22 - MAREAS

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Laicea se despertó antes de que saliera el sol y ya no pudo dormir más. Se mantuvo varios minutos en la cama, pensando en el viaje que iban a llevar a cabo. Leo había accedido, no sin haber insistido antes en llevar varios vástagos más en sus barcos.

Muchos le temen al mar le había confesado en una ocasión, en voz baja.

Los vástagos del mar eran considerados los mejores navegantes del continente, sin embargo, por lo que ocurrió aquel día, llevaban incontables años varados en la orilla de las marismas grises y jamás habían vuelto a navegar por miedo. Laicea había acudido allí con la esperanza de que la acompañaran en la travesía que la esperaba, aunque no pensaba que fuera a encontrarse con una situación semejante. Había pensado muchísimo en el Mist y en cómo lo reconocería. Había supuesto que un objeto tan peculiar se distinguiría del resto, pero no estaba segura. Por otro lado, tampoco sabía si podía cogerlo sin que nada ocurriera. Tenía que reconocer que aquel viaje resultaba muy incierto y lo llevaba a cabo sin saber qué encontraría cuando llegaran a la isla de Niamara. Por ahora, su prioridad era controlar bien que no se cruzaran con la brecha durante su travesía, algo que contrastaba con unos calendarios que había cogido en el Arakish el día que lo visitó.

Tras unos minutos más pensando, decidió levantarse por fin y ver si los demás habitantes del dique se habían levantado ya. Acostumbrada al clima de la capital, una bofetada de sal y humedad sacudió su nariz nada más atravesar la puerta del camarote que le habían asignado. Hacía frío y el vaho salía de su boca cada vez que expiraba el aire. Una rala neblina se había asentado entre las ruinas de los barcos, dándole un carácter fantasmal al lugar. Leo se encontraba dando gritos y órdenes desde lo alto de su barco, organizando la partida que iba a zarpar en poco tiempo. Laicea subió hasta la proa del barco, donde se encontraba Leo, y vio todo lo que se estaba organizando.

¿Cuántos?

Catorce barcos y ciento cuatro navegantes. He de reconocer que pensé que se negarían, pero la gran mayoría ansiaba navegar. Parece ser que el temor lo han olvidado.

¿De dónde han salido tantos barcos? Ayer no estaban ahí.

Evidentemente dijo mientras señalaba con un brazo hacia su izquierda, sin girar la cabeza hacía allí.

Laicea miró lo que señalaba y se quedó estupefacta: frente a sus ojos se encontraba el mayor barco jamás construido, hecho ruinas y varado en la playa, igual que el resto. Se encontraba muy lejos, a casi una milla de distancia, y aún así se podía ver que era colosal.

Nadie sabe cómo el mar pudo derribar un barco de tal magnitud dijo muy lentamente; hay que tratarlo con respeto.

¿Han estado guardados allí?

Hay un centenar más en su interior.

Laicea sonrió para sus adentros al ver que el dique se las había arreglado bien sin necesidad de su reina. Jamás había querido reinar en aquel lugar y no tardó en demostrarlo yéndose a la capital, pero no podía evitar alegrarse de que el lugar fuera próspero, dentro de lo que cabía.

Estamos listos para partir anunció Leo.

Bien, iré a por los mapas y los calendarios y partiremos de inmediato.

Unos minutos después una flota de catorce barcos partía en perfecta formación liderada por el barco de Leo, adentrándose en el mar. Aún estaba oscuro y no se veía el filo del amanecer en el este, pero eso a Laicea no le preocupaba; se encontraba atravesando el mar con los mejores navegantes del continente.

¿Cuánto tardaremos en llegar? preguntó Leo unos minutos más tarde.

No lo sé, pero no creo que tardemos mucho tiempo. Tal vez un día; dos como mucho. Niamara se encuentra a doscientas diecisiete millas del continente.

BÚSQUEDA - Parte 2 - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora