7 - BOREAS

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Debido al ataque sorpresa que habían sufrido, el grupo de los Dracknar avanzó durante toda la noche sin descansar. Tenían pensado llegar cuanto antes a Fin del Mundo y vender a los humanos por un precio asequible, y si iba acorde con la dura travesía hasta allí, mejor.

En aquellos momentos se encontraban bordeando la linde del bosque, todos en fila para no caer por el altísimo abismo que bordeaban en ese momento, y muy cerca del reino. Habían salido de la penumbra del bosque, pues no conseguían orientarse, y habían aparecido en la costa sobre un acantilado, sobre un mar que golpeaba las olas con fiereza.

—Muchacho —gritó Rory mirando hacia atrás—, ¿qué te parece si ahora te dejo caer yo por estos acantilados? —preguntó carcajeándose.

No parecía muy molesto por la vez en la que Erik dudó en cogerle la mano para que no cayera por el barranco que había creado la marea baja en la Pared Rocosa; más bien parecía que le divertía la situación.

—¿Qué está diciendo, chico?

Dadas las numerosas ocasiones en las que había intentado escapar, Lord Trathos había decidido vigilar él mismo a Erik.

—Este chico dejó que me precipitara por la Pared Rocosa una noche que íbamos hacia la Cordillera Rebelde.

Lord Trathos miró a Erik con interés, evaluándolo.

—¿Serías capaz de empujarme por el barranco?

—No lo dudes —murmuró por lo bajo.

—¿Qué has dicho?

—No, señor.

Lord Trathos soltó una carcajada y se separó de él para ponerse a la cabeza de la comitiva.

—¡Ya estamos llegando! —gritó al grupo—. Espero que Tythorn nos prepare un copioso desayuno.

A Erik no le sorprendió que no tuviera respeto por ninguno de los reyes.

—Atento a lo que vas a ver ahora, chico —le dijo Aquiles, colocándose a su lado.

—¿Qué es?

—Tú solo mira.

Tras unos metros descubrió a qué se refería Aquiles. El final del bosque daba a un prado enorme, lleno de hierba, que descendía hacia un cabo sobre un acantilado. A ambos lados de la campa verde había unos altísimos precipicios, pero aquello no hacía más que embellecer la imagen.

Al final del prado se encontraba el castillo más hermoso que Erik hubiera visto jamás: estaba hecho con una piedra tan blanca que reflejaba el sol sobre ella, cegándolo por completo. Parecía que estaba compuesto por diminutos diamantes, pues todo el castillo y la ciudad que lo bordeaba parecían brillar con luz propia. Pero lo más curioso de todo no era eso, sino lo que había detrás. Erik entendió entonces por qué llamaban a aquel lugar Fin del Mundo: en el horizonte, en el límite del mar, se alzaba un enorme muro blanco, como si fuera una gigantesca nube estancada sobre el mar. Desde el agua subía hasta tocar el cielo, dando la sensación de no haber mundo más allá.

—Es impresionante —murmuró atónito.

—¿Verdad que sí?

Lord Trathos se había colocado de nuevo al lado de Erik sin que este se diera cuenta para evitar que Aquiles y él mantuvieran algún tipo de contacto.

—Liorita —dijo entonces—, la piedra más hermosa del mundo. No se sabe de dónde ha salido, pero parece ser que Tythorn supo dónde encontrarla.

Conforme se acercaban, Erik pudo comprobar hasta qué punto era hermosa aquella piedra, pues destellaba en distintos colores según el sitio donde se mirase.

BÚSQUEDA - Parte 2 - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora