desmayes todavía —le dijo a la pelirroja por encima del hombro.
Un momento más tarde, Lena oyó el grifo de la bañera. Cerró los ojos y no pudo reprimir una sonrisa de felicidad.
«Un baño caliente. Encantador.»
Se cubrió el sexo húmedo con la mano y suspiró cuando las yemas de sus dedos le rozaron la piel sensible.
—¿Nena?
Lena intentó levantar la cabeza de la almohada cuando Yulia volvió a la habitación, pero falló.
Era como si sus músculos fueran de gelatina.
—¿Sí?
—Ohhh —la arrulló Yulia. Fue a la cama y se arrodilló al lado de Lena—. ¿Estás demasiado cansada para un baño?
—Estoy fundida, ni siquiera puedo levantarme. —Lena se volvió hacia su amante con una sonrisa—. Me has dado duro.
Yulia le rodeó los hombros con los brazos y le dio un abrazo reverente.
—Pues sí.
Ayudó a Lena a sentarse y sostuvo su peso mientras la abrazaba.
—Y ahora te quiero lavar.
Lena se dejó llevar de la mano hasta el baño. La bañera estaba llena de agua caliente y aromatizada y Yulia había encendido dos de sus velas favoritas. Lena soltó un gritito de asombro y la pelinegra le sonrió con timidez.
—Métete —le dijo Yulia—. Voy a lavarte el pelo.
Lena probó el agua con el dedo del pie.
—¿No te metes tú también?
—En unos minutos —le aseguró Yulia. Se arrodilló junto a la bañera y cogió una esponja—. Pero antes deja que te mime un poco.
—No te lo voy a discutir.
Lena se sentó en el agua caliente y gimió cuando sus músculos empezaron a relajarse.
—¡Ay, qué bien!
Yulia echó un poco de gel en la esponja y le frotó la espalda a Lena.
—Te he hecho sudar un poco, mi vida.
—Y yo también.
—Creo que hacía meses que no hacía tanto ejercicio.
Lena se echó hacia delante, para que Yulia llegara a toda la espalda.
—Ha sido el mejor polvo de mi vida. Me sentía muy segura contigo.
Notó que Yulia se ruborizaba, incluso a la luz de las velas.
—¿No me he... pasado?
—Oh, no. Me has dado exactamente lo que quería.
—Échate hacia atrás, cariño —le dijo Yulia. Lena obedeció y ella le pasó la esponja con suavidad sobre los pechos. Permaneció en silencio un rato, hasta que finalmente murmuró—. Yo también me he sentido muy segura contigo.
—¿Sí?
Lena gimió en tono quedo cuando la mano de Yulia se aventuró por debajo de su estómago.
—Sí —le dijo Yulia—. No creo que hubiera sido capaz de hacerlo si no confiara en ti por completo.
En cierto modo, resultaba curioso que Yulia, que había desempeñado el papel dominante, fuera la que se sintiera así. De todas maneras, Lena entendía lo que quería decir.
—La confianza es lo que lo hace así de bueno —dijo Lena. Se estremeció al pensar en cómo habían hecho el amor. Le cogió un pecho a Yulia y le pellizcó el pezón con suavidad —. Es un regalo fantástico: saber que puedo compartir mis fantasías contigo y que juntas las haremos realidad...
—Tendré que recordarlo para tu cumpleaños. Es un regalo barato.
Lena le dio un palmetazo en el brazo.
—Cállate.
—No, de verdad. Entra en mi presupuesto.
Lena le volvió a dar una palmada en el brazo, esta vez con más fuerza.
—Para, antes de que decida que no eres lo mejor que me ha pasado.
Yulia dejó caer la esponja y le pasó los brazos por la cintura.
—¿Lo soy?
—Sin lugar a dudas.
La pelinegra le hizo cosquillas en la barriga y luego entre los muslos. Lena dejó escapar un gruñido sordo y abrió las piernas para que Yulia le acariciara los pliegues de su sexo hinchado.
—Estoy loca por ti, Lena —suspiró Yulia, y le hundió el rostro en el cuello, con la respiración entrecortada. Empezó a acariciarle los labios de la vagina a la pelirroja con la yema de los dedos. Todavía lo tenía increíblemente duro—. Me haces sentir tantas cosas que a veces no sé cómo expresarlo.
—Bésame —pidió Lena, que pese al cansancio notaba que el deseo la inflamaba de nuevo—.Siempre sé lo que sientes cuando me besas.
Yulia hizo lo que le pedía, sin mediar palabra. Desenterró el rostro de la piel de Lena, halló sus labios e introdujo la lengua en su boca con un gemido quedo. Lena le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso.
A pesar de que el comienzo no había sido muy prometedor, si se remontaban a su primer beso, desordenado y torpe, en el ascensor, Lena pensaba que besar a Yulia era lo más delicioso que podía pasarle. Si pudiera, se pasaría las tardes en el sofá con ella, enrollándose y nada más. Yulia había perfeccionado una habilidad inaudita para expresar la profundidad de sus sentimientos a través de sus labios y, cuando la lengua de Yulia se enredaba con la suya, Lena se sentía más segura que nunca de su relación.
Mientras se besaban, Yulia la llevó al clímax con la yema de los dedos. Fue un orgasmo lento, dulce. Sus bocas no se despegaron en ningún instante y Yulia fue alternando entre besarla húmeda y profundamente y mordisquearle los labios, juguetona. Mantuvo una mano alrededor de la espalda de Lena mientras con la otra la masturbaba y, cuando por fin Lena se corrió, Yulia la sujetó con fuerza hasta que dejó de temblar.
Cuando Lena estuvo recuperada de su orgasmo, Yulia retrocedió.
—También quería hacerte el amor con ternura, tesoro. Espero que no te importe...
Lena negó con la cabeza, cerró los muslos y le atrapó la mano a Yulia.
—Antes estaba equivocada, cuando dije que la noche no podría haber sido mejor.
—¿Ah, sí?
Yulia deslizó la mano entre los muslos de Lena y la sacó con suavidad. A continuación quitó el tapón y volvió a abrir el grifo. La bañera se volvió a llenar de agua caliente y Lena se sintió reconfortada. Entonces se echó hacia delante para que Yulia pudiera meterse en la bañera tras ella.
—Tengo un regalo para ti.
—No estoy segura de que ahora mismo puedas darme nada más.
—Anoche dejé mi trabajo en el club.
El corazón de Yulia dio un vuelco al oír las palabras que había deseado escuchar durante el último mes. Estaba encantada, aunque también se sintió muy culpable. ¿Lena lo había hecho por ella?
—Espero que no sea porque yo...
—Lo he hecho porque quería. Por ti. Porque a tu lado, mi vida es un poco más perfecta.
Yulia notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y casi se alegró de que la pelirroja le diera la espalda.
No estaba segura de haber sentido algo tan fuerte por alguien o por algo en toda su vida y parecía que el corazón le iba a estallar, pero en el buen sentido. Yulia le rodeó la cintura con las piernas y la atrajo hacia atrás para darle un fuerte abrazo. Aspiró el aroma del cabello de Lena y susurró.
—Te mereces la perfección.
Lena se dejó abrazar por Yulia y sonrió.
«Y te tengo a ti.»

13 Horas (t.A.T.u.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora