Capítulo XVIII. Aquel Viernes

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Lena salió a recibir a Yulia en la puerta de su apartamento vestida únicamente con un albornoz de color azul pálido y una amplia sonrisa. Yulia le traía una docena de rosas rojas y le dio un buen repaso al entrar.
—Estás radiante —le dijo al darle las flores.
Lena cogió el ramo y Yulia la atrajo de la cintura para darle un beso.
—Absolutamente radiante. Y también hueles muy bien.
—Gracias. Soy bonita y limpia.
Yulia le tiró del cinturón del albornoz y lo tiró al suelo. Le abrió la tela de toalla y deslizó las manos dentro para acariciarle los pechos.
—Ya lo veo. Y la verdad es que me pareces irresistible.
—Entonces mi malvado plan ha funcionado.
—Oh, ya veo —murmuró Yulia, estrujándole el trasero—. ¿Es esto parte de una segunda fantasía?
—Pues mira, sí. —Lena le sonrió, coqueta—. Hoy he probado algo nuevo.
—¿El qué? —preguntó Yulia mientras le cubría la garganta de besos.
—Un enema.
Yulia se apartó y miró a Lena con inseguridad y sorpresa.
—¿Perdona?
—Quería estar limpia —explicó la pelirroja—. Para esta noche. Para la segunda fantasía.
—¿Y cuál es, querida mía, esa segunda fantasía?
Yulia siguió masajeándole y estrujándole las nalgas.
—Espero, por mi bien, que no tenga nada que ver con ponerme un enema a mí también.
Lena rió.
—Ah, no ha sido tan malo. Ahora me siento inmaculada.
Yulia se relajó y sonrió, traviesa, mientras conducía a Lena al sofá.
—¿Y qué quieres que haga con tu prístino culo, cielo mío?
—Quiero que te lo folles —le dijo Lena.
Casi sonrió al detectar cómo a Yulia se le encendía la mirada con aquellas palabras.
—¿Con los dedos? —preguntó Yulia, tragando saliva tras dejar escapar un suspiro.
Lena negó con la cabeza y se sentó en el sofá.
«Eso ya está superado.»
Había llegado el momento de intentar cosas nuevas. Hizo sentar a Yulia a su lado.
—Con un dildo. Precisamente, he comprado uno para la ocasión.
Yulia la contempló con una mezcla de asombro y deseo.
—¿En serio?
—En serio.
Lena le pasó el dedo por la mandíbula y después por la clavícula.
—Siempre he tenido fantasías con practicar el sexo anal con algo más que un dedo, pero nunca lo he probado. Nunca había habido nadie con quien quisiera intentarlo.
—Y se supone que yo tengo que...
—Llevarlo puesto —completó Lena, anticipándose a la pregunta de Yulia—. Quiero sentirte contra mi cuerpo mientras estás dentro de mí.
Yulia se estremeció en sus brazos.
—¿Estás nerviosa? —le preguntó.
—Un poco, la verdad. Es un poco intimidante —miró a Yulia significativamente—. Pero confío en ti
—¿Aunque no lo haya hecho nunca?
Lena contuvo la risa ante la tímida pregunta, porque era capaz de percibir la emoción que encerraba.
—Entonces estamos iguales —la tranquilizó—. ¿He dado con otra fantasía que te pone nerviosa?
Yulia bajó la mirada.
—Yo...
Lena le puso la mano en la mejilla y le acarició la barbilla.
—Que no te dé vergüenza decirme cuándo no estás segura de algo.
Yulia alzó los ojos y miró a Lena a la cara.
—Es que esta vez tampoco quiero hacerte daño.
—No me harás daño —le dijo Lena. Se había esperado las reticencias de Yulia y tenía las respuestas preparadas—. No te dejaré hacerme daño. Iremos muy despacio y usaremos mucho lubricante. Y hablaremos todo el rato —le cogió la mano a Yulia y añadió—: Si me duele o si no me gusta, pararemos, te lo prometo.
—¿Mercurio? —musitó Yulia con una media sonrisa que no disimuló del todo su aprensión.
—Te lo prometo —le repitió Lena—. Por favor, confía en mí.
Yulia asintió con serenidad.
—Muy bien. Dame cinco minutos para prepararme.
«¿Prepararte?»
Lena intentó imaginar cómo quería prepararse Yulia y se preguntó si, sencillamente, lo que quería era un momento para hacerse a la idea. Se cerró el albornoz y se ató el cinturón de nuevo antes de dejar sola a su amante con un murmullo ronco.
—No tardes mucho. Llevo todo el día pensando en esto.
—¿Por qué no te echas en la cama y piensas un poco más? —Yulia se la comió con los ojos, como si estuviera en un escaparate—. Quiero encontrarte chorreando.
Lena era consciente de que la parte superior del interior de sus muslos ya estaba lubricado y resbaladizo.
—Eso no va a ser un problema —le dijo desde la puerta.
—Pero no te corras —le advirtió Yulia.
Lena sacó a Isis del dormitorio y cerró la puerta. Abrió la tapa del baúl de madera que tenía al lado de la cama y sacó la caja con el dildo que le había llegado por correo el día anterior.
«Ha llegado por los pelos», pensó mientras abría el juguete.
Tiró la caja a la basura y se agachó para sacar dos condones del fondo del baúl y también un bote de lubricante. Con los suministros en la mano, se dirigió a la cama. Dejó el juguete en la mesilla de noche, se tumbó y se abrió el albornoz para empezar a tocarse. Sin embargo, con el paso de los minutos, Lena empezó a preocuparse por Yulia. Ya habían pasado más de cinco minutos, eso seguro. Quizá siete.
¿Tan asustada estaba Yulia? ¿Estaba intentando evitarlo? Lena no quería obligarla a hacer nada que no le gustase o que le diera miedo. Se sentó en la cama, dispuesta a dar su brazo a torcer e ir a buscar a Yulia. O lo dejarían o le daría un par de minutos más hasta que estuviera lista. Treinta segundos después, Lena volvió al salón, con la decisión tomada. Si Yulia no las tenía todas consigo respecto a aquella fantasía, Lena quería tener la oportunidad de pararla antes de que se les estropeara la velada.
Yulia estaba sentada con las piernas cruzadas en el sofá, muy concentrada en el ordenador portátil que tenía en el regazo. Había apagado las luces del salón y el resplandor de la pantalla la iluminaba de una manera que hizo suspirar a Yulia: estaba guapísima. Se quedó mirando a Lena unos veinte segundos más, hasta que esta levantó la mirada y pestañeó, sorprendida de su presencia.
—Hola —le dijo Yulia. Paseó los ojos por el cuerpo desnudo de Lena—. Estoy tardando demasiado, ¿verdad?
Lena asintió y atravesó la habitación para plantarse frente a Yulia, cuyos lánguidos ojos azules estaban fijos en la mata de rizos rojizos que Lena se había recortado para la ocasión. Yulia dejó a un lado el ordenador de inmediato y cogió a Lena del trasero con las dos manos para darle un húmedo beso entre las piernas.
—Lo siento —farfulló.
Hociqueó entre el vello rizado y le introdujo la nariz entre los resbaladizos pliegues para rozarle el clítoris endurecido.
—Ahora mismo iba, lo juro.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Lena, mientras le pasaba los dedos por la espesa melena oscura y mantenía su rostro contra su sexo. Aquel modo tan íntimo de disculparse no le era nada desagradable.
—Investigo —musitó Yulia, antes de lamerle el coño y succionarle el clítoris con los labios en muestra de arrepentimiento—. Sobre el sexo anal.
Lena gimió.
—¿En Internet?
Yulia asintió y la abrió con los dedos, con todo cuidado.
—En las «Preguntas Frecuentes». —Le hizo cosquillas con la punta de la lengua y Lena se estremeció de la cabeza a los pies—. He aprendido mucho.
—¿Ah, sí?
Lena levantó una pierna y apoyó el pie en el sofá, junto a la cadera de Yulia, para dar mejor acceso a la boca que la exploraba lentamente. Mientras, siguió acariciándole el pelo a Yulia.
—¿Y ya te sientes más segura?
Yulia le agarró la pantorrilla con una mano y se pasó un rato venerando a su amante con la boca: su lengua se paseó a placer sobre el clítoris hinchado, se insinuó en su agujero y después descendió para hacerle cosquillas en el cerrado y tierno anillo. La pierna que Lena tenía en el suelo empezó a temblarle y se estremeció de cuerpo entero bajo las atenciones de Yulia. Si Yulia supiera todo lo que le hacía su lengua... Le tiró del pelo, para apartarla.
—Necesito sentarme.
—Y yo necesito chuparte hasta que te corras —replicó Yulia.
Con un gruñido, volvió a hundirse entre los rizos de su centro de placer. Lena soltó una risita.
—¿No podemos llegar a un acuerdo?
Yulia negó con la cabeza sin dejar de comérselo. Empezó a zumbar de satisfacción y Lena gritó y estuvo a punto de caer de lado. Yulia la cogió de la cintura y la guió hasta su regazo.
—Vale, vale. Un acuerdo. Vamos a la habitación y te lo comeré.
—¿Y no me vas a contar lo que has aprendido? —le preguntó Lena.
Yulia alargó la mano y empezó a acariciarle los pechos desnudos. Ella se rindió a la caricia y notó cómo se le endurecían los pezones bajo las manos de Yulia.
—Te lo contaré en la habitación —le dijo Yulia, distraída. Le miraba los pechos fijamente, con la misma expresión hambrienta que solían provocarle.
«Diría que no he conocido nunca a una mujer tan enamorada de los pechos femeninos como esta.»
A decir verdad, estaba bastante segura de que no había habido demasiados clientes en el club de striptease que la devoraran con los ojos de aquella manera. Le acarició el pelo a Yulia y sonrió cuando su amante le apretó los pechos con las dos manos y le acarició los pezones con los pulgares.
—¿Sabes? Lo primero en lo que me fijé de ti fueron tus tetas —le dijo Yulia
Lena se echó a reír.
—Qué romántico, cariño.
Yulia se encogió de hombros y esbozó una sonrisa tímida.
—¿Qué quieres que te diga? Me las plantaste delante de la cara en cuanto nos conocimos, ¿cómo no iba a fijarme?
Yulia se echó hacia delante, le atrapó un pezón entre los labios y empezó a chupar.
Lena mantuvo la mano en la nuca de la pelienegra.
—Ya me di cuenta de que te gustaban —murmuró—. Me puse muy cachonda bailando para ti. Tenía los pezones como piedras.
Yulia asintió y le besó el otro pezón.
—Me encantaron. Son los pechos más perfectos del mundo.
Aunque no quería separarse de la cálida humedad del beso de Yulia, Lena se obligó a apartar a Yulia. A aquel paso, no llegarían a la habitación.
—Cariño, ¿la cama? —respingó cuando Lena le mordisqueó la aureola.
—Ah, sí —murmuró esta.
Ayudó a Yulia a ponerse en pie y se levantó detrás de ella para rodearle la cintura con los brazos.
Le besó la nuca y murmuró:
—Lo primero que he aprendido es que tenía que excitarte mucho... Porque tienes que estar muy mojada... Muy, muy preparada.
Lena la condujo a la habitación. Yulia seguía enroscada alrededor de su cuerpo.
—Suena divertido.
—Creo que será muy divertido —dijo Yulia.
Cerró la puerta a su espalda y le regaló una sonrisa ardiente a Lena. En cuanto llegaron a la cama, Lena se volvió y empezó a desabrocharle la camisa a Yulia. Yulia llevaba puesto su traje de ejecutiva, excepto la chaqueta, y estaba super sexy.
—Ya has cenado, ¿verdad?
—He picado algo de camino —respondió Yulia. Permitió que Lena la desnudara, con una sonrisa perezosa en los labios—. Me pareció que irnos directamente a la cama era la mejor manera de acabar la semana laboral.
—La mejor, sin duda —estuvo de acuerdo Lena. Le quitó la camisa y pasó a desabrocharle el sujetador. Luego señaló la mesita de noche con la cabeza y empezó a desabrocharle los pantalones—.¿Has visto lo que he comprado?
Cuando Yulia descubrió el juguete, abrió mucho los ojos.
—Guau.
—¿Qué te parece? —le preguntó Lena.
Se arrodilló en la moqueta, le bajó los pantalones y la ayudó a quitárselos. Al levantarse, le besó la suave piel de la barriga y le metió las manos por la parte de atrás de las braguitas.
—¿Te parece interesante?
—Al parecer va a ser una noche para probar cosas nuevas —dijo Yulia. Se apartó de Lena para coger el dildo doble de la mesilla. Señalando el extremó más redondeado, preguntó—: ¿Este es el lado que va dentro de mí?
Lena carraspeó y asintió. Era consciente de que el extremo que llevaba la persona que daba era un poco más grande de lo que Yulia estaba acostumbrada y escrutó su rostro en busca de su reacción sincera.
—Según los comentarios que he leído en Internet, no hay que usar arnés.
Yulia sopesó el juguete de silicona púrpura en la mano.
—Es bonito —dijo, y miró a Lena—. Túmbate en la cama.
Lena obedeció sin titubear. Los ojos de Yulia brillaban de excitación, pura y simple, y Lena lo detectó enseguida. Supo entonces que no tendría que renunciar a su fantasía. El rato que había pasado investigando Yulia le había dado una inyección de confianza, así que Lena tuvo que agradecer los siete minutos que había estado en ello.
Yulia dejó el juguete en la mesita de noche y abrazó a Lena sobre la cama. Antes de que esta tuviera tiempo de reaccionar, Yulia la tumbó de espaldas, le acarició el costado y la cadera y, finalmente, le deslizó la mano entre las piernas.
—Me encanta hacer el amor contigo —gruñó Yulia. Le frotó el clítoris con los dedos y luego le metió un dedo dentro—. Llevo todo el día soñando con este momento.
—Entonces te lo habrás pasado muy bien en el trabajo —comentó la pelirroja con una sonrisa traviesa.
Yulia empezó a penetrarla con más énfasis y le arrancó un gemido ronco. Yulia soltó una carcajada.
—Si mis jefes supieran en lo que estaba pensando durante las reuniones de proyecto...
—Se quedarían impresionados —la cortó Lena—. Me consta que tienes mucha imaginación.
—Nah —negó la pelinegra. Mientras le metía y le sacaba el dedo, empezó a estimularle el clítoris con el pulgar. Al poco rato, le metió un segundo dedo y dijo—: Lo que tengo es una novia muy morbosa.
—No puedo evitarlo si me inspiras —le dijo Lena.
Cerró los ojos para disfrutar de cómo Yulia se la follaba. Era tan perfecto que le vibraba todo el cuerpo, de la cabeza a los pies.
—Igual que me inspiras tú a mí.
Retiró la mano, los dedos y aquel pulgar mágico desaparecieron, y Lena gimió de desilusión. El sonido se convirtió en un gruñido estático cuando Yulia sustituyo la mano por la lengua. Yulia era una maestra del sexo oral. Las veces que Lena se abría de piernas para la lengua de Yulia eran puro zen, un estado de perfección que nunca había alcanzado con ninguna otra amante. Hubo un momento en que creyó que se moriría allí mismo, cuando la lengua que le castigaba el clítoris descendió de repente. Yulia le separó las nalgas con las manos y le lamió el ano. Lena arqueó la espalda y Yulia se la acercó todavía más. Su clítoris palpitaba, enloquecido por la sensación nueva de que la chuparan en aquella zona tan sensible y, cuando Yulia le introdujo la punta de la lengua, Lena gritó de placer.
—Yulia, por favor... —gimoteó.
Estaba tan cerca del clímax que le temblaba todo el cuerpo.
«¿Cómo ha sucedido todo tan rápido?»
Yulia empezó a frotarle el clítoris en círculos, con la presión justa para volverla loca, mientras seguía lamiéndole el ano. Al cabo de unos segundos, Yulia dejó de moverse por completo y se apartó. Lena quedó al borde del éxtasis y respingó, alarmada.
—No pasa nada, cariño —jadeó Yulia—. Solo quiero que te des la vuelta. Ponte boca abajo.
Lena cambió de posición en un abrir y cerrar de ojos, ya que estaba ansiosa de que Yulia la tocara y la lanzara a un orgasmo que se insinuaba poderoso e intenso como pocos. Estaba lista, con el cuerpo empapado en sudor y el coño mojado y abierto. Se puso con el trasero en el aire y el rostro hundido en la almohada y gimió cuando Yulia la abrió con una mano y le frotó el clítoris con la otra.
Expuesta de aquella manera, soltó un quejido agudo cuando volvió a notar la lengua de su amante en el ano.
No tardó mucho en correrse. Solo treinta segundos de atenciones ininterrumpidas por parte de Yulia, con los dedos por delante y la lengua por detrás, la hicieron gemir y temblar y derrumbarse sobre el colchón para poder recuperarse. Yulia también se tumbó en la cama y abrazó a Lena con extrema ternura.
—Eso también lo he aprendido en Internet —le dijo, mientras le besaba la cara—. A relajarte y estimularte para que estés bien abierta. Iba a hacerlo antes de follarte, pero no he tenido paciencia y he tenido que hacerlo ahora.
Lena logró soltar una carcajada desfallecida.
—Pues me alegro. Me ha gustado muchísimo.
—Ya me he dado cuenta —afirmó Yulia y le sonrió, llena de confianza—. ¿Debería ir metiéndome el juguete ya?
Lena se sentó y alargó el brazo por encima de Yulia para coger el dildo doble de la mesita de noche.
—Déjame a mí.
Yulia se semi incorporó sobre los codos y se miró.
—Joder, estoy súper mojada...
A Lena se le hizo la boca agua.
—Eso no es bueno —le dijo, mientras abría uno de los condones—. Se supone que la cosa esta tiene que quedarse dentro de ti. No nos interesa que estés «demasiado» mojada.
—Oh. —Yulia se removió en la cama, debajo de Lena—. Esto... ¿debería...?
Lena dejó el juguete a un lado, gateó hasta la mitad inferior de la cama y se puso la pierna de Yulia sobre el hombro. Esta cayó de espaldas sobre la almohada.
—Ya me encargo yo —murmuró Lena.
Le pasó la lengua por el sexo hinchado y saboreó la dulce humedad que chorreaba.
—Te voy a chupar hasta que quedes bien limpia.
Yulia gruñó y le enredó una mano en el pelo. Ladeó las caderas y le rozó la nariz a Lena con el vello púbico.
—Creo que esto es lo que más me gusta del mundo.
Lena hizo un ruidito de felicidad y le lamió la resbaladiza carne fragante. También era lo que más le gustaba hacer a ella, sobre todo con Yulia, que hacía los ruidos más excitantes que había oído nunca.
Para cuando los morenos muslos de Yulia empezaron a agitarse contra su boca, el aire se había llenado de gemidos, jadeos y quejidos ansiosos y Lena estaba cerca de volver a correrse, solo de oír a su amante. Lena le insinuó la lengua en su entrada y después volvió a chuparle el clítoris. Le acarició el sexo con los labios y le castigó el centro sensible con la punta de la lengua.
Yulia se corrió con un grito agudo. Arqueó la espalda, clavó los talones en el colchón y a punto estuvo de tirar a Lena al suelo, pero esta aguantó entre sus muslos y siguió lamiéndola hasta que se calmó y se quedó inerte sobre las sábanas revueltas.
—Joder... —musitó Yulia cuando recuperó el habla. Apartó a Lena con delicadeza. —Cariño, vas a acabar conmigo antes de poder hacer realidad tu fantasía.
—Nada más lejos de mi intención —sonrió Lena.
Cogió el dildo y le puso el condón al lado más protuberante. Luego se lo colocó a Yulia en la entrada. Estaba más húmeda y relajada que nunca.
—¿Estás preparada?
—Ya te digo... —murmuró Yulia—. Adelante.
Se ajustó al juguete con facilidad. Lena hasta se sorprendió un poco de lo sencillo que fue introducírselo y de cómo Yulia abrió las piernas y lo aceptó con un gemido grave de placer. Se lo colocó de manera que el extremo más largo y fino le sobresaliera entre las piernas.
—Precioso. —Lena acarició el juguete—. ¿Qué tal?
Yulia le sonrió con languidez.
—Muy bien. ¿Me dejas follarte un segundín?
Lena se echó al lado de Yulia y se abrió de piernas. Siempre le entraba un cosquilleo de excitación en la boca del estómago cuando probaba algún juguete nuevo.
—Me gustan las mujeres con iniciativa.
Yulia le puso el condón al dildo en un tiempo récord y lo posicionó entre los muslos de Lena. La punta del juguete se posó sobre su resbaladizo sexo y Lena hizo fuerza con los pies para frotarse con él. Saber que el otro extremo reposaba dentro de Yulia y que pronto estarían unidas íntimamente la ponía más caliente de lo que podía soportar.
—Entra dentro de mí —le dijo Lena—. Quiero sentirte dentro.
Yulia colocó el dildo en la entrada de Lena.
—Eres tan sexy, nena... Te deseo muchísimo.
—Entonces, tómame —le dijo Lena. Le rodeó la cadera con una pierna y se aferró a sus hombros con el brazo. A continuación arqueó las caderas para que su amante la penetrara—. Por favor.
Sin pronunciar palabra, Yulia la penetró. Con las manos apoyadas en la almohada, a ambos lados de la cabeza de Lena, Yulia movió las caderas despacio, con cuidado, y se hundió en Lena centímetro a centímetro. Fue un proceso tortuoso, pero Yulia lo hizo sin prisas. Le puso una mano en la cadera a Lena y la atrajo contra su sexo.
—Ah, me gusta —jadeó Yulia.
Le besó el cuello a Lena y dejó escapar un gemido. Su compañera se retorció debajo de ella y suspiró de placer. Le encantaba cómo los pechos de Yulia se apretaban contra los suyos. Además, Yulia no se detuvo un solo instante; al principio fue despacio, pero poco a poco aceleró el ritmo y la embistió con más fuerza y fogosidad. Lena le echó los brazos alrededor de los hombros y la estrechó con fuerza. Ella también se movía, entusiasmada, al ritmo que marcaba Yulia y su piel sudorosa se deslizaba contra la suya mientras ambas se sacudían con ansiosa desesperación.
—Me encanta follarte así —le susurró Yulia al oído. Frotó su pelvis contra la de Lena, que tenía el dildo hundido hasta el fondo—. Me encanta sentirlo cuando te follo. Sentirlo dentro de mí —se interrumpió; gimió y se estremeció de placer.
Lena sujetó a Yulia con fuerza y le deslizó las manos por la espalda hasta cogerle el trasero.
Notaba cómo sus glúteos se tensaban y se relajaban con cada embestida.
—¿Crees que podrías volver a correrte?
—Sí —contestó Yulia, con los dientes apretados.
Lena también estaba segura de que podía correrse otra vez, pero quería aguantar hasta que Yulia la penetrara analmente para estar lo más excitada que pudiera. De todas maneras, quería sentir cómo Yulia se corría en su interior. Le rodeó las caderas con las piernas con fuerza renovada y le arañó la parte baja de la espalda.
—Córrete, cariño —le susurró.
Le mordió el cuello y succionó aquella piel morena con todas sus fuerzas.
—Quiero sentir cómo te corres.
Yulia se apoyó sobre las manos y empezó a agitar las caderas más deprisa, para follarse a las dos a la vez, sin dejar de frotarse ansiosa contra la juntura del juguete. Lena cerró los ojos y notó cómo el placer le inflamaba la parte baja del abdomen y la entrepierna, pero trató de evitar el clímax que se insinuaba al final del camino. Gimió, gruñó y jadeó con Yulia, para que esta supiera lo mucho que disfrutaba, pero mantuvo el control con mano férrea. Todavía no estaba preparada para dejarse llevar.
Su autocontrol a punto estuvo de irse al traste cuando Yulia se puso rígida, levantó la cabeza, se estremeció y se corrió explosivamente. El sudor le goteaba por la cara, le caía a Lena en el cuello y trazaba surcos perezosos sobre su piel. Su rostro se contrajo en un rictus de placer absoluto. Al cabo de unos segundos se relajó, se dejó caer sobre Lena, lánguida y saciada, y le cubrió el pecho de besos apasionados.
—Oh, Lena. Dios, Lena...
Lena casi no podía más de deseo.
—Quiero intentarlo ya, cariño. Por el culo...
Yulia asintió y salió del interior de Lena, jadeante.
—Ya lo sé.
—Me has puesto tan cachonda que ya no puedo aguantar más.
Yulia no se hizo de rogar y besó a Lena a medida que descendía sobre su cuerpo, hasta volver al castigarle el sexo con la lengua. Lena gimió con gratitud y abrió las piernas, dispuesta a disfrutar todo lo que Yulia quisiera darle. Cuando esta le volvió a lamer el ano, casi se volvió loca.
—¡Ah, joder, Yulia! —Lena se retorció bajo las caricias de su lengua y maulló de placer—. Oh, por favor. Por favor, por favor, por favor.
Yulia se retiró y le metió un dedo cubierto de lubricante por el culo. Lena pestañeó, sorprendida; ni siquiera se había dado cuenta de que Yulia había cogido el bote de lubricante. No le costó nada adaptarse a un solo dedo y aquella suave penetración fue una sensación deliciosa.
—Sí —siseó Lena. Apretó los dientes y se retorció bajo la mano de Yulia, con el rostro tomado por el placer—. Sí, sí...
—Te gusta —dijo Yulia.
No era tanto una pregunta como una afirmación. Yulia retorció el dedo y siguió metiéndoselo y sacándoselo por el estrecho orificio.
Lena asintió, completamente de acuerdo.
—Prueba otro más —respingó.
Había creído que sería más difícil que le entraran dos dedos de Yulia, pero se deslizaron hasta el fondo sin hallar resistencia. La sensación le arrancó un gruñido de placer y Lena se obligó a relajarse, para poder disfrutar mejor de la satisfacción de sentirse tan llena. Era la primera vez que le metían más de un dedo por detrás. Compartió una mirada llena de amor con Yulia (Dios, tenía unos ojos azules hechizadores) y se sonrieron con emoción.
—¿Sigues bien? —le preguntó Yulia, con una sonrisa tonta.
—Fantástica —repuso Lena—. Diría que quiero más.
Yulia movió los dedos con un ritmo suave y enloquecedor. Lena sentía cómo giraban dentro de ella; sentía cómo la frotaba y la abría poco a poco, para prepararla para el dildo. Cerró los ojos y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Oh, Dios, Yulia —musitó Lena.
—Lo haremos así, boca arriba —la informó Yulia, sin dejar de follársela con movimientos lentos y profundos de los dedos—. La página web decía que era la posición más cómoda.
Lena miró a Yulia y gimió, agradecida.
—Perfecto, porque quiero mirarte a los ojos.
Yulia le sacó los dedos y colocó el extremo de silicona del dildo sobre el ano distendido de Lena.
Supo que Yulia le ponía más lubricante al juguete, cuando el líquido le resbaló por las nalgas.
—Iremos a tu ritmo, ¿de acuerdo? Yo empujaré, pero quiero que tú me guíes.
Lena se mordió el labio y asintió. Trató desesperadamente de no ponerse tensa a la hora de la verdad.
—Estoy lista.
Yulia empujó un poco y presionó la punta del dildo sobre el ano de Lena.
—Acaríciate el clítoris, cariño, y cuando estés lista para tomarme, empuja.
—¿Que empuje? —preguntó Lena.
—Como si quisieras... expulsar —aclaró Yulia—. Lo he leído.
—Bueno, si estaba en Internet debe de ser cierto.
Lena se acarició el clítoris hinchado con la mano, en círculos. Gimió y murmuró cariñosamente.
—Friki.
Yulia aguantó la base del juguete con una mano, y con la otra le pellizcó el pezón izquierdo a Lena y después el derecho.
—Y adoras a esta friki.
—Sí que la adoro —contestó Lena.
Respiró hondo, se relajó y empujó contra el dildo. Sus músculos se tensaron ante la intrusión.
Cuando de repente cedió y aceptó el primer centímetro del dildo, soltó el aire retenido en los pulmones de golpe. Quemaba.
—Ay.
Yulia no dejó de castigarle los pezones a conciencia.
—Sigue acariciándote, cariño. Relájate y ábrete para mí.
Lena asintió con decisión.
—Mételo un poco más.
Yulia se apoyó con una mano en la cama para mantener el equilibrio y empujó un poco más. Lena notó cómo su ano se relajaba y aceptaba la cabeza del dildo entera. Sus músculos se cerraron en torno al extremo más fino del juguete y Lena levantó una mano temblorosa para que Yulia parase.
—¿No más? —preguntó Yulia. Tenía los muslos en tensión y parecía preparada a retirarse en cualquier instante.
—No, solo... dame un segundo para acostumbrarme.
Yulia asintió y se quedó quieta mientras Lena se masturbaba. Siguió provocándole los rosados pezones un rato y a continuación le paseó los dedos por el brazo que Lena movía entre sus piernas, hasta llegar a su centro. En ese momento le metió un dedo por el coño y gimió en voz baja.
Lena abrió la boca y gritó sin emitir sonido. Se sentía tan llena, tan poseída... que solo quería más. Dobló las rodillas y apoyó los pies en la cama para empalarse en el dildo un poco más. Al cabo de un par de centímetros se detuvo de nuevo. Yulia mantuvo un ritmo constante con el dedo.
—¿Qué tal, cariño? ¿Te gusta?
Lena apretó los dientes y se frotó el clítoris con frenesí. Una vez que la incomodidad inicial había remitido, las sensaciones que la recorrían al tener el dildo metido en el culo eran increíbles. Quería metérselo hasta el fondo y luego quería que Yulia le metiera los dedos.
—Me gusta. Solo dame un segundo.
—Tómate todo el tiempo que quieras —le dijo Yulia.
Le metió el dedo a Lena con firmeza y le rozó su punto G.
—Esto es para ti, nena, para darte placer.
Lena cerró los ojos e inspiró por la nariz cuando la recorrió una oleada de calor desde lo más profundo de las entrañas. Los muslos le temblaron e intentó evitar lo inevitable. Si no iba con cuidado se correría, y no quería hacerlo hasta tener a Yulia dentro.
—Más —susurró, y abrió los ojos para mirar a Yulia a la cara—. Métemelo entero, Yulia.
Así lo hizo. Lenta y cuidadosamente, le deslizó el juguete hasta el fondo de una sola vez y Lena jadeó de placer. Cuando Yulia estuvo completamente dentro, dejó las caderas quietas y se quedó inmóvil.
—Dime cuando quieras que me mueva —murmuró Yulia. Sus ojos relucieron, llenos de deseo—. Y no dejes de tocarte.
Lena había dejado la mano quieta mientras se concentraba para postergar el orgasmo, pero empezó a moverla de nuevo cuando Yulia se lo ordenó. En ese momento, Yulia volvió a meterle y sacarle el dedo y Lena fue incapaz de esperar por más tiempo.
—Muévete —gimió—. Fóllame, pero empieza poco a poco.
Yulia se movió con cuidado y precisión y le metió y sacó el dildo por el ano con embestidas cautelosas. Fue tierna y cariñosa y no apartó los ojos de los de Lena en ningún momento, para estar atenta a cualquier muestra de incomodidad por parte de su amante. Sin embargo, no halló ninguna.
Lena tenía los ojos en blanco. Su cuerpo entero estaba ardiendo; el clítoris le latía, hinchado bajo sus dedos y tan hipersensible que no podía ni rozarlo sin gritar. Yulia le deslizó el dedo dentro y fuera del coño, y exploró y frotó cada uno de los puntos sensibles. Y el culo... Se sentía completamente llena y su ano se contraía de placer en torno al dildo que la penetraba.
Yulia apretó el ritmo. Dios, le llegaba tan adentro... Notó que la pelinegra le acariciaba la fina barrera que separaba su dedo del juguete y la recorrió una sacudida por toda la espina dorsal. Trató de advertir a Yulia.
—Voy a...
Pero llegó demasiado tarde.
El orgasmo la recorrió como un torbellino y le arrancó las palabras de la garganta. Echó la cabeza hacia atrás, lanzó un grito agudo y se le rompió la voz. Sus dedos se crisparon sobre su clítoris y lo estimularon hasta el final del clímax, cuando la abandonó todo asomo de control. Yulia permaneció en ella y fue ralentizando las embestidas, sin llegar a sacarle el dedo.
—Muy bien, cariño. Así, así. Eso es.
Lena se había quedado ronca de gemir y gritar y reír. Siguió estremeciéndose en las postreras sacudidas de su orgasmo mucho después de llegar a la cima. Mareada, durante un segundo tuvo la impresión de que nunca volvería a sentirse normal. Sin embargo, al poco su cuerpo se destensó y cayó rendida sobre la cama, absolutamente agotada.
—Guau —susurró Lena.
No es que fuera lo más apropiado en ese momento, pero su vocabulario se había visto reducido drásticamente.
—Sencillamente, guau.
—Sí, guau —coincidió Yulia.
Tenía cara de sorpresa, pero su expresión era también precavida.
—Te has corrido muy fuerte.
Lena sintió un escalofrío y se contrajo alrededor del dildo y del dedo de Yulia.
—Oh, sí —le acarició la mejilla a Yulia—. Has estado asombrosa.
—Tú sí que has estado asombrosa —le dijo Yulia—. Eres asombrosa. Te amo.
Lena pestañeó, con los ojos anegados en lágrimas. Aquellas palabras no bastaban; nada que pudiera decir podría acercarse ni de lejos a los sentimientos que quería que Yulia entendiera.
—Yo...
Yulia se inclinó y le dio a Lena un tierno beso en los labios.
—Lo sé, nena. Te amo. Te amo mucho.
Se apartó y metió la mano entre las dos.
—Voy a sacártelo, ¿vale?
—Vale —le dijo Lena.
Cerró los ojos y ayudó a Yulia a sacar el dildo, aunque cada centímetro del juguete le arrancó un gruñido. A continuación, Yulia le sacó el dedo y Lena se quedó vacía. Cuando su amante se sacó el extremo protuberante del juguete con un gruñido quedo, Lena le agarró el muslo.
—Te deseo.
—Ya me has tenido —le recordó Yulia con una sonrisa burlona.
—Quiero tenerte encima —le dijo Lena—. Quiero que me abraces.
Yulia dejó caer el dildo a un lado de la cama.
—Hecho.
Abrazó a Lena con fuerza y la acunó con cariño, mientras murmuraba palabras sin sentido.
Y Lena todavía se enamoró más de ella.

13 Horas (t.A.T.u.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora