Capítulo XXI. Donde empezó todo

33 1 0
                                    

Para cuando Lena llegó a la planta 29, ya tenía el interior de los muslos húmedos, los pezones como piedras contra el tejido del sujetador y los pechos hinchados y pesados. Estaba convencida de que estaba sonrojada y de que tenía las pupilas dilatadas y la excitaba pensar que cualquiera que la viera se daría cuenta de su estado. Echó un vistazo cariñoso al ascensor antes de salir. Allí era donde Yulia y ella se habían besado por primera vez. Donde habían hecho el amor por primera vez. Le traía muchos recuerdos especiales, así que dejó que estos recuerdos inflamaran el deseo que la acuciaba ya entre las piernas.

Recorrió el pasillo hacia el despacho de Yulia con una sonrisa radiante dibujada en el rostro. Un hombre joven con perilla iba en dirección contraria, pero en el último momento se paró en seco al verla y, boquiabierto, le dedicó un saludo de cabeza mientras bailaban el uno en torno al otro en uno de aquellos momentos extraños en los que trataban de decidir por qué lado pasar cada uno. Lena contuvo una risita ante la expresión del chico. Los programadores de Yulia no eran demasiado sutiles a la hora de disimular su excitación cuando una mujer penetraba en sus dominios. Las contadas visitas de Lena a la oficina solían crear una verdadera conmoción. Su mayor reto de aquel día sería pasar por el embudo, que era como denominaba al estrecho paso entre dos hileras de escritorios que tenía que atravesar para llegar al despacho de Yulia y que estaba poblado de frikis informáticos mirones que no le quitarían ojo de encima.
«No finjas que saberlo no te pone un poco, Lena. Intenta ser natural, sabiendo lo que estás a punto de hacer.»

Estaba cachonda, mojada, y por debajo de la falda corta le temblaban las rodillas de puro deseo sexual. Pese a todo, reunió valor y atravesó el embudo. Todas las cabezas se volvieron hacia ella al unísono.
—¿Va a comer con la señorita Volkova? —preguntó uno de los monos picadores de datos, pese a la obviedad de la situación.
Lena asintió, amable.
«No, solo voy a comerme a la señorita Volkova.»
El tipo no le despegó los ojos de la parte delantera de la camisa, que Lena llevaba desabrochada lo justo para insinuar el escote. Había pasado por casa para cambiarse el uniforme de la clínica veterinaria por algo más seductor antes de salir a comer. Las medias, las había dejado en el apartamento. Después de todo, no iba a necesitarlas.
—¿Yulia está en su despacho? —preguntó.
Aquella pregunta tan compleja se ganó varios segundos de silencio estupefacto hasta que la única programadora mujer de Yulia contestó.
—Sí que está. Disfrute de la comida.
«Oh, ya lo creo.»
Lena notó un espasmo en la entrepierna solo de pensarlo. Con los ojos de todos pegados al culo, Lena atravesó las hileras de cubículos para llegar ante la puerta cerrada del despacho de Yulia.
Llamó y entró. Al ver a Yulia sentada tras su enorme escritorio de roble, sonrió de oreja a oreja.
—Hola, nena —la saludó Yulia en voz baja. Paseó la mirada sobre el cuerpo de Lena lentamente—. ¿Qué tal si cierras la puerta?
Lena se apoyó en la puerta y la cerró con un suave clic.
—Te he echado de menos —murmuró.
Era la pura verdad, independientemente de que hubieran pasado solo unas seis horas separadas. El cuerpo le ardía bajo la mirada de Yulia y se dio cuenta de que esta cerraba los puños sobre el escritorio.
—Yo también te he echado de menos —le dijo Yulia.
—¿Has pensado mucho en mí?
—Ya sabes que no hago otra cosa.
Lena avanzó hacia ella.
—¿De verdad?
La voz de Yulia se tornó ronca.
—Me paso el día empalmada por ti. Es difícil que te saque de mis pensamientos.

Lena tragó saliva y rodeó el escritorio para poder verle el regazo. Al estar sentada, la tela de sus pantalones oscuros quedaba ajustada en torno a sus muslos y le marcaba la protuberancia entre las piernas.
—¿Y qué te parece estar empalmada todo el día?
—Muy bien. —Yulia se humedeció los labios—. Excelente.
Lena apoyó el trasero contra el borde del escritorio, se inclinó y le susurró a Yulia al oído.
—¿Estás mojada bajo esa polla tiesa?
La pelinegra jadeó, caliente y temblorosa sobre su cuello, y se le puso la piel de gallina. La pelirroja cerró los ojos un instante para controlar su deseo. Todavía no había acabado de interpretar su escena de seducción, y aquella parte era tan importante en la fantasía como el momento en que finalmente se la follaba.
—¿Lo estás? —repitió, cuando Yulia no le respondió.
—Sí —contestó su amante, con la voz tomada y enronquecida de deseo.
Lena se irguió y se sentó en el escritorio de Yulia, a la izquierda de esta. Se levantó el dobladillo de la falda un poco y abrió las piernas.
—Yo también, mira.
Yulia soltó un gemido quedo al echarse hacia atrás en la silla para mirarle debajo de la falda. Cuando sus ojos se posaron en el sexo hinchado de Lena y permanecieron allí, Lena se mojó todavía más, Yulia alargó la mano y le pasó la yema del dedo por la suave piel de la parte interior de la rodilla.
Justo cuando subía y se acercaba peligrosamente a la raja de Lena, se oyó un golpe sordo al otro lado de la puerta y Lena cerró las piernas automáticamente.
—Traen papel para las impresoras —le explicó Yulia—. Hay un cuarto de material al lado del despacho.
La pelirroja soltó una risita nerviosa, bajó de la mesa y fue a la puerta.
—Esta es la razón por la que el tipo que inventó las cerraduras, inventó las cerraduras.
—Un genio, sin duda —repuso Yulia con una sonrisa perezosa. Entonces se detuvo, al darse cuenta de lo que estaba pasando—. Espera... ¿aquí?
Lena le dedicó una amplia sonrisa, echó el pestillo y volvió con Yulia.
«Supongo que no llegué a especificarle que me la quería follar encima de su mesa.»
Se puso de rodillas en la moqueta y giró la silla de Yulia. Le desabrochó los pantalones, le bajó la cremallera y sonrió, traviesa.
—Dime que nunca te habías imaginado algo así.
—¿En mi despacho?
—Dime que no lo has hecho. -Lena le metió la mano en los pantalones, le sacó el dildo que llevaba atado a la cintura y lo colocó en posición erecta mientras se relamía. —Pero no te creeré.
—Sí que me lo había imaginado. —Yulia gimió desde el fondo de la garganta cuando Lena se inclinó y se metió la punta del dildo en la boca, para lamerlo con fruición —Muchas veces.
Lena se lo metió entero. Justo como había esperado, en aquella ocasión iba a poner en práctica una fantasía mutua. Movió la cabeza arriba y abajo, exprimiendo el dildo en toda su longitud con los labios. Le encantaba provocar a Yulia de aquella manera. Por mucho que fuera todo mental, a juzgar por el modo en que Yulia agitaba las caderas debajo de ella y cómo le pasaba los dedos por el pelo, aquello la estaba poniendo de lo más cachonda.
—Oh, sí, nena —gruñó la ojiazul, casi en un suspiro—. Chúpamela.
Lena no cesó en sus atenciones y le rodeó los muslos con los brazos. La mano de Yulia
permaneció firmemente asida a su cabello, sin forzarla a moverse pero sin dejar que se alejará demasiado o se distrajera de su tarea.
En ese momento sonó el teléfono.
—Joder. —Yulia se dejó caer sobre el respaldo de la silla con un suspiro de decepción—.Mierda.
Lena soltó el dildo con un sonidito húmedo.
—Contesta —murmuró, y después le dio un lametón perezoso al juguete—. No te preocupes por mí. —El teléfono continuó sonando.
—No puedo contestar así —siseó Yulia. Lena agarró la base del dildo con el puño y le pasó la lengua de arriba abajo. Yulia respingó—. De ninguna manera voy a sonar normal mientras tú...
—Lo harás bien —la tranquilizó Lena, mientras masturbaba el juguete y levantaba la mirada hacia Yulia con una sonrisa juguetona—. Eres una profesional.
Se volvió a meter el dildo en la boca, sin despegar los ojos de su amante, que no podía sino jadear.

13 Horas (t.A.T.u.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora